Una dura travesía solidaria por la Patagonia profunda

La organización Viajes Solidarios y el grupo 4Wheeleros del Sur unieron esfuerzos para llevar donaciones a Mencué, distante a casi 230 kilómetros de Bariloche. Tuvieron que hacer en dos jornadas el recorrido porque un temporal de nieve no los dejó llegar la primera vez a destino.

Redacción

Por Redacción

La nevada que caía esa madrugada sobre Bariloche anunciaba una jornada complicada. Nadie imaginó que horas después se transformaría en un furioso temporal al que nadie podría doblegar en la meseta patagónica.

Agustín Jaúregui estaba entusiasmado. Era la primera travesía solidaria al volante de su camioneta Isuzu, modelo 1993, que había logrado comprar hace poco tiempo. Por eso, en la víspera cargó unos 600 kilos de leña en la caja del automotor destinada a pobladores de Laguna Blanca, Mencué o Pilquiniyeu del Limay.

Para esta travesía se habían anotado 15 camionetas para transportar alimentos, ropa de abrigo, medicamentos y leña a familias de esos alejados parajes.

Una vez más, Marcelo Bearzi, impulsor de Viajes Solidarios, y el grupo 4Wheeleros del Sur unieron esfuerzos para ir en ayuda de familias de parajes y pueblos de Río Negro.

Marcelo recorre desde el segundo semestre de 2011 parajes y pueblos con el único objetivo de tender una mano. El propósito es llevar ayuda donde se necesita. No hay otro.

La caravaba solidaria emprendió el 9 de julio el viaje por la meseta patagónica. (Foto Alfredo Leiva)

Sin embargo, este viaje era especial, porque llegaban a los 120. El grupo viaja cada invierno a alguna población de la Linea Sur rionegrina con donaciones. “Es cuándo más se necesitan las cosas”, explican.

Pero este invierno es diferente. A los temporales de nieve se suman las consecuencias de la pandemia, causada por el coronavirus. Era necesario redoblar los esfuerzos.

Por eso, el grupo organizó semanas antes con esfuerzo propio la venta de un bono solidario para reunir fondos y comprar alimentos para entregar a las familias. Los miembros del grupo confeccionaron y se tomaron el trabajo de vender los bonos. Reunieron, según relató Marcelo en su cuenta de Facebook, 82.500 pesos.

La odisea comienza

El día previo, se cargaron las camionetas con los alimentos, leña, ropa y otros artículos. Los baúles y cajas estaban a tope. Las camionetas salieron minutos después de las 7.30 desde Dina Huapi. Era 9 de julio y Bariloche y Dina Huapi dormitaban ese feriado.

“RÍO NEGRO” los acompañó. La caravana avanzó por la ruta nacional 23 con una visibilidad de muy pocos metros por la nieve que caía sin tregua.

El grupo se comunicaba por radio para alertar sobre el estado del camino. Hacía mucho frío. La odisea recién comenzaba.

No era la primera vez que Walter García viajaba con malas condiciones climáticas. Contaba que el invierno pasado habían viajado a Ñorquinco por la ruta que sale del aeropuerto y que conduce a Las Bayas. Demoraron casi 12 horas en llegar, porque hubo una camioneta que se rompió.

Los caminos de meseta patagónica hacen sufrir hasta las camionetas doble tracción. Y mucho más en invierno. Walter recordaba que habían regresado de Ñorquinco alrededor de las 4 de la madrugada a su casa. Pero nadie se quería perder el viaje solidario 120 con Marcelo. Y mucho menos ahora cuando las personas de esos parajes necesitan más que nunca. “Mientras más difícil, mejor”, expresaba, riéndose, Walter, al volante de su camioneta 4×4 modelo 1998.

El conductor de la camioneta que encabezaba la caravana alertaba sobre la acumulación de hielo sobre el camino y recomendaba precaución. Todos respondían afirmativamente a su turno. Walter conducía concentrado. Las luces de la camioneta buscaban con ansiedad la huella que dejaba el automotor que iba delante para no perderse. A los costados no se veía nada. La nevada no paraba.

Minutos antes de las 9 comenzaba a amanecer. La nevada era imponente. El grupo dejó atrás Pilcaniyeu y siguió por la ruta nacional 23. Se detuvo y resolvió internarse en la exruta 40 para acortar camino y evitar ir hasta Comallo. Allí, comenzó otra aventura.

A medida que la caravana avanzaba hacia el norte, el temporal era más intenso. Hasta Cerro Alto el camino estaba algo despejado, pero había que circular despacio. El hielo sobre la calzada amenazaba todo el tiempo. El grupo se detuvo frente a la casa de Humberto Merino, que tiene muchos inviernos sobre las espaldas.

Las camionetas se salían de la huella por la abundante cantidad de nieve y el temporal del 9 de julio. (Foto Alfredo Leiva)

El castigo del viento blanco

El hombre advirtió que no se podía avanzar por un camino vecinal. Observó que el temporal era demasiado intenso. Se corrió la voz con las recomendaciones del criancero. Pero la caravana ya estaba a medio camino. Y el grupo resolvió continuar por ese camino inhóspito hacia Laguna Blanca. El hombre se quedó observando como las camionetas se alejaban.

Los próximos kilómetros fueron tremendos. Comenzó a azotar un temporal de viento blanco que no permitía observar la huella. A los costados había por lo menos medio metro de nieve. O tal vez más.

Las camionetas cargadas intentaban avanzar abriendo camino, pero solo recorrían unos metros y se quedaban atascadas. Fueron casi 3 horas de esfuerzo, porque se salían de la huella y quedaban enterradas en la nieve profunda. Hubo que sacarlas con lingas y malacates. Y palear mucho. En un loma no se pudo avanzar más.

El viento blanco era muy fuerte. Era como si decenas de alfileres castigaran las manos y la cara, que además dolían por el frío. La temperatura era de 5 o 6 grados bajo cero.

El grupo resolvió que no se podía seguir adelante. Faltaban por lo menos 25 o tal vez 30 kilómetros para llegar a Laguna Blanca y el cielo anunciaba que la situación no mejoraría.

Girar las camionetas en esa huella fue otro problema. La nieve y el hielo tornaban casi imposible la maniobra. Se enterraba en la nieve una camioneta, se lograba liberarla con los malacantes, las lingas y empujando, y se atascada otra. Hasta que pudieron girar pasó casi una hora.

Agustín sufría con su acompañante. La calefacción de su camioneta funcionaba a medias y no lograba desempañar el parabrisas. Los anteojos se le nublaban y todo se hacía más complicado. Se salió de la huella varias veces. Hubo que sacarlo hasta con doble malacate por el peso de la leña.

“¡Avancen!, ¡avancen!”, pedía uno de los conductores por la radio. “¡Ahí va Marcos a sacarlo a Agustín!”, avisaba otro. “Se cayó ahora Daniel que avance alguno que tenga malacate”, pedía otro muchacho del grupo.

“¿Cómo está el panorama adelante?”, preguntaban los rezagados. “Por el lado izquierdo está más firme”, informaba el conductor que encabezaba la caravana.

Walter se quedaba para ayudar a sacar a los últimos. Después de mucho esfuerzo, la caravana regresó al campo de Don Merino. Un zorro colgaba en un alambrado como una advertencia.

Humberto Merino, poblador de Cerro Alto, con muchos inviernos sobre las espaldas. (foto Alfredo Leiva)

La sabiduría de Don Merino

El grupo paró en ese punto. Don Merino salió de su casa. Una sonrisa se le dibujó en su rostro curtido y bigote canoso cuando observó la caravana de regreso. “Tenía razón usted no se podía avanzar”, le dijo al pasar uno de los conductores.

El hombre dijo que tenía 83 años. Pasó muchos inviernos duros en Cerro Alto. “Este invierno me hace acordar a las nevadas del sesenta (en el siglo pasado)”, apuntó el hombre. “Las que lo sufren mucho son las ovejas”, lamentó. Explicó que por la nieve no hay alimento y las ovejas tampoco pueden avanzar. Se entierran.

Los caballos sufren y se agotan en la nieve profunda. Por estos días el forraje es vital. “En la nevada del 84 se me murieron como mil ovejas; no se podía salir ni a caballo. Hubo como un metro de nieve”, recordó. Su esperanza es que la nieve abundante será beneficiosa para la tierra. Hace muchos años que las lluvias escasean por esta zona de la meseta.

“Después va a estar muy bueno el campo, porque va a haber mucha agua para los animales”, vaticinó Don Merino y se despidió. La caravana continuó su viaje por la exruta 40 en dirección a la ruta nacional 23. El barro arcilloso generaba que las camionetas se deslizaran de uno lado al otro del camino.

El hijo de Don Merino arriando las ovejas antes de que el temporal las deje aisladas. (Foto Alfredo Leiva)

La primera vez

“Es la primera vez que no hemos podido llegar a destino”, se lamentaba Walter. Nunca había pasado. Pero no se podía seguir. Agustín se había quedado sin parabrisas y había improvisado con su compañero de viaje, Santiago Palmeiro, uno manual para poder observar la ruta. Además, una de las camionetas lo había embestido en la parte trasera.

Decidió que era el momento de volver a Bariloche. Una parte del grupo regresó a las 19 a Bariloche, casi con el tanque vacío. La otra parte pasó por Paso de los Molles y volvió a las 23 de ese 9 de julio pasado. Se prometieron regresar el domingo 12 de julio. Pero por otro camino.

El sábado de la semana pasada volvieron a cargar los tanques de combustible. Y al día siguiente, el grupo de Bariloche se reunió en la única estación de servicio de Dina Huapi y salieron antes del alba a la ruta. Esta vez fueron 14 camionetas.

Avanzaron por la ruta nacional 23 en dirección a Comallo. El clima esta vez fue propicio. Mucho hielo sobre la ruta, pero el cielo estaba despejado.

El grupo volvió a la ruta el 12 de julio pasado con la misión de llegar esta vez sin temporal al destino. (Foto Gentileza)

Walter relató que llegaron alrededor de las 10 a Comallo. Allí, cada una de las personas del grupo tuvo que cumplir el estricto protocolo sanitario. Por eso, hubo una demora de varias horas. También encontraron personas molestas por la presencia de una caravana, procedente de Bariloche, donde hay circulación comunitaria del virus. En estos tiempos de pandemia todo complica.

Los últimos salieron cerca de las 13 de Comallo. Se reagruparon y avanzaron por la ruta provincial 67 que tenía mucho hielo.

Walter contó que a unos 20 o 25 kilómetros de Laguna Blanca “no había más huella por la nieve”. Relató que el grupo tuvo que palear como 500 metros para poder abrir camino. Mujeres y hombres y hasta algunos de los chicos ayudaron. Falta mucho por hacer. Había unos 80 centímetros de nieve. “Fue la parte más difícil”, relató Walter.

La nieve cubrió toda la meseta patagónica y los caminos. (Foto gentileza)

Otra complicación

Cuando lograron llegar a Laguna Blanca. El comisionado puso condiciones para recibir las donaciones. La palabra Bariloche está asociada al coronavirus en esos lugares. Causa temor. No esperaban encontrarse con esa situación, Pero siempre hay sorpresas en los viajes.

El grupo resolvió seguir adelante. Optaron por marcharse y evitar las discusiones. La idea de dejar todo en Laguna Blanca y regresar estaba descartada.

Resolvieron ir a Mencué, distante a unos 50 kilómetros. Arribaron casi de noche. Pero la bienvenida fue diferente con el comisionado, los vocales y la gente del pueblo. “Nos recibieron con los brazos abiertos”, valoró Walter.

En el gimnasio descargaron 40 bolsas de harina, decenas de kilos de yerba, de azúcar, de arroz, paquetes de fideos, bolsas cebollas y mucha ropa de abrigo. Agustín después de cuatro días pudo descarga la leña.

Los pobladores les ofrecieron agua caliente. Hasta los invitaron a quedarse a dormir. Pero el grupo resolvió retornar a Bariloche porque todos trabajan. Llegaron a las 0.30 del lunes.

Agustín Jáuregui rumbo a Laguna Blanca y Mencué. (foto Gentileza)

El más difícil, pero el más lindo

“Fue el viaje más difícil, pero el más lindo”, afirmó esta semana Walter a RÍO NEGRO. “Uno se siente feliz de poder llegar con los alimentos. Costó mucho llegar, pero realmente la gente de Mencué necesitaba las cosas”, sostuvo. Dijo que el lunes salió otra caravana con una donación de medicamentos hacia Ingeniero Jacobacci.

“Uno no lo hace para que te agradezcan, pero si lo hacen, te sentís bien”, admitió. Las críticas que reciben de algunas personas en redes sociales molestan. Explicó que son dos pasiones: salir a la aventura y ayudar a la gente que la pasa mal.

Esta vez el viaje solidario 120 demandó el doble de combustible que paga cada uno de su bolsillo. Fueron más de 10 mil pesos porque hicieron dos viajes. Nadie se queja. Agustín tendrá que pagar las reparaciones de su camioneta.

“A ninguno del grupo le sobra nada. Pero hay gente que le hace falta más que a mí y vamos porque nos gusta y le damos una mano a Marcelo”, resumió Walter, que fue uno de los responsables de sumar a Agustín al grupo.

En su primer viaje como copiloto, Agustín entregó el año pasado unas botas y un sombrero que Walter había comprado un día antes. En el entusiasmo de descargar cosas, pensó que eran parte de las donaciones. Todavía se ríen de esa anécdota. O aquella emoción que sintió un anciano que vivía solo y les agradeció que lo hayan visitado antes de una Navidad para llevarle pan dulce. Son recuerdos imborrables.

Es una experiencia muy linda. Llevarle cosas a la gente que no tiene nada”, explicó Agustín. “Cinco veces me enterré en la nieve porque no veía el camino”, contó. “Yo tenía ganas de hacerlo”, afirmó. No importó el frío.

“La gente se da cuenta que no hay nada político en esto, que se hace por solidaridad”, aclaró Agustín. “Cuando descargamos todo en Mencué sentí un alivio”, comentó. Esta semana tuvo que dejar su camioneta para repararla. Quiere ponerla a punto otra vez, porque el grupo se propuso recolectar juguetes para festejar el Día del Niño en Pilquiniyeu del Limay. Será otro viaje y una nueva historia para contar.


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