Una caminata por el Sendero de los Dioses

Al sur de Italia, un trekking en la costa amalfitana, de Bomerano a Positano, garantiza un recorrido con increíbles vistas al mar, a los caseríos que parecen colgados de las laderas y una picada para el recuerdo en la casa de Antonio, que abre sus puertas a los viajeros.

Martín Espil. Italia. Especial

En primer lugar hay que aclarar que no se trata de nada místico ni de una procesión religiosa. Los italianos le ponen pasión a todo, a los nombres también. Y más al sur, más pasión. Aunque, tal vez, si los dioses salieran de caminata seguramente andarían por ahí.

Con solo un par de horas desde el bullicio de Roma la Freccia Rossa nos lleva a Salerno, un poco más al sur de Nápoles, donde la cara sur de la península sorrentina da comienzo a la costa amalfitana.

El próximo paso es llegar a Amalfi. Visto en el mapa, escasos 15 km la separan de Sorrento. Primero pareciera que podría ser una caminata, pero la distancia por el camino, que tiene infinitas curvas, son 45 km. Además, es imposible caminar o andar en bicicleta en una ruta por la que en algunas oportunidades hay que trepar a la baranda para que pasen dos vehículos al mismo tiempo. Y para peor, llena de italianos que la misma pasión que ponen a todo la ponen a la velocidad de lo que conduzcan.

La opción más barata es el bus urbano en el que va tanta gente que uno debe subir por la puerta de atrás y nunca llega a pagar el boleto, que ronda los dos euros. Lo que sigue: frenadas, aceleradas, curvas, subidas y bajadas por más de una hora en un micro repleto mientras su conductor por momentos parece querer batir un récord de velocidad. Pero luego, cuando cruza a un colega en un paso ajustado se saludan y abrazan a través de las ventanillas como si fueran hermanos separados en la niñez.

Una mejor que la otra. En este lugar, cada foto supera a la anterior.

Mejor tomar el ferry (cuesta 8 euros) y dejar la experiencia del viaje en colectivo para llegar de Amalfi a Bomerano, donde el micro no va tan lleno y se puede disfrutar del paisaje.

El pueblo de Bomerano está al centro en la parte alta de la península sorrentina. El chofer del micro se encarga de avisar que llegamos a la parada del centro de Bomerano y la dirección en que debemos caminar para llegar a la Iglesia.

La plaza no es mucho más grande que un patio de nuestras casas. Y los parroquianos del café frente a la iglesia parecen estar ahí con una única función: indican con amabilidad (en tono alto para que entendamos pero hablando muy rápido en italiano) el inicio del sendero; afortunadamente, el lenguaje de señas es universal.

Punto de partida. Aquí comienza el recorrido.

La caminata comienza con un breve recorrido urbano, luego un gran cartel señaliza el inicio del sendero. Caminando por la parte alta de ladera de la montaña las vistas del mar tirreno son inmejorables, en cada curva del sendero se abren nuevas postales que la vista no alcanza a abarcar en cada mirada.

El mar Tirreno. Omnipresente.

En la primera mitad el esfuerzo para hacer la caminata es llevadero: hay escaleras rudimentariamente talladas en la piedra partes de tierra, roca, subidas y bajadas, pero se va descendiendo lentamente en un terreno variado. ¿La mayor dificultad? Dejar de mirar el paisaje para ver donde uno pisa.

Abajo, salpicados en la ladera verde, algunos pueblitos y caseríos que parece que se caerán al mar. La primer bifurcación a Praiano está bien señalizada y merece un alto para reponer energía y sacar unas fotos. El sendero continúa en altura y estando a mitad de recorrido y pensando en picar algo aparece incrustada en la roca de la ladera de la montaña la casa de Antonio.

Caseríos de montaña, otra de las postales inolvidables.

Al llegar un grupo de personas en la única mesa debajo de un techo de pajas frente a la casa mantiene una conversación muy animada en tres idiomas simultáneos, mientras disfrutan de unas tablas de fiambre y toman vino de una especie de damajuana.

Antonio, quien resultó ser el dueño de casa, se levanta, se presenta y extiende su mano, me pregunta mi nombre y procedencia y después de un cálido abrazo me presenta todos y me invita a compartir la mesa.

La casa de Antonio. Charla y picada de cara al mar.

Ya sentado le pido una carta o información respecto al menú y sin atender a mi reclamo me ordena que me quede sentado: afortunadamente otro comensal me explica en castellano que Antonio decidirá que traer y uno le paga lo que quiere.

Antonio llega con una tabla con corazones de alcaucil, queso de cabra, jamón y tomates. Sirve vino. Se escuchan charlas en tres idiomas. Uno paga lo que quiere.

Recuerdos de un turista

Después de una breve introducción con los comensales de la mesa llega Antonio con una tabla con corazones de alcaucil, queso de cabra, jamón y tomates, me sirve un vaso de vino, se sirve el suyo y comienza una charla como si fuéramos viejos amigos mientras disfrutamos sentados a la mesa de una de las mejores vistas de todo el recorrido.

Pagando el precio de haber matado la sed con un rico vino, el camino continúa bajando levemente y a la vuelta de una curva aparece la primera vista de Nocelle. Balconeando, aparece la playa Positano, pero faltan unas dos horas para llegar. La senda sigue bajando suavemente y de repente pasamos de la senda agreste a estar caminando por Nocelle.

¿Cuánto cuesta?

8
euros el ferry que une Amalfi con Sorrento. El colectivo cuesta dos euros, pero va lleno y tarda más.

Quienes no puedan caminar más tienen la opción de tomar un colectivo en Nocelle, pero reponiendo energías en un puesto de jugos naturales estratégicamente ubicado frente a la plaza se está en condiciones de empezar a bajar por “la escalera”.

Dicen que son 1700 escalones (no los conté pero sí que son muchos) en cada vuelta el mar se acerca pero nunca lo suficiente hasta que finalmente aparece la calle y ya estamos en Positano.

La vuelta a Salerno es obviamente en ferry, disfrutando la increíble vista de la península desde el mar y tratando de encontrar señales de la senda. Usando el zoom de la cámara, en la parte alta de la montaña aparece la casa de Antonio.

– Dedicar no menos de cinco o seis horas a la caminata.

– Llevar zapatillas cómodas.

– Cámara de fotos (la lente del celular no es suficiente).

– 1 litro de agua.


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