Sobrevivir en dictadura: el ingenio de una madre y el recuerdo de Félix Oga entre Allen y Catriel

“Pincho” para los amigos, era estudiante de la UNCo cuando se lo llevaron de la casa de sus padres en 1976. Torturado, años después su testimonio aportó en el Juicio “La Escuelita V”.

Días atrás hubo duelo en Catriel por la muerte de Félix Oga, referente en la lucha por la memoria. Testigo en la causa “La Escuelita”, en su momento contó que su liberación se completó gracias a la astucia de su madre, mientras que hoy, el recuerdo de un amigo también exdetenido, lo conectó con sus orígenes en Allen.

“Hasta donde yo sé, en Allen fuimos dos los que vivimos esa experiencia, Félix y yo”, dijo Pablo López de Arcaute, en diálogo con RÍO NEGRO. Se refería al secuestro durante el gobierno militar, pero la amistad y el vínculo con Félix venían de antes.

Hijos de madres catequistas, ambos clase 1955, compartieron banco en la histórica Escuela N° 23. Allí era simplemente “Pincho”, apodo elegido por su pelo rizado, que provenía de “Pelopincho”, un personaje de la historieta del uruguayo Fola. “Cachirula”, como su compañero en el cómic, era yo”, dijo Pablo entre risas, pensando en la vida real, en esos años de infancia.

El recuerdo de un acto escolar, Félix en el medio. Fue a la 23 hasta 2° grado, contó. Foto: Facebook.

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Una tarjeta con fotos de infancia. Foto: Facebook.

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La postal que guardó de la Escuela 23, durante su visita en 2019.

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Antes de su mudanza a Catriel, este hijo de Atilio Oga, embalador y albañil, y de Chilca Hadad, descendiente de una familia pionera, pasó en la localidad “hermosos días de juegos”, con el canalito de la calle San Martín como pileta y la plaza central como si fuera el patio de su casa, donde las horas de fútbol y las carreras en bicicleta se extendían hasta la noche o hasta que los echaba Carmelo, el encargado del espacio verde. “Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida”, dijo después de uno de sus últimos viajes, en 2019, para la nostalgia.

Amantes del rugby, la distancia quiso que perdieran el contacto, salvo por los encuentros casuales en algunos partidos. Félix lo dijo hasta en la biografía de su perfil de Facebook: estudió Ingeniería en la UNCo (Universidad Nacional del Comahue) hasta que su carrera quedó “frustrada” en tercer año, “por la dictadura”. Su inicio el fatídico 24 de marzo de 1976, había hecho que se suspendieran las mesas de exámen, por eso el rapto lo encontró almorzando tranquilamente con sus padres en Catriel, donde ellos habían abierto un comercio.

Félix y el rugby. Foto: Facebook.

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“Félix no tenía pertenencia política, después se insertó en el peronismo”, recalcó Pablo al hablar de esa época. Él se enteró de lo que le había sucedido a su amigo de la niñez cuando logró su propia liberación, la salida de su propio horror. No fue hasta 2003 cuando Oga se animó a denunciar lo que sufrió en su paso por la U9 en Neuquén, las torturas con picana y los golpes en la sede de calle Santiago del Estero de la Policía Federal, también en la ciudad capital, hasta que lo buscaron para llevarlo a Viedma, de ahí a Bahía Blanca, terminando en la cárcel de Rawson.

En ese punto de la historia, recordado durante una entrevista de video para el medio “Viento Sur”, la presencia de su madre Chilca, fue clave. Combatiendo los prejuicios de la época, “ella jamás me dejó solo”, empezó a relatar Félix para hablar de cómo llegó su liberación. Gracias a algunos vínculos que tenía con el Ejército una prima, “Chichita” Manzur, se logró averiguar en Bahía Blanca que próximamente iban a dejarlo salir, porque no estaba desaparecido, sino ilegalmente retenido, sin certezas de por cuánto tiempo, ni bajo qué condiciones.

Chilca y su hijo, en la entrada del negocio en Catriel. Foto: Facebook.

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“Entonces mi mamá salió como loca a visitarme. Ella podía hacerlo cada 45 días, entonces cuando le tocó la fecha, me dijo: ‘mira Pincho, nos avisaron que en estos días vas a salir’ y comenzó a explicarle el mecanismo que tenía que seguir. Félix lo acató al pie de la letra, aunque le sonó extraño. “Tu prima Chichita pidió una misa por vos en Rawson, viste que ella es muy creyente”, le dijo, para luego indicarle que en cuanto saliera, se dirigiera a ver al sacerdote local, porque lo iba a estar esperando. “Él me va a avisar a mi, que voy a estar en Trelew”, concluyó la mujer.

Félix tenía 21 años cuando lo secuestraron. «Mamá nunca me dejó solo», afirmó.

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Marta «Chichita» Manzur y Carlos Colinas, «mis ángeles gestores», los valoró Félix, por ayudarlo en su liberación.

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Cambiado con la única muda de ropa disponible, abrigo en pleno verano, cuando “Pincho” volvió a pisar la calle, no paró hasta llegar a la iglesia. Hoy sabe que gracias a eso logró evitar una estrategia que aseguran que el Ejército aplicaba: rodearlos en la vía pública, simulando un ataque de los grupos revolucionarios, para darles muerte sin quedar vinculados.

La postura de muchos vecinos en la comunidad y las trabas que mantenía la dictadura contra los considerados “presos políticos” hizo que como muchos se las tuviera que ingeniar para seguir adelante. Con Pablo se vinieron a reencontrar durante la formación de la Asociación que contuvo a las víctimas del terrorismo de Estado.

Foto: Oscar Livera.

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Convertido en esposo de Cristina y padre de Francisco, después de estar años impulsando la toma de conciencia, batallando contra la invisibilización, se encontró como testigo llamado a declarar y como víctima, junto a Alipio Quijada, en la quinta etapa del juicio “La Escuelita”. Allí, el vecino de la imprenta de Catriel, el hijo que tanto cuidó Chilca, se animó a ponerle nombre y rostro a uno de los represores que participó de sus tormentos: el subcomisario Jorge Soza, jefe de la Delegación neuquina de la Policía Federal.

“Vi sus rasgos, vi sus rulos, dos segundos fueron suficientes para que me acordara toda la vida”, dijo delante del tribunal. “Ya no fue un delito en el aire, al reconocer a Soza, se puede saber con quién más estaba”, valoró Pablo al hablar del valiente aporte de su amigo.

Definido como un impulsor por naturaleza, apoyó la creación de la Cámara de Comercio en Catriel y tuvo activa participación en la Unidad Básica. “Quería que nuestra escuela, la 23, llevara una plaquita diciendo que ahí estudiaron dos detenidos en dictadura”, contó López de Arcaute para hablar de sus anhelos. La apertura de nuevas convocatorias del Archivo de la Memoria rionegrina, para que otros se animen a contar lo que vivieron en esos años, era para Félix una asignatura pendiente.

Con Pablo López de Arcaute, ambos de blanco, en una de las audiencias por el juicio La Escuelita. Foto: Municipalidad de Catriel.

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Con Walter Pérez, de la APDH, en la cobertura periodística del juicio.

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Chilca falleció en octubre de 1992. Foto: Facebook.

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Recuerdo con Noemí Labrune durante el juicio. Foto: Municipalidad de Catriel.

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Días atrás hubo duelo en Catriel por la muerte de Félix Oga, referente en la lucha por la memoria. Testigo en la causa “La Escuelita”, en su momento contó que su liberación se completó gracias a la astucia de su madre, mientras que hoy, el recuerdo de un amigo también exdetenido, lo conectó con sus orígenes en Allen.

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