Una situación humillante
Aunque muchos de los personajes que, antes de fines del 2001, solían afirmarse convencidos de que al Estado argentino le convendría declarar ilegítima la abultada deuda pública para después, decían con unción, emplear el dinero así ahorrado para construir clínicas y colegios o para“luchar contra la pobreza”, ya se habrán dado cuenta de que no entendían nada de cómo funciona el mundo actual, por distintos motivos el gobierno del presidente Néstor Kirchner se siente obligado a reivindicar tácitamente aquella tesis tan disparatada como interesada. Sin embargo, si bien para el consumo interno el gobierno está tratando de actuar como si creyera que negociar “con dureza” es una forma de defender la dignidad nacional y que por lo tanto los acreedores, tanto argentinos como extranjeros, tendrán que someterse a sus dictados, la verdad es que se encuentra en una situación muy humillante. Además de tener que planear los viajes del presidente de tal modo que se reduzca al mínimo el riesgo de que grupos de bonistas extranjeros se las arreglen para que las autoridades locales embarguen su avión, a los estrategas oficiales les es necesario pensar en la posibilidad, acaso remota pero no por eso meramente fantasiosa, de que a algún juez extranjero se le ocurra “embargar al país”, o sea, ordenar la incautación de los bienes, los que por fortuna son escasos, del Estado ubicados en el exterior. Para colmo, según se informa, a ciertos abogados empleados por los llamados “fondos buitres” les encantaría que el presidente Kirchner se viera citado por un tribunal estadounidense para que declarara bajo juramento la ubicación precisa de dichos bienes, plantea que, de prosperar, lo obligaría a elegir entre comparecer y ser calificado de “prófugo”.
Al negarse agresivamente a pagar las deudas del Estado, pues, el gobierno efímero de Adolfo Rodríguez Saá, metió al país en un laberinto pesadillesco del cual le costará mucho salir con su dignidad intacta. Siempre es factible renegociar una deuda señalando, como ha hecho en diversas ocasiones el gobierno actual, que es irracional pasar por alto las posibilidades reales de un empresa o de un país, sobre todo cuando es lícito atribuir sus dificultades a factores imprevisibles. Lo que no puede hacerse, en cambio, es repudiarla por completo sobre la base de teorías pretendidamente ideológicas o de consignas demagógicas acuñadas sobre la marcha a fin de justificar lo indefendible. Tales planteos, tan frecuentes en boca de los políticos y sindicalistas de nuestro país, no tienen ninguna validez jurídica. Antes bien, se parecen a los exabruptos que suelen formular ciudadanos supuestamente respetables descubiertos con las manos en la masa.
Mal que les pese al presidente Kirchner y al ministro de Economía, Roberto Lavagna, nos esperan años de enfrentamientos en los tribunales de Estados Unidos, Europa y el Japón, si bien en este último país es habitual prestar menos atención a la letra chica de los contratos que a las circunstancias imperantes, tradición que debería facilitar la reconciliación del Estado argentino con los muchos bonistas nipones con tal que sus representantes se manejen con inteligencia y se afirmen plenamente conscientes de los errores perpetrados por la clase política nacional. En cambio, como consecuencia de una tradición jurídica distinta, los norteamericanos y europeos propenden a ser decididamente más pedantes, de suerte que es casi inevitable que por lo menos algunos jueces dicten fallos que nos resulten embarazosos. Lo que es peor, en vista de la voluntad comprensible de los abogados de los acreedores de cargar las tintas, es de prever que durante años la “comunidad financiera internacional” se vea entretenida con episodios destinados a subrayar la irresponsabilidad de “los argentinos” y lo inenarrablemente corruptos que son sus dirigentes políticos, lo que no nos ayudará en absoluto a mejorar la imagen del país para que los inversores en potencia se convenzan de que en el futuro todo será distinto y que por lo tanto les convendría reabrir las líneas crediticias por haber desaparecido el peligro de que su dinero sea apropiado por personas que, además de embolsarlo, los sermonearán con altanería como si los tomaran por delincuentes perversos de mentalidad imperialista o jugadores ingenuos que merecerían ser estafados.
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