Pierre Curie y la libertad vigilada

Leyendo hace meses una biografía de Madame Curie, me enteré de que Pierre Curie había sido educado en casa con un tutor. Pierre, uno de los grandes físicos de su época, una mente en verdad formidable, fue también un tipo peculiar. De niño tuvo problemas de aprendizaje; le resultaba difícil pasar rápidamente de un asunto a otro y necesitaba concentrarse en temas aislados para poder entenderlos. Se considera probado que padecía dislexia, como Einstein y quizá también como Rutherford, otro premio Nobel de la época: Einstein no habló hasta los cuatro años y Rutherford sabía leer a los once, pero no escribir. Si Pierre Curie, ese ser delicado y complicado, hubiera sido escolarizado de manera convencional, probablemente no habría conseguido desarrollar su magnífica inteligencia: creo que era un ser demasiado frágil, demasiado distinto. Pero pudo florecer en el amparo doméstico, y cuando entró a la universidad rindió como el que más. O más bien mejor que casi todos. Sin duda era un genio. Tuve una amiga de juventud, María, que murió hace un año. Fue hippy, libre, artista, errabunda, una fuerza de la naturaleza. Atravesó a pie Afganistán, vivió en Goa, en el Himalaya, en Italia. Tuvo dos hijos, un varón y una niña, a los que les dio clases ella misma. La pequeña escribe y publica relatos, y el mayor decidió ser físico y a los quince años se examinó en un instituto madrileño para incorporarse directamente al bachillerato. Obtuvo los mejores resultados. Luego hizo la carrera con notas espectaculares y ahora está terminando el doctorado. O sea, que se diría que María lo hizo muy bien. He pensado en mi amiga y en Pierre Curie porque varios lectores me han escrito hablando de los pros y los contras del home schooling, o sea, de la posibilidad de instruir a tus hijos en el hogar. Hay incluso un extenso video dando vueltas por la red que canta las excelencias de la enseñanza en casa contra el supuesto machaque y destrozo de la educación reglada. Al parecer, en España hay más de 3.000 familias que practican la instrucción doméstica, aunque aquí no es legal. En el 2010 hubo una sentencia del Constitucional que negó el derecho a los padres a educar en casa a sus hijos, aunque la infracción no conlleva un castigo penal, y tampoco se les retira la custodia si se demuestra que no han abandonado el cuidado del menor, sino que le han seguido instruyendo. Como mucho, los niños han sido obligados a volver al colegio y eso ha sido todo. Educar en casa es una tendencia al alza en casi todo el mundo, cosa que no sé muy bien cómo analizar. Quizá se deba a que ahora haya más padres con suficiente cultura (o que se creen cultos) o, quizá, sea producto de la desconfianza en el sistema educativo. Y esa desconfianza, ¿de dónde nace? En Estados Unidos, por ejemplo, en donde cada vez hay más chicos sin escolarizar (allí eso es legal), hay informes que muestran que la mayoría de esos niños pertenece a las comunidades cristianas integristas: educan a sus hijos en un mundo de creacionismo bíblico en el que Darwin no existe. Pero también hay familias progresistas que escogen esa opción. Lo cual, debo decir, no me tranquiliza en absoluto, porque me da miedo que la mayoría de esos progresistas sea como los creacionistas, es decir, gente de ideas inflexibles y dogmáticas que sólo quiere enseñar a sus niños su propia idea del mundo. Y eso es lo que más me preocupa de la opción doméstica: el adoctrinamiento, la visión misérrima de la vida que pueden llegar a transmitir a los niños. A fin de cuentas, el colegio es el mundo, con su multiplicidad y su caos. Hay que aprender de los otros e incluso contra los otros, pero los otros son siempre necesarios. En la ALE, una interesante asociación española por la Libre Educación (http://www.educacionlibre.org/quienessomos.htm) sostiene que los niños instruidos en casa están tanto o más socializados, que van a hacer deporte, talleres de pintura, etcétera. No dudo de que haya casos en los que sea así, pero ¿y esas criaturas presas del furor ideológico de sus padres, que sin duda también existen? Pero, por otro lado, es verdad que el sistema educativo tiene enormes fallas; que empuja a muchos niños hacia un fracaso escolar que podría ser evitado de otro modo; que es un medio cruel para los diferentes. La mayoría de los países de la Unión Europea reconoce a los padres el derecho a educar a sus hijos en casa. A veces ese aprendizaje está tutelado por el Estado: en Portugal, por ejemplo, los niños tienen que hacer pruebas de evaluación a los cuatro, los seis y los nueve años; en Hungría deben examinarse dos veces al año… Tal vez esa resulte ser la mejor opción (aunque no sea óptima): libertad para educar en casa, pero vigilada. (*) Escritora española

ROSA MONTERO (*) El País Internacional


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