Un año que todos en la Cordillera quieren olvidar muy rápido

La actividad turística fue nula y, a pesar de que se trató de una crisis sin precedentes, no se registraron quiebras masivas de empresas en Bariloche. Va a ser clave la temporada de verano.

Si algo dejó en claro el año que terminó es que el turismo depende de una intrincada madeja de factores, entre las que pesan en primer término la capacidad económica de los potenciales viajeros, las regulaciones que impone el Estado y también la confianza generada por el contexto general, que en este caso se combinaron para hundir a la actividad en la situación más crítica se recuerde.

La erupción del volcán en 2011 golpeó fuerte en Bariloche y la región y fue considerada hasta no hace mucho como el antecedente más ominoso, ya que redujo el flujo turístico durante julio de ese año a un 40% del parámetro habitual. Aunque ya en agosto se repuso, con una caída del 31%. Se le podrían agregar el brote de hantavirus de la primavera de 1996 y el de gripe A en el invierno de 2009.

Pero la crisis provocada esta vez por la pandemia de covid-19 superó todo lo conocido y el sector experimentó por primera vez un descenso al peor subsuelo, con ingreso cero de turistas durante más de ocho meses.

La hotelería cerrada por completo a lo largo de ese lapso y la gastronomía con una veda parecida –aunque algo más corta–, sumado a la parálisis de un amplio conjunto de actividades asociadas, que van desde las excursiones, el alquiler de autos y el transporte turístico, la producción de chocolates, de cervezas, la venta de artículos regionales, de artesanías y el arte callejero, sintieron el colapso en carne propia.

También una parte significativa de la estructura comercial padeció la desaparición del turismo, porque su dimensión y características apuntan a una clientela que históricamente fue bastante más allá del público local. Entran allí la venta de indumentaria, de productos de camping, los taxis y remises, el expendio de combustibles y muchos de los locales emplazados en la calle Mitre.

El economista especializado en turismo Joaquín Escardó dijo que la evaluación del impacto sobre la actividad fue menos apocalíptica al principio, cuando muchos se esperanzaron con una primera apertura en el invierno. Luego los pronósticos se ajustaron (para peor) a medida que se extendía la prohibición absoluta de viajar y el cierre del tránsito aéreo, que recién se comenzó a flexibilizar en octubre. El turismo quedó habilitado a comienzos de diciembre, salvo una prueba piloto intraprovincial, de muy baja escala, que empezó unas semanas antes.

Según Escardó, se cumplieron en definitiva “las peores estimaciones” y según su cálculo, la desaparición del turismo dejó para Bariloche una pérdida de facturación para el período marzo/diciembre en torno de los 15.400 millones de pesos.

Quebranto

15,40
millones de pesos se estima que dejó de facturar la ciudad de Bariloche debido a la pandemia y la necesaria cuarentena.

La caída de pernoctes también se mide en millones, y la recuperación, si bien ya está en marcha, puede demandar “no menos de un año” hasta volver a una cierta normalidad, según evaluó el especialista. Dijo sin embargo que la palabra/síntesis del momento es “incertidumbre”, y que la aceleración de la actividad turística no está asegurada de ningún modo, porque depende de factores tan inasibles como una eventual segunda ola de contagios, la efectividad de la vacuna, la ampliación de la conectividad y la capacidad económica de los viajeros.

Escardó admitió que el cierre total de la hotelería durante tantos meses es una experiencia sin ningún precedente y que el aporte del Estado, vía ATP y créditos subsidiados, fue clave para evitar un daño mucho mayor.

Algunos operadores del mercado turístico aseguran que llegaron al límite y dicen que el verano será su prueba de supervivencia. Si la demanda no supera al menos la mitad de ventas de una temporada normal, muchos tendrán destino de cierre entre marzo y abril.

La federación nacional que agrupa a las empresas de hotelería y gastronomía emite periódicos informes que le ponen números a la magnitud de la crisis. El último, cerrado al 30 de septiembre, señala que en la comparación interanual con 2019 la caída de la economía en todo el país a nivel general fue para ese mes del 6,9% y en hotelería y gastronomía alcanzó el 59,5%.

Por el sótano

La tasa de ocupación hotelera en septiembre apenas alcanzó el 7,3% (es un dato nacional, porque en Bariloche en esa fecha estaba todo cerrado), las “pernoctaciones” cayeron un 96,3% respecto del año anterior y los viajeros nacionales un 96,5%. El objetivo de la cámara empresaria fue poner en evidencia que el turismo fue la actividad económica más golpeada por la pandemia y que no podía subsistir sin ayuda extra del Estado, que se canalizó luego de aprobada una ley específica.

El balance, en definitiva, es muy negativo, con el agravante de una perspectiva que no asegura un “rebote” de la dimensión esperada en el corto plazo.

Estudiantes ausentes

Un segmento clave para Bariloche es el turismo joven. Este año estaba asegurada la llegada de unos 90 mil visitantes, que garantizan alto nivel de ocupación durante casi un semestre en los hoteles que trabajan con egresados. Esa inyección de recursos se perdió casi por completo.

Sólo en el último mes la ciudad recibió a unos 250 chicos a modo de “prueba piloto”, y con resultados preocupantes, ya que algunos habrían llegado con coronavirus y ocultaron esa condición.

El golpe dado por la falta de turismo estudiantil fue muy notorio en materia de empleo, ya que es valorada como una modalidad generadora de muchos puestos de trabajo temporarios. La cancelación total de los viajes de egresados, obligada por las medidas sanitarias, fue algo que la ciudad no había experimentado en los últimos cuarenta años, ya que incluso en la crisis del volcán el sector mantuvo su fidelidad con Bariloche.

Otro público que extrañan muchos los operadores es el turismo extranjero, que en los últimos años representó un 18,5% del total, aunque el peso específico es mayor por su alto poder de compra, en especial los europeos que viajan todo el año y los brasileños que llegan en invierno atraídos por el producto nieve.

A pesar de esa dura realidad, la gran mayoría de las empresas se mantiene en pie y muchas volvieron a abrir en la primera quincena de diciembre, con apuestas a asegurar un verano de movimiento “medio”. Incluso algunos grandes hoteles mantuvieron sus inversiones programadas de mejoras y ampliaciones.

Escardó dijo que en enero la perspectiva es que se va a trabajar “al 40%” pero ya para febrero las reservas son magras, a diferencia de lo habitual para esta época.

Los prestadores turísticos recibieron auxilio estatal por distintas vías para sostener en pie sus emprendimientos, pero la distribución no fue del todo eficiente y se cortó cuando la actividad todavía está postrada y sin recuperación a la vista. Ahora pugnan por extender el beneficio del ATP.

Según Escardó, “el Estado jugó bastante fuerte y las políticas de sostenimiento fueron buenas, pero debieron gestionarse mes a mes, porque nadie puede saber cuánto se extiende todo esto”. Dijo que los créditos sirvieron y otra ayuda que el gobierno nacional debería aplicar es “una extensión del período de gracia”, al menos hasta que pase el verano.

En Bariloche hasta ahora no se registraron quiebras significativas y tampoco se observa un fenómeno de “concentración” económica, precipitado por la crisis. Señaló que en hotelería abundan las “pymes familiares”, lo mismo que en transporte y excursiones. Dijo que esas firmas soportan las pérdidas de otro modo y es más difícil que caigan en un quebranto de tipo legal.

Explicó que el trato con el pasajero es personal, juegan los miedos, la incertidumbre y nadie sabe bien qué criterio aplicar. “Desde conceptos como la psicología del consumidor, es muy difícil operar un momento así. Es muy difícil de trabajar con campañas –aseguró–. Se cierran las fronteras, aparecen otras cepas del virus. Son todas cosas que juegan en la decisión del viaje. Es realmente complejo”.


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