¿Rumbo nuevo?

Si el gobierno cree que, de ahora en adelante, el país apostará al dirigismo, el remedio sólo servirá para agravar la enfermedad.

La decisión de abandonar la convertibilidad a través de una devaluación del peso del 28,6% acompañada por una serie de medidas que según algunos se asemejan a las que conformaban el Plan Austral de Raúl Alfonsín, más una dosis generosa de retórica destinada a hacer creer que el gobierno del presidente Eduardo Duhalde se ha propuesto privilegiar a los «productores» por encima de la «patria financiera», se basa en el presupuesto de que en la raíz de buena parte de los males del país estaba una moneda absurdamente sobrevaluada. En las etapas finales de la gestión de Fernando de la Rúa, dicha convicción se consolidó hasta tal punto que una devaluación se hizo inevitable porque virtualmente todos la preveían. De tener razón quienes piensan así, el «plan» de Jorge Remes Lenicov servirá no sólo para atenuar el impacto del «default», sino también para permitir que la industria nacional recupere una parte del terreno perdido, además de crear más fuentes de trabajo y hacer que la Argentina sea un país mucho más competitivo. En cambio, si el desempeño desastroso de la economía en los cinco o seis años últimos se ha debido principalmente a factores desvinculados de la tasa de cambio, las ventajas que brinde la devaluación serán escasas y los costos de romper con un esquema rígido muy grandes.

Estimar el valor «real» de una moneda es siempre una tarea muy difícil -ni siquiera el mercado está en condiciones de hacerlo-, pero el hecho de que las exportaciones hayan aumentado todos los años en que rigió la convertibilidad, con la excepción de 1999, mientras que conforme a una encuesta suiza difundida hace poco Buenos Aires distaba de ser una ciudad «cara», hacen pensar que de por sí la incidencia del uno a uno no fue tan catastrófica como muchos dicen creer, aunque no cabe duda de que la lucha por defenderlo resultó ser contraproducente. De todos modos, en teoría pronto asistiremos a un auténtico «boom» exportador de bienes industriales argentinos, pero la verdad es que sería realmente sorprendente que esto sucediera: como es notorio, el problema principal que enfrentan nuestros empresarios no consiste en los costos laborales presuntamente excesivos, sino en la calidad cuestionable de muchos productos.

Asimismo, achacar el colapso de la economía al «neoliberalismo» puede reportarle algunos beneficios políticos al gobierno, pero si supone que de ahora en adelante el país apostará al dirigismo el remedio sólo servirá para agravar la enfermedad. Si bien a juicio de peronistas, radicales, frepasistas, eclesiásticos e intelectuales progresistas la Argentina de la era de la convertibilidad fue un antro hipercapitalista, observada desde Estados Unidos y Europa se pareció más a Rusia, otro país en el que no se dan las condiciones jurídicas y administrativas necesarias para que el capitalismo funcione como en Suecia u Holanda, digamos, de suerte que los que dominaban el viejo orden se las ingeniaron para reciclarse en potentados. No extrañaría, pues, que luego de algunos meses el péndulo comience a retornar al lugar que ocupaba en 1989 cuando los más daban por descontado que el gran problema del país no era el «neoliberalismo», sino el estatismo populista.

En efecto, por motivos comprensibles, ya abundan los que temen que una consecuencia inmediata del «cambio de rumbo» anunciado por Remes Lenicov sea el regreso tumultuoso de la hiperinflación. Es que sencillamente no creen que la clase política nacional sea capaz de anteponer la estabilidad a su impaciencia por «solucionar» la multitud de problemas de todo tipo que están reclamando su atención urgente. Si bien el presidente Duhalde y sus colaboradores han aludido a la austeridad, no es demasiado probable que intenten reformar el sector público. Por el contrario, en vista de los antecedentes de Duhalde, la tentación de utilizarlo para suministrar trabajo a los desocupados podría resultarle irresistible. Sin embargo, a menos que consiga que la ciudadanía, que en la actualidad no está dispuesta a creer ninguna palabra oficial pronunciada por un político, aprenda a confiar en el peso devaluado, los recursos a los que tendrá acceso su gobierno dependerán mucho más del accionar de la policía que de la evolución de la economía.


La decisión de abandonar la convertibilidad a través de una devaluación del peso del 28,6% acompañada por una serie de medidas que según algunos se asemejan a las que conformaban el Plan Austral de Raúl Alfonsín, más una dosis generosa de retórica destinada a hacer creer que el gobierno del presidente Eduardo Duhalde se ha propuesto privilegiar a los "productores" por encima de la "patria financiera", se basa en el presupuesto de que en la raíz de buena parte de los males del país estaba una moneda absurdamente sobrevaluada. En las etapas finales de la gestión de Fernando de la Rúa, dicha convicción se consolidó hasta tal punto que una devaluación se hizo inevitable porque virtualmente todos la preveían. De tener razón quienes piensan así, el "plan" de Jorge Remes Lenicov servirá no sólo para atenuar el impacto del "default", sino también para permitir que la industria nacional recupere una parte del terreno perdido, además de crear más fuentes de trabajo y hacer que la Argentina sea un país mucho más competitivo. En cambio, si el desempeño desastroso de la economía en los cinco o seis años últimos se ha debido principalmente a factores desvinculados de la tasa de cambio, las ventajas que brinde la devaluación serán escasas y los costos de romper con un esquema rígido muy grandes.

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