Un paseo por el arte rupestre de la zona

Pocos rionegrinos conocen la existencia de pinturas rupestres en cavernas de distintos lugares de la provincia. Este libro, recientemente editado por investigadores que se desempeñan en el Estado provincial, resume desde los primeros antecedentes hasta los

El cerro Leones, el cerro Carbón y la Cuesta del Ternero son algunos de los sitios en que los antiguos pobladores del territorio rionegrino han dejado su huella de pinturas rupestres, ese arte testimonio de estilos de vida y de preocupaciones que el presente insiste en escudriñar. Pero también la Región Sur provincial tiene sitios que los expertos han relevado y documentado con rigurosidad.

Estos relevamientos están descriptos en una nueva publicación científica, que complementa el tríptico dedicado hasta ahora a Las Mesetas Patagónicas editado por un equipo de investigadores que en su mayoría se desempeñan en distintas reparticiones del Estado provincial rionegrino.

El libro «Arqueología de Río Negro» reúne los trabajos hasta ahora inéditos de Carlos J. Gradin, Ana María Aguerre y Ana M. Albornoz, y avanza sobre una materia de escasa difusión con rigor científico y la pasión que sólo muestran quienes aman su profesión.

Carlos J. Gradin, topógrafo de formación original que luego se especializó en arte rupestre y arqueología, trabajó para el Conicet y colaboró en distintas etapas desde 1971 con el entonces Centro de Investigaciones Científicas de Río Negro –CIC-.

Desde las primeras observaciones sobre piedras dibujadas o «walichu» que el perito Francisco Pascasio Moreno documentó en s viaje a la Patagonia septentrional en 1876, hasta las propias observaciones que realizaron sin que importaran las dificultades orográficas y el rigor del clima patagónico, Gradin, Aguerre y Albornoz reseñan en el libro los sitios arqueológicos de la provincia, especialmente los ubicados en la meseta de Casa de Piedra, Somuncurá, El Cuy y el Bajo del Gualicho.

Prologa la edición el paleontólogo y arqueólogo Rodolfo Casamiquela, quien pondera a Gradin señalando: «Admiré y hasta envidié a este hombre humilde, de a caballo, insensible al frío y la fatiga», destacando que «en los foros científicos nacionales e internacionales en los que participó a lo largo de su fecunda vida» fue reconocido como «arqueólogo 'honoris causa' en el consenso de sus pares».

La excelencia profesional de Gradin, quien falleció sin ver publicado el libro, en marzo de 2002, pero habiendo dejado releídos y pulidos los textos en él incluidos, es ponderada también por Ana María Aguerre, quien destaca en su prólogo la capacidad que tuvo de admitir que el enfoque que seguían no era el correcto y cambiar las hipótesis que guiaban sus exploraciones y búsqueda de material arqueológico. Esto lo referenció en que, lo que en un momento interpretaban como yacimientos o «industrias», es decir, asentamientos en que se trabajaban los materiales en la antigüedad, luego reinterpretaron como «canteras», es decir sitios donde había materia prima apta y a los cuales los talladores recurrieron en distintos tiempos, dejando testimonios de distintas épocas.

El primer capítulo del libro es el trabajo «Investigaciones arqueológicas en el Cañadón Santa Victoria. Meseta de El Cuy, Río Negro» por Carlos J. Gradin y Ana M. Aguerre, que analiza en detalle los hallazgos en Puesto Martínez y en Puesto Paineman.

Lo siguen tres trabajos relacionados con el arte rupestre en la provincia, los dos primeros, de Carlos J. Gradin. El primero es «Arte rupestre de la Provincia de Río Negro», que expone acerca de los antecedentes de la investigación y observaciones, y vincula los hallazgos en la provincia con el panorama del resto de la Patagonia. El segundo es «Nuevos sitios: el Bajo del Gualicho, Yamnago (Somuncurá) y otro con arte rupestre», en el cual se detallan las observaciones en El Bajo del Gualicho, La Piedra del Gualicho, Manantial Ramos Mexía, La Pintada de Corral Curá (Somuncurá), Vacalauquén y Yamnago (Somuncurá).

Completa el libro el trabajo «Estudios recientes del Arte Rupestre en la Provincia de Río Negro (desde 1970 a la actualidad)» por Ana M. Albornoz, que incluye datos y observaciones sobre el Oeste de Río Negro -la estepa, el área Pilcaniyeu y el área Alicurá-, el bosque, el sudoeste de Río Negro y palabras finales y notas.

 

Las observaciones

 

Relata Gradin en el trabajo las primeras observaciones -que siguieron tras largo lapso a las del perito Moreno- efectuadas en 1932 por Tomás Harrington y entre 1952 y 1957 por Menghin.

De este autor, destaca su certeza de que «el arte rupestre de nuestra zona descuella por la abundancia de grecas y motivos labertínticos que nada tienen que ver con los araucanos (como se suponía antes) sino que representan un típico elemento cultural de los tehuelches septentrionales, quienes los formaron probablemente sobre la base de influencias irradiadas desde el noroeste argentino. Al lado de las pinturas laberínticas, existen otras modalidades artísticas en la provincia; una de ellas son pinturas con multitud de símbolos ya simples, ya complicados, entre los cuales figuran posiblemente también obras araucanas», agregando que aparecen también «ciertos motivos de origen incaico, por ejemplo la 'clepsidra'».

Pondera Gradin las observaciones de Rodolfo Casamiquela, en su gran mayoría alimentadas por fuentes directas de ancianas mesticas araucanas tehuelches. Entre otras, cita las de las Sierra Apas, de «evidente carácter arcaico, con posibles representaciones de trampas de caza y boleadoras, complementadas por largas series de puntos y de concentraciones, y por otro las de carácter reciente que pueden incluirse en el canon histomorfo (Cañadón Sandoval, Cañadón del Sapo, Angostura de Cides, El Pineral, Yuquiche, Ramos Mexía, Sierra La Ventana), entre las que se destaca el dibujo de un 'hacha ceremonial' cuya representación se confirma en otros sitios».

Según Casamiquela, en un radio de 15 leguas en torno de Jacobacci hay no menos de una docena de yacimientos de pinturas rupestres.

La piedra pintada de Mamuel Choique es una de los registros de la provincia que más ha trascendido, ya que fue presentado por Gradin en el Segundo Simposio Internacional Americano de Arte Rupestre celebrado en Hánuco, Perú. En ella –como ejemplo de un «santuario» aborigen, se superponen las diversas modalidades del arte rupestre nordpatagónico: símbolos geométricos simples, líneas meándricas -designados «caminos perdidos» a fin de distinguirlos de los auténticos laberintos europeos o americanos-, figuras escalonadas de tipo «greca», cruciformes o no, guardas integradas por zig zag y círculos, etc. Entre los colores utilizados se destacan el rojo, el violáceo y el amarillo.

En cuanto a los nuevos hallazgos de sitios en Río Negro, relevados por Gradin y reseñados en 1999, se encuentran varios en el Bajo del Gualicho –entre ellos la «Piedra del Gualicho», el Manantial Ramos Mexía, la Pintada del Corral Curá (en Somuncurá), en Rinconada Catriel, en Vacalauquén y en Yamnago (en Somuncurá).

En el trabajo final incluido en el libro, Ana M. Albornoz destaca lo hecho y las conclusiones a que los estudiosos han podido llegar respecto de la cultura y costumbres de los antiguos pobladores de estas tierras. Y añade: «pero la tarea que nos queda es aún enorme, esperemos contar con el apoyo de todos para avanzar en el conocimiento y preservación del pasado que hace a nuestras raíces. En una sociedad multicultural como la nuestra, lo único que nos puede unir es el reconocimiento de una tierra y una historia en común y el respeto por las manifestaciones de quienes nos precedieron, en especial aquellas que fueron sagradas como el arte rupestre y que deben constituir la parte fundacional, basada en los pueblos originarios y sus descendientes actuales, para lograr plasmar una identidad rionegrina».

 

Alicia Miller

amiller@rionegro.com.ar

Nota asociada: Las mesetas patagónicas, una serie para conocernos más  

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