Una gran trucha, un pescador audaz y la Boca del Limay en un relato memorable

"No es la trucha más grande que pesqué, ni la que más peleó. En aquél momento, al ver la foto llegaron a decir que pesaba 9 kilos, cuando la verdad es que no sé si llegaba a los 6. Pero la historia es inolvidable y con testigos que no me dejan mentir”, escribe Efrain Castro, pescador e instructor de pesca con mosca y autor de varios libros sobre la materia, que comparte aquí un maravilloso texto.

Efrain Castro es pescador con mosca desde 1987, instructor desde 1995, ha escrito varios libros sobre la materia y dictado clases en más de 60 ciudades de Argentina a unos 3.000 alumnos. Lo que leeremos a continuación, es un extracto de su manual para el pescador titulado “Pesca con mosca para los argentinos”, publicado en 2007, reeditado dos veces y declarado por el Senado de la Nación como “De interés educativo”. Sobre la historia, nos dice: “Cada tanto me gusta recordar este día. No es la trucha más grande que pesqué, ni la que más peleó. En aquél momento al ver la foto llegaron a decir que pesaba 9 kilos, cuando la verdad es que no sé si llegaba a los 6. Pero la historia es inolvidable y con testigos que no me dejan mentir.

12 de Abril de 2011, 5:45 am. Escucho al “Pela” Amadeo entrar al bungalow.

– Arriba jipi.

Me cambio, armo un par de vegetales mañaneros, tomo la petaca con whisky, el equipo y salimos a las 6, como estaba previsto. Buscamos a Andrés, otro amigo. Bajar desde Catedral al río con la Toyota nos toma unos 40 minutos. Vemos un accidente, hay un 206 con las ruedas al cielo, un patrullero, un pelirrojo hablando con los milicos y un par de flacas de minifalda y tacos sentadas en el cordón. Todavía es de noche y esquivamos a los alcoholizados en la zona de boliches en pleno Bariloche. Paramos y con los waders puestos entramos a la estación de servicio para comprar café con medialunas. Las devoramos rumbo al lugar de pesca, nada menos que la Boca del Limay. Un gran rival para cualquier pescador que, peso por peso, merece por lejos el mote de “Catedral Argentina de la Pesca con Mosca” desplazando ya al Chimehuín (personalmente creo que tanto en el pasado como en la actualidad). Se trata de un lugar peligroso, de capturas legendarias, sin embargo era apenas mi segunda temporada visitándolo, ya que pasé más de 20 años viviendo a 400 km de allí y por esas cosas de la pesca o el respeto a algunas cosas, nunca le había entrado.

Pasamos Dina Huapi y sorpresivamente para mí Rodrigo gira a la izquierda antes de cruzar el puente, entonces le digo:

– Río Negro.

– Sí, Río Negro.

– Nunca pesqué de este lado, siempre de Neuquén.

– Bueno, hoy vas a pescar.

Bajamos de la camioneta y miro la Boca, veo olas y ráfagas de viento fuertes pero no constantes.

– Pela, mirá como está, estoy con una caña 6, ¿Voy a meter el tiro?

– Si, pa… tranca que vos lo metés, te va a gustar este lado.

Armamos los equipos, terminamos el desayuno con su postre y entramos Rodrigo y yo. Andrés al ver las olas se quedó estático en la orilla, después nos confesó que pensó “estos están en pedo”. Desde la playa hasta el lugar de pesca había unos 60 metros de vadeo que atravesamos casi de noche, con una linterna, entre viento, olas y agujeros en el piso de piedra. Al avanzar se percibían cada vez más acentuadas tres cosas: la profundidad del corte en la roca hacia el nacimiento del río a la derecha, la fuerza de la corriente que empujaba hacia allí y la profundidad en el vadeo.

Algunas olas debíamos enfrentarlas con un salto para que no nos mojaran enteros. Caminábamos sobre “la barda”, una especie de puente incompleto, plano, de roca granítica que se extiende como un abanico a lo ancho de toda la Boca y que, en temporadas secas, llega a quedar casi totalmente expuesto al aire. En este caso faltaba para ese momento y el agua la cubría en su totalidad.

Llegamos con el agua a la cintura a un lugar en el que la claridad apenas incipiente me dejaba vislumbrar un agua blanca a la derecha (el chupón), que lo ubicaba más por su ruido que por verlo y el lago acelerando poco a poco a la izquierda. El viento de la izquierda parecía amainar de a momentos, igualmente era favorable lo cuál me entusiasmó al calcular mis posibilidades de poner un tiro de 30 metros que mi compañero regularmente metía con caña de dos manos, con 14 pies de largo y de overhead. Mientras yo estaba con mi vieja “Nena”, una Loop Grey de 9,6 pies, de una mano para línea 6, tenía un ST/7/S hundimiento 3 con amnesia como running line, un líder de 2 metros terminado en Raiglon 0,33 de resistencia 16 lbs. y la mosca era una Pancora Dubbing Loop oliva, color que elegí por sugerencia de Amadeo. Ya no se podía avanzar dado que la profundidad sobre la barda y la velocidad de la corriente lo hacían muy peligroso. Sin embargo, el “Pela” me muestra algo unos pasos más adelante con su linterna, en el límite del lugar jodido.

– ¿Ves esa piedra?

– ¿Esa blanca triangular?

– Sí… ¿Te animás a subirte?

– Claro boludo, para qué vine…

Esperé a que pasara una ola grande y aprovechando el bajón posterior caminé hasta la piedra y me subí, notando que tiene un sector algo más profundo en el paso justo antes de subir.

– Uy… una plataforma.

Dije con el agua a las rodillas.

– En el segundo tiro metés una vaca.

Dijo Rodrigo, parado a unos cinco metros.

Casi por instinto, aunque había sacado suficiente línea como para un tiro largo, solté apenas unos 15 metros a la cabeza del chupón golpeando el agua con la mosca, porque al ver el lugar supuse que solo una grande podía estar comiendo allí y seguramente sola.

Nada. Al hacer eso escucho:

– Metela en el lago.

Armé el tiro, levanté y en dos casts sentí buena carga. Entraron como 28 o 30 metros de línea en dirección al morro que se destaca sobre la costa neuquina. Un golpe en el reel me indicó un líder seguramente bien estirado. Rápido tomé la línea, puse la caña a 45º apuntando al lago con el brazo totalmente estirado y estripé dos veces muy rápido, moviendo la mosca enseguida. Como respuesta recibí un tirón tremendo que me sacó los dos metros que había estripado, retruqué con dos clavadas fuertes. La caña se bajó hasta casi tocar el agua, sentí el peso del pez por primera vez y empezó a sacar línea a lo largo de la barda, rumbo a Neuquén, ni al lago ni al río, corría por la barda.

Entonces digo:

– Vaca.

Y me responden:

¡Bajá de la piedra!

En un solo flash, recordé un episodio de hacía exactamente un año, el día de mi debut total en ese lugar, pero en la costa de enfrente, sobre Neuquén:

10 de abril de 2010, 8:30 am. Los mismos compañeros, el Pela y yo, ya con el sol tocando el agua después de sacar un par de lindas truchas entre los 3 y los 4 kg. cada uno además de otras que se soltaron. En esa Boca se rotan las posiciones cada 10 minutos. Además de nosotros, había tres pescadores de Bariloche que se habían cansado de ver como nosotros dos clavábamos truchas en todas nuestras entradas mientras ellos no tenían ni un pique. Uno de ellos me llama desde adentro del lago, sin terminar su turno, me tocaba a mi luego así que entré ya sacando línea.

– ¿Qué pasa amigo?

– Nada… ¿me puedo quedar acá para ver cómo las pescás?

– Claro… pero ya es medio tarde y metimos bastante quilombo. Lo que te puedo explicar es lo que me explicaron hoy a mí, porque estoy debutando y es la primera vez que vengo, pero el sol está arriba y se terminó la fiesta, creo.

Así fue como lo llevé a los puntos de vadeo que recién había aprendido y le mostré los tiros, que le parecieron muy largos para su técnica. Le expliqué que en ese lugar era fundamental lograr un tiro lejos.

Hice unos 3 tiros que no me gustaron desde una de las posiciones fuera del chupón y me parecía que se habían alejado un poco, así que decidí entrar sobre la “Piedra Azul”, que en ese momento estaba ya dentro del chupón, en su parte menos caudalosa, con un tiro prácticamente contra corriente, pero que caía sobre la cabeza de las truchas. Meto el tiro, cae, dos estripadas y prendo una grande que corre para el lago sacando línea. Entonces escucho a Amadeo:

– ¡Salí de la barda!

Yo sentía que la trucha no se había clavado, era más grande que las otras pero no estaba bien afirmada, así que con respeto decidí esperar a que pare de correr para clavarla bien con un par de tirones. En esa espera, la trucha decide volver, me afloja, pasa junto al lugar donde la clavé, salta completa sobre la barda, a 10 metros de mi cara, cae y nada hacia el río. Escucho a Amadeo:

– ¡Arriba de 6 ó 7 kilos! ¡Salí de la barda!

Bastaron 10 segundos en el río para que la trucha se metiera entre las piedras y me devolviera una mosca llena de musgo ante 4 testigos, que vieron absolutamente todo. Salgo y lo veo a Rodrigo apoyado en una roca que me dice:

– Muerto.

– Eh, vieja… qué onda.

– ¡Muerto, te dije “salí de la barda” y no me diste bola!

– Es que quería afirmarla, porque…

Las clavás y salís enseguida, si no se te meten al río, ya se te fueron dos así.

Volvemos a 2011, con la trucha prendida del lado de Río Negro:

– ¡Bajá de la piedra, pelotudo!

Ni lo pensé, el recuerdo del año anterior me impulsó y salté de la piedra, pero una ola grande venía. Me agarró justo en la parte honda antes de la piedra y me arrastró al chupón. Entre flotando y resbalando siento que me agarran de la campera, pero otra ola me suelta con su golpe y me manda más adentro, al borde de la barda, sabía que en cuestión de un par de segundos estaría sobre 4 metros de profundidad y gran velocidad de agua. Entonces siento que me agarran del pelo, de las rastas. Logro hacer pie, afirmo el pescado con la caña hacia el lago y empiezo a insultar a Rodrigo, que me seguía arrastrando del pelo innecesariamente, con el pescado sacando línea y dando cabezazos sin parar.

Me doy vuelta y empiezo a caminar para la orilla metiéndole todo el butt de la caña a la pelea, presionando mucho al pez, sin mirar hacia donde él estaba, sino donde yo pisaba. En eso escucho:

– ¡Es enorme!

– ¿Cómo sabés?

Saltó, se pegó un vuelo como de un metro y la ví, es enorme.

– No me saca un centímetro más.

Entonces casi clavé el freno del reel y la presioné caminando hacia la costa. La caña quedó en el límite de su flexión por largo rato. Escucho a Rodrigo:

– Te va a reventar la caña.

– Que se haga mierda o la traiga.

En eso, veo que la línea sale de la barda y se mete a las tranquilas aguas del Nahuel. Pensé: “Cagaste”.

Cerca de allí, a menos de 10 minutos de haberla prendido, lográbamos tomarla de la cola entre las olas y rocas. Rodrigo la levanta y me dice:

– Arriba de los 6 ó 7 kilos. Mirá, el anzuelo está casi enderezado.

Andrés tomó rápidas fotos y la liberé en la corriente, justo donde nace el río.

«Esta foto dice mucho, la estoy soltando y se ve en mi nuca la rasta que todavía tiene la forma del agarrón con que me salvé de salir nadando».


Recientemente Efrain acaba de lanzar con muy buenas críticas y ventas su último manual de pesca titulado “Moscas. Presentaciones y estrategias”, que es de alguna manera la continuación del manual anterior, destinado a principiantes. En él puede encontrarse un desarrollo biológico, técnico y estratégico que ayuda paso a paso al pescador para comprender cómo se ordena la vida en un río y el comportamiento de los peces dentro de ese orden, siempre enfocado técnicamente a resolver los rompecabezas que en el río se presentan al tratar de pescar salmónidos con una mosca.

La tapa del libro.

Actualmente el autor se encuentra abocado en recopilar y escribir anécdotas, historias y relatos de pesca de su autoría para publicar un libro con ellos. Nos dice: “La idea es mezclar la realidad con la ficción, la pesca con la filosofía y hasta la política… un realismo mágico bien robado a García Márquez o Fontanarrosa, entre otros, je. Uno no inventa nada, siempre recrea y deja una pizca de lo suyo”. Para comunicarse con Efrain, buscar en Facebook la página de “Graciela de Naranja Editores”.


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