René Roa Flores lleva 27 años de convivencia con el VIH

Vive en Bariloche. Pasó todas las etapas y hoy mantiene una vida normal. Se capacitó y estudió acerca de la enfermedad, por eso es un portavoz válido para transmitir el mensaje de prevención a la juventud.

Hace 27 años que vive con VIH. Lo diagnosticaron en la década del ‘90 cuando poco y nada se sabía de los tratamientos. Llegó a tomar 26 pastillas a diario, perdió 37 kilos y llegó a pesar menos de 40. Le advirtieron que le quedaban 20 días de vida.

A punto de cumplir 65 años, René Roa Flores asegura que el VIH jamás fue un obstáculo para tener una vida normal. Los mayores inconvenientes, consideró, los vivió este año cuando contrajo covid-19 en marzo, al contagiarse de una guía de turismo y al quebrarse la rótula izquierda que lo dejó postrado varios meses.

Nació en la ciudad chilena de Rancagua y tomó la decisión de emigrar a Argentina en 1988, en plena dictadura de Augusto Pinochet, cuando una bomba destruyó su centro cultural en Santiago de Chile. Logró cruzar a Mendoza con la ayuda de la Vicaría de la Solidaridad de Santiago, poco después, se instaló en Buenos Aires y en 1998 se radicó en Bariloche.

“Las pasé muy negras en la década del 90 porque casi no había medicación. Había solo un par de medicamentos muy dañinos con muchos efectos colaterales. Todavía se estaban haciendo experimentos”, contó. En ese momento, los médicos le indicaron 26 pastillas diarias.

En 1997, recordó, llegó a Argentina “una combinación de tres drogas que cumplían con el cometido de interrumpir la replicación del virus y fue un gran avance en la ciencia”. “Con las nuevas medicaciones, aumentó la sobrevida de las personas que estábamos muy mal. Mejoró la calidad de vida porque eran mucho más amigables. Los efectos colaterales se fueron reduciendo”, aclaró.

En los albores del 2000, su medicación bajó a cuatro o cinco pastillas por día, con mejores resultados de absorción y menos efectos colaterales.
“Todo eso fue paulatinamente mejorando la calidad de vida de las personas y la adherencia a los tratamientos. Uno se hartaba de ver cómo te afectaba el hígado, la cabeza, las sensaciones de vómito”, advirtió Roa Flores.

También se sometió a un tratamiento inyectable que implicaba dos aplicaciones diarias con una pequeña jeringa. “Si me la daba mal, me afectaban los músculos y resultaba invalidante”, reconoció.

Poco a poco, reemplazó ese tratamiento con dos pastillas diarias y ahora, toma solo una que contiene tres medicaciones una vez por día. “Y se acabó el cuento. Evidentemente el avance farmacéutico ayudó con los tratamientos. Hoy si alguna persona empieza con un tratamiento básico y esa medicación genera algún problema, se la puede cambiar hasta encontrar la adecuada”, precisó Roa Flores.

Militancia
A cuestas con una enfermedad relativamente “nueva” en Argentina y Chile, Roa Flores destinó sus días, semanas, meses y años a estudiar y a capacitarse. Estaba empecinado en comprender el VIH.

“Entre 1995 y 1997 desarrollé una etapa de sida muy grosa. Me daban 15 o 20 días de vida. Bajé 37 kilos. Solía pesar entre 75 y 80 kilos y llegué a pesar menos de 40. No me podía levantar y dormía sentado porque no tenía masa muscular”, detalló.

En un primer momento, se atendió en el hospital Muñiz, en Buenos Aires, donde aseguró que tuvo “la suerte de caer en manos de la médica Adriana Basombrio”.

“Con ella empecé un tratamiento que me sacó del estado de Sida. Con constancia, perseverancia, la adherencia de ese tratamiento y esta médica maravillosa logré salir adelante. Cuando salí de esa etapa y empecé a recuperar peso, continué estudiando”, manifestó.

En 1998, cuando se radicó en Bariloche, su trabajo de militancia continuó en el hospital Ramón Carrillo. Se sumó al programa DeSida por la Vida, junto a otras personas en su misma condición.

Ese espacio nació como un grupo de autoayuda y reflexión para brindar contención pero en determinado momento, Roa Flores sugirió capacitarse con profesionales del hospital para dar talleres para jóvenes. Brindó más de mil charlas en colegios de Bariloche, la región sur y Neuquén por 20 años, de manera ininterrumpida hasta este año por la pandemia.

Roa Flores fue invitado a participar en simposios, en congresos y fue convocado para trabajar junto a la Fundación Huésped.

“Lo que me propuse fue saber cómo enfrentar el virus, cómo proyectar una mejora. Pero también que los jóvenes entendieran, en sus códigos, que no es joda”, resumió.

Definió como fantástico el proyecto de Educación Sexual Integral (ESI) pero cuestionó que muchos maestros no se animan a hablar de sexualidad y de infecciones de transmisión sexual. “Cuando entrábamos a los talleres, los profesores eran los primeros que se iban. El 80% no participaba. Pero compensaba todo la recepción y la participación de los chicos. Son aires renovadores”, concluyó.


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