Presidencialismo de coalición y presidencia personalizada

Gabriel Rafart (*)

El gobierno ejecutivo que encabezará la fórmula Macri-Michetti luego de haber ganado el reciente balotaje podrá actuar dentro de los límites de un diseño institucional que, con dos siglos de historia, tensa su suerte entre la presidencia personalizada y las novedades que ofrecen los recientes presidencialismos de coalición. Es así que tendrá a su disposición la idea primaria de un presidencialismo que nace en América del Norte bajo la idea de Montesquieu de dividir el poder para controlarlo. Según este principio toda ambición por el poder deber ser contrarrestada por otra ambición. De allí surge un diseño institucional basado en un Poder Ejecutivo separado del Legislativo, con legitimidades diferentes. Uno está orientado nacionalmente, el otro ligado a representaciones locales. Nace aquella fórmula, más deseada que realista, de balances y contrapesos entre ambos poderes. Es que el presidencialismo realmente existente nos dice que el poder se divide en diversas ramas, que cuando es posible se comparte y cuando no se compite, dejando ganadores y perdedores. Se ha dicho que los llamados presidencialismos de coalición apuntan a obtener equilibrios y morigerar las disputas, ya que cobijan a distintas fuerzas políticas. Las pretensiones de un gobierno de coalición figura en la hoja de ruta de la alianza Cambiemos. La realidad de su imposición es otra. Sobre todo cuando la misma fórmula construida para competir nacionalmente resultó exclusiva para los dirigentes de la fuerza dominante del Pro. Fue tan exclusiva que ni siquiera acudió a la diversidad territorial: fue netamente porteña. Desde esa lógica puede entenderse la escasa oportunidad que parecen tener la dirigencia radical y los pocos seguidores de Elisa Carrió. Es posible que el premio para los radicales esté reservado a puestos no siempre de primera línea que conformen los equipos para gobernar el segundo mayor trofeo obtenido que es Buenos Aires. Lo cierto es que esa idea de un presidencialismo de coalición parece exponerse menos en lo político y más en lo social, si es que logra construir una elite para la función pública proveniente de ámbitos que no requieren de votos para sostener sus posiciones, tal los CEO de empresas o directores de ONG. Por otra parte es conocido por todos que la futura presidencia de Macri debe lidiar con la realidad de un gobierno dividido. El Congreso que dejó la primera vuelta electoral será dominado por oposiciones a su gobierno, ya sea de principios entre los kirchneristas o constituida para la ocasión entre peronistas de provincia y fuerzas menores. Por si fuera poco deberá contrarrestar el poder efectivo de dos terceras partes de los gobiernos provinciales que quedaron en manos del FpV. Aquí es posible vislumbrar un Parlamento y un mundo de gobernadores que asuman cierto poder de vigilancia y control. Si bien nada está dicho, pero la eventualidad de una Legislatura confrontativa o, si se prefiere, recalcitrante, activaría una presidencia que abandone la idea de la coalición para ingresar en el territorio difícil de la lucha, retrayéndose a una presidencia personal de sesgo imperial. Este tipo de actuación de corte unilateral siempre resulta probable cuando se cierran las puertas a algún tipo de compromiso o se considera que el Congreso va a rechazar las propuestas del Ejecutivo. Es sabido que experiencias de ese orden han generado cuadros de inestabilidad institucional en gran parte del área latinoamericana. Posiblemente una batalla en este campo se presente cuando arribe al Congreso algún intento de condena hacia Venezuela por su situación política interna o la derogación del criticado y poco efectivo Memorándum de entendimiento con la República de Irán. Sobre lo primero seguramente habrá una verdadera batalla parlamentaria, en cambio con lo segundo puede lograr el macrismo su primer éxito legislativo sin grandes costos. Ahora bien, esa competencia de un gobierno dividido –como supone una primera mirada del cuadro político a punto de emerger el 11 de diciembre– habilitaría la presidencia personal que a su vez podría basar su “competencia” en la práctica de la construcción legislativa unilateral, ya sea mediante los decretos de Necesidad y Urgencia o con el recurso del veto. Recuérdese que este segundo instrumento ha sido la manera con que Macri se relacionó con la Legislatura porteña siendo titular del Ejecutivo del distrito. Más de un centenar de vetos hacen de inventario de este proceder. La mayor parte relacionados con proyectos sobre derechos humanos, vivienda, espacio público, defensa al consumidor, empresas recuperadas, etc. No cabe duda de que la legalidad constitucional permite al Ejecutivo enfrentarse con el Legislativo, ya que el primero cuenta con instrumentos propios del segundo. La nueva administración que asoma pondrá en tensión las pretensiones de un presidencialismo coalicionista o simplemente se quedará enfrascado en la realidad del presidencialismo que tiene su centro excluyente en un presidente que compite por el poder. (*) Profesor de Derecho Político UNC

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