Peronistas preocupados
El peronismo es el Houdini de los movimientos políticos. Cuando todo hace pensar que se ha internado en un callejón sin salida del cual no le será dado escapar, logra hacerlo sin esfuerzo aparente, alejándose subrepticiamente del lugar disfrazado de un movimiento opositor. Aunque muchos dirigentes, incluyendo al hipotéticamente kirchnerista gobernador bonaerense Daniel Scioli, están preparándose para repetir una maniobra que ya les es tradicional, algunos temen que, en vista de la magnitud del desastre económico provocado por el gobierno peronista actual, no les resulte suficiente afirmarse ajenos a lo hecho por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su equipo personal, el que desde fines del año pasado se ve encabezado por el ministro de Economía Axel Kicillof. Hace poco, varios gobernadores peronistas celebraron un cónclave en La Plata en el que intercambiaron sugerencias acerca de la mejor forma de minimizar los daños que les está ocasionando una crisis que con toda seguridad continuará profundizándose en los meses próximos. Según se informa, les asusta sobremanera la combinación de un colapso económico con un nivel cada vez más alarmante de violencia delictiva. Entre los ausentes, por no querer compartir los costos políticos de la debacle que dista de haber culminado, estaba el exjefe de Gabinete del gobierno kirchnerista, el tigrense Sergio Massa, que está intentando desvincularse por completo del PJ con la esperanza de convencer a los votantes de que, si bien su Frente Renovador está lleno de peronistas, en verdad representa algo muy diferente. Los pesos pesados del peronismo, los que se han acostumbrado a dominar sus propios feudos territoriales y no tienen intención alguna de jubilarse, no ocultan la preocupación que les motiva el desafío planteado por el porteño Mauricio Macri que, conforme a las encuestas de opinión, ha comenzado a ganar terreno fuera de su propia jurisdicción y está acumulando aliados en muchos distritos del interior del país, como la localidad cordobesa de Marcos Juárez, donde un candidato suyo acaba de anotarse un triunfo sorprendente. Además de brindar la impresión de ser un buen administrador en circunstancias sumamente difíciles que se han visto agravadas por la voluntad de un gobierno nacional vengativo de hacerle la vida imposible, Macri cuenta con la ventaja de no haber militado en el peronismo. Su mensaje es sencillo: décadas de hegemonía peronista han tenido consecuencias catastróficas para el país y por lo tanto convendría que el electorado optara cuanto antes por una agrupación radicalmente distinta. Por su parte, los peronistas insisten en que siguen siendo los únicos que están en condiciones de garantizar “la gobernabilidad”, pretensión ésta que entraña una advertencia: nadie ignora que la rama sindical del movimiento y los “barones” del conurbano bonaerense son plenamente capaces de desestabilizar a un gobierno de otro signo para entonces asestarle el golpe de gracia, como hicieron para poner fin a las gestiones de los presidentes radicales Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa. Así y todo, a esta altura crear una alternativa viable que esté libre de la influencia peronista podría ser un objetivo poco realista. En sus casi 70 años de vida el peronismo se ha difundido por todo el mapa ideológico del país, incorporando a sus filas marxistas y fascistas, socialistas democráticos y “neoliberales”, para conformar una hermandad populista de costumbres, lazos personales, códigos y lenguaje que han incidido tanto en la cultura política nacional que hasta los antiperonistas más tenaces se han visto afectados. Aun cuando el grueso de la ciudadanía decidiera que no sería de su interés votar a favor de una variante supuestamente novedosa de un movimiento tan camaleónico, liberarse de una cultura política que, como alguien ha dicho, ha llegado a ser “el sentido común de los argentinos” no sería del todo fácil. Sin embargo, a menos que el país logre dejarla atrás, seguirá atrapado en el subdesarrollo, soñando con que el descubrimiento de más “vacas muertas” o el alza oportuna del precio del “yuyo” de moda sean suficientes como para permitirle soportar los costos que le supondría seguir confiando en el facilismo populista que, mal que nos pese, ha sido desde hace muchísimos años la doctrina nacional por antonomasia.
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