“Río Negro” con Alberto Manguel: ¿por qué necesitamos las bibliotecas?

En una entrevista con el director de la Biblioteca Nacional nos cuenta la importancia de estas instituciones para la comunidad. También se refiere a la universalidad de la literatura y define con algo de ironía al “buen lector”.

Alberto Manguel suspira y sonríe. Son las cinco de la tarde, y se le acaba de preguntar si ha tenido mucho trabajo. “Hoy empecé a las 5 de la mañana y voy a terminar a media noche. Todos los quince minutos hay algo”, cuenta a “Río Negro” el director de la Biblioteca Nacional en su oficina. Asegura que el trabajo ya no le permite ni leer, paradójico si se considera que se encuentra rodeado de letras. Paradójico también si se considera que el escritor, traductor, crítico, ensayista, se reconoce, sobre todo, como un lector. El año pasado, Manguel recibió el premio Formentor de las Letras. El jurado reconoció su “minuciosa recreación del arte de leer”. “Yo podría vivir feliz sin escribir, pero no podría vivir feliz sin leer”, sentencia. Dirá, sin embargo, que se arrepiente de muchas cosas, pero no de haber aceptado el cargo que lo hizo volver a vivir en Argentina después de cuatro décadas en el exterior y que consume todo su tiempo desde 2016.

P: ¿Cuál es el valor de una biblioteca pública?

R: Es una pregunta importante. Cuando una sociedad se forma, necesita ciertos elementos que unen a sus ciudadanos. Hay dos que son esenciales, aparte de las leyes: la memoria común, lo que se atesora de generación en generación, y el reflejo que esa memoria da a la identidad de la sociedad: quiénes somos. ¿Cómo hacer para atesorar esa memoria y que nos ayude a identificarnos en conjunto? En las sociedades orales, los mayores de la tribu comunican a los más jóvenes, con la necesidad de la presencia física y temporal del que comunica. La sociedad del libro, con la invención de la escritura, anula los obstáculos del tiempo y del espacio. Y hay pruebas muy tempranas, en mesopotamia, muy conmovedoras: una carta sumeria de hace 3000 años en la que quien la escribe dice “recibí tu carta y era como si estuvieses aquí entre mis brazos y te escuchase”. Ahí está la conciencia de que esa persona, muerta o en algún lugar lejano, está presente a través de la palabra. Los documentos escritos constituyen el testimonio de nuestra experiencia pasada, testimonio conflictivo, contradictorio, que se valida acumulativamente, y eso se decidió conservar. Una sociedad no puede funcionar sin conciencia de su pasado. La biblioteca existe por esa razón.

P:¿Es una conservación del pasado únicamente, o tiene algo de presente?

R: Es interesante. La actualidad está en el pasado. Faulkner tiene una frase muy linda, dice “el pasado nunca esta muerto y nunca es pasado”. Lo que nosotros llamamos pasado es lo que estamos viviendo ahora. Esta conversación ya está en el pasado. Entonces lo único que existe es el pasado, el presente ya es pasado. La biblioteca conserva lo pasado para darnos elementos para entender quiénes somos ahora, en esa transición hacia el pasado.

P: Siguiendo el “quienes somos” ¿Cuál es la tradición literaria argentina? En “El escritor argentino y la tradición”, Borges dice que nuestra tradición es toda la cultura occidental, algo universal.

R: Sí, esta sociedad que yo describí al principio, que establece sus reglas, causa en muchos casos un sentimiento en el individuo similar a los celos, posesivo, lo que llamamos nacionalismo. Plutarco se burlaba de los que decían que la luna de Atenas era más bella que la luna de Tebas. Lo que Borges señala es que el nacionalismo nos restringe, nos empobrece. Limitarnos porque somos argentinos a escribir sobre una especie de color local, una caricatura de lo argentino, el gaucho, el mate, la pampa, el bife, no daría una literatura muy rica. En cambio, si aceptamos que todo el universo es nuestro, que podemos escribir tanto del gaucho como de un mandarín chino del siglo XVI, enriquecemos nuestra literatura. Y no podemos evitar que igual sea argentina. Del mismo modo, una biblioteca no puede rehusarse a ser universal. Desgraciadamente la Biblioteca no tiene un gran presupuesto.

P: Lograron que empresas compren y donen la biblioteca de Bioy y Ocampo. ¿Qué haría primero con todo el presupuesto del mundo?

R: Los manuscritos de Borges, los manuscritos de Cortázar y Alejandra Pizarnik; compraría la universidad de Austin en Texas para reclamar todos los manuscritos argentinos que tienen y todos los escritores latinoamericanos; compraría el Ibero-Amerikanisches Institut de la biblioteca nacional de Berlín, que tienen una cantidad de tesoros donados por un argentino. Haría estas piratearías que me parecen absolutamente necesarias.

P:¿Por qué importa un manuscrito, fuera de lo que puede ser un “fetiche”?

R: El valor puede ser múltiple. Por un lado, como usted dice, es un fetiche, tener un pedazo de papel que fue escrito de la mano de Cervantes aunque sea una nota que dice “vuelvo a la cinco”, tiene una calidad casi sagrada para un lector de Cervantes. Pero un manuscrito, por ejemplo de Borges, tiene también lo que yo llamaría el ADN o la biografía de un texto. Borges decía que el concepto de obra definitiva pertenece sólo a la religión o al cansancio, que todo es borrador. Tener el manuscrito, por ejemplo, del Pierre Menard, donde Borges cambia, anota, luego lo recorta, lo pega, lo vuelve a escribir, lo vuelve a corregir, muestra cómo Borges pensó el texto

P: El proceso creativo.

R: Qué es lo más misterioso de una obra, nunca se sabe completamente por qué ni cómo. “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche”; por más que tuviéramos un manuscrito donde se indica que primero Borges escribió “ninguna persona” en lugar de nadie, después buscó para la cerrada noche la palabra “unánime”, no nos explica cabalmente cómo se llega a esa frase magnifica. Pero nos ayuda.

P: ¿Existe una mala literatura?

R: No hay reglas de buena literatura, pero sí podemos acordar ciertos parámetros. Una obra se hace clásica por una suerte de acuerdo generacional. Acordamos que el Quijote es una obra maestra, aún aquellos que no lo han leído. Se revisan esas obras maestras de generación en generación, la mayoría van quedando, y algunas se descartan. Pero si queremos decir por buena literatura la literatura que nos transforma, que nos permite hacer mejores preguntas, eso depende de cada persona. A Tolstói no le gustaba el “King Lear”.

P: ¿Por qué tiene más éxito el libro producido como industria para el best seller?

R: Porque son creados por la industria para ser best seller (ríe). Siguen una fórmula. Pero es muy fácil, porque desde que la industria se crea la noción de supermercado; la literatura no se escapa y se empieza a escribir para un público que se inventa. Se le dice al público: usted no es lo suficientemente inteligente para leer “buena” literatura, clásica, Faulkner o Borges, entonces aquí está Paulo Coelho que no lo va a perturbar. Pero la literatura está para complicarnos la vida, para perturbarnos, para hacernos más conscientes de nuestra realidad, y eso nos inquieta. Y con razón, sólo un imbécil puede vivir en nuestra sociedad contento y satisfecho.

P: ¿Y existe un buen lector?

R: Yo escribí unas notas, que tratan de describir al lector ideal, irónicamente, y concluía que el lector ideal es el lector suficientemente bueno. Es un lector que primero se sabe lector, toma la responsabilidad de lector, y puede elegir algunos textos que le abran visiones del mundo. Pero cada uno tiene que decidir si uno es buen lector, es como decir si uno es buen amante.

P: ¿Está todo dicho?

R: Sí y no. Todo está dicho y hay que volverlo a decir, pero de otra manera.

“Tenemos una ancestral desconfianza en la autoridad”

P: Dijo alguna vez que el trabajo no lo deja escribir.

R: No, yo cuando acepté este cargo me di cuenta que no iba a poder escribir ni leer. Fuera de algún pequeño párrafo como introducción a lo que publicamos.

P: Paradójico, rodeado de letras.

R: Oh, sí, Borges decía, siendo ciego, que la paradoja era que tenía millones de libros y no podía leerlos. Pero aún si hubiese podido leer, si hubiese tenido su vista, trabajando como administrador no hay tiempo.

P: ¿Se arrepiente?

R: Me arrepiento de muchas cosas pero no de haber aceptado este cargo. Es un desafío magnífico. Además, el encuentro con tanta gente talentosa, que en condiciones dificilísimas sigue trabajando, me hace maravillar. Y me hace preguntarme por qué la Argentina no es uno de los primeros países del mundo. No logro entenderlo.

P: ¿Qué hipótesis tiene?

R: Yo creo que tenemos una ancestral desconfianza en la autoridad. Nuestro poema nacional, el Martín Fierro, es una epopeya de un hombre traicionado por la autoridad, el gobierno, poderes militares, y que se hace desertor. Ese es nuestro héroe. Para los romanos, el héroe era el hombre que se escapaba de Troya y que funda su ciudad. Hay una diferencia entre Eneas y Martín Fierro.

P: Una cuestión de “mitos”.

R: Pero los mitos los elegimos porque nos reflejan. Volvemos a la cuestión de que nuestra memoria nos brinda nuestra identidad. Nosotros elegimos entre las millones de historias las que convienen más a lo que nosotros pensamos de nosotros mismos. Elegimos el Martín Fierro porque dice algo de nosotros. Los suizos eligen a Heidi porque dice algo sobre ellos.

Los documentos escritos constituyen el testimonio de nuestra experiencia pasada, testimonio conflictivo, contradictorio, que se valida acumulativamente, y eso se decidió conservar. Una sociedad no puede funcionar sin conciencia de su pasado”.

Alberto Manguel, sobre la función de las bibliotecas


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