Palimpsestos: Artífices del destino

Columna semanal

El destino como construcción propia, como libertad está en las antípodas de las ideas que veníamos desarrollando en columnas anteriores cuando hablábamos del hado como un conjunto de fuerzas misteriosas que las personas no pueden alterar. Esta concepción de que cada hombre o mujer es el verdadero artífice de su vida es muy posterior y no tiene tanta fortuna literaria.

Nuestra vida es el resultado de lo que hicimos con ella, somos sus verdaderos responsables. Estas aseveraciones son muy frecuentes encontrarlas en la actualidad en libros de autoayuda, de trabajo en equipo, de gestión, también en manuales de política, de espiritualidad, religiosos y en la retórica desplegada en campañas electorales. En literatura no es tan frecuente.

Al parecer en una obra mutilada del romano Apio Claudio, apodado “El Ciego”, que reunía una serie de aforismos, aparece esta frase: “Cada uno es artífice de su propia fortuna” (faber est suae quisque fortunae). Visto desde la racionalidad romana es bastante lógica y rompe con ese pensamiento del destino como voluntad de los dioses; luego tendrá (con sus variantes) un largo camino con ayuda del “libre albedrío” cristiano. Alonso Quijano podría suscribir estas palabras cuando sentencia: “Cada uno es artífice de su ventura”. Y en la tragedia “La Numancia”, Cervantes le hace decir a uno de sus personajes: “Cada cual se fabrica su destino, no tiene aquí fortuna parte alguna”.

“Porque veo al final de mi rudo camino/ que yo fui el arquitecto de mi propio destino;/ que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,/ fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:/ cuando planté rosales, coseché siempre rosas”, dice Amado Nervo (México 1867-1919) en su poema más famoso. En él hay una trabazón lógica muy fuerte de causas y efectos que el hombre domina. Unos años después el poeta español Antonio Machado dirá: “Caminante, no hay camino,/ se hace camino al andar”. Es el diario vivir el que va dibujando el laberinto de nuestras vidas.

Recuerdo a Doña Encarnación, una entrañable española que cobijaba en su pensión a los estudiantes de bolsillos flacos como yo, cuando nos quejábamos de la mala suerte que habíamos tenido en tal o cual examen, ella respondía: “tiene ventura, quien la procura”.

Néstor Tkaczek

ntkaczek@hotmail.com


Temas

Literatura

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios