Trabajando el pan de cada día

Un grupo de mujeres de Bariloche que amasa para donarlo a vecinos.

SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Un grupo de mujeres que sabe mucho de la necesidad propia y ajena comenzó en 1995 a fabricar pan para donarlo a sus vecinos, y recién hace unos meses recibieron el reconocimiento estatal al ser designadas en un plan por el que cobran poco más de 100 pesos por mes.

El grupo solicitaba donaciones de harina y lo necesario para fabricar el pan, pero tenían la satisfacción de saber que podían ayudar a sus vecinos. Así, como si se tratara de un milagro, los panes se fueron multiplicando hasta llegar a mil, y hoy ese grupo también conduce un comedor comunitario que funciona como cocina para mantener la unión familiar.

En los barrios Pilar I y II todavía existe una escuela rural, de esas que comienzan a funcionar en setiembre y donde está próximo a concluir el ciclo lectivo, cuando en la ciudad recién comienzan las clases. Sin embargo, esa población está ubicada a menos de 10 kilómetros del centro de Bariloche y ha sido incorporada al ejido municipal en forma reciente.

Allí funciona desde hace más de un lustro la asociación familiar «El Milagro», en un local que sus propietarios lo facilitan en forma solidaria a un grupo de mujeres del barrio.

Son diez mujeres que trabajan en tres turnos para transformar la harina y el agua en el sabroso pan de cada día. A las 6, cuando todavía es de noche, ingresa el primer grupo para preparar el amasijo. El segundo ingresa a las 8 y comienza a preparar las primeras horneadas, y el tercero termina con la etapa de producción y comienza a entregar el producto a los beneficiarios.

El pan se entrega a la escuela rural de Mascardi, a la del barrio Pilar 2 y al jardín de infantes del barrio 34 Hectáreas. El resto queda para el comedor que funciona en la misma casa donde están ellas, pero tiene la característica de ser un «comedor para llevar». Yolanda Rocha, de 56 años y una de las que tuvo la iniciativa original, sabe que sólo los ancianos y niños se resignan a ir a un comedor comunitario. Los hombres no van porque no quieren perder el resto de dignidad que les permite ser jefes de familia pese a estar desocupados. «Entonces preferimos que las mujeres lleven la comida a la casa para preservar la costumbre de la mesa familiar».

Las diez voluntarias tuvieron que soportar presiones para sostener esa modalidad, pero lograron imponerse por-que no quieren ser manejadas. Algo les da la municipalidad y hay donaciones que les permiten funcionar, pero después de tanto esfuerzo siguen trabajando con un horno familiar. Por eso además de ayuda para continuar con la obra piden un horno o una cocina industrial.

En total reparten 160 porciones de comida y mil panes por día, y también fundaron una salita de primeros auxilios. Ahora reciben 120 pesos por mes de un plan nacional, pero hace más de 5 años que trabajan sin sueldo y quieren seguir manteniendo su independencia.

Quienes puedan ayudarlas con donaciones, un horno o una cocina, pueden llamar al tel. 02944-1556-6131.


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