Vientos favorables

Es de esperar que se inicie pronto el compromiso del gobierno con su propia obra. El país ya perdió demasiado tiempo lamentándose de su suerte.

Para satisfacción del gobierno, el superávit fiscal que se registró en junio – luego de dos años de déficit continuos -, ha coincidido con la llegada atropellada de capitales externos, lo que ha permitido que las reservas internacionales alcancen un nivel récord, dato que sin duda confundirá a quienes vaticinaban que el país se hundiría cada vez más en una trampa financiera. Aunque ambos fenómenos se deben a circunstancias muy especiales que acaso no se repitan en los próximos meses, tanto el presidente Fernando de la Rúa como el ministro de Economía José Luis Machinea prefieren atribuirlos a su manejo de las cuentas nacionales, lo cual es justo: puesto que de producirse un barquinazo financiero en el exterior ellos tendrían que pagar los «costos políticos» locales, tienen derecho a aprovechar al máximo los buenos momentos aun cuando estos sean el resultado de vicisitudes exóticas. Como a esta altura entenderán muy bien, el interés actual de los inversores internacionales por invertir en la Argentina puede tener más que ver con factores ajenos al país que con cualquier medida que haya tomado su gobierno, pero de difundirse la impresión de que todo es consecuencia de sus propios aciertos, el país entero podría cosechar muchos beneficios. Se trata de un círculo virtuoso: el ingreso de capitales mejora la imagen del gobierno, lo cual a su vez sirve para seducir a más capitales.

Desde hace algunas semanas, De la Rúa está esforzándose por convencer a sus compatriotas de que el futuro no pinta tan negro como tantos habían supuesto durante los primeros meses de su gestión, gracias en parte a la voluntad del presidente mismo de hacer hincapié en el estado catastrófico de la «herencia» y en su propia austeridad, y en parte a la ofensiva contra el «modelo» emprendida por una abigarrada coalición de sindicalistas, alfonsinistas y eclesiásticos. Por fortuna, hay motivos para suponer que aquel episodio extraño y contraproducente ya se ha agotado. Aunque los protagonistas de esta campaña no han cambiado de opinión, – pase lo que pasare, nunca lo harán -, los demás se han dado cuenta de lo irracional que sería abandonar un «modelo» antes de disponer de otro capaz de reemplazarlo, de suerte que el gobierno ya no se siente constreñido a hacer pensar que no le gusta para nada su propia estrategia. Es de suponer que en una etapa próxima comenzará a manifestar cierto entusiasmo por lo que está haciendo, pero por ahora se conformará con felicitarse por la prolijidad que a su juicio caracteriza su administración.

Es de esperar que se inicie pronto la etapa del compromiso pleno del gobierno con su propia obra porque el país ya ha perdido demasiado tiempo lamentándose de su suerte y aguardando a que «la crisis» se aleje. Desde mediados de los años noventa, cuando el conflicto entre el presidente Carlos Menem y su ministro de Economía Domingo Cavallo puso fin a un período signado por reformas estructurales, la Argentina ha estado marcando el paso, con los gobernantes negándose a «profundizar el modelo» por miedo a ofender a los sindicatos o a los integrantes del «ala política» de turno. He aquí un motivo por el cual la Argentina no ha podido emular a otros países como Corea del Sur e incluso el Brasil que, a pesar de enfrentarse con problemas aún mayores, han sabido recuperarse lo suficiente como para reanudar el crecimiento. Lo entienda o no la mayoría de los políticos, construir un nuevo «modelo» exige mucho más que un par de medidas espectaculares. Se trata de una tarea difícil y forzosamente prolongada que requerirá los esfuerzos denodados de varios gobiernos. El país sencillamente no puede darse el lujo de perder otro lustro. Tampoco serviría para nada dejarse paralizar por un debate rudimentario en torno a las deficiencias éticas o metafísicas del capitalismo como tal. En las próximas décadas por lo menos la Argentina continuará por un «rumbo» netamente capitalista, por no decir «neoliberal», y la única alternativa a avanzar con energía es hacerlo con lentitud, lo cual, claro está, sólo convendría a los relativamente pocos – entre ellos la mayoría de los políticos y los jefes sindicales – que viven muy bien en el país tal como es.


Para satisfacción del gobierno, el superávit fiscal que se registró en junio - luego de dos años de déficit continuos -, ha coincidido con la llegada atropellada de capitales externos, lo que ha permitido que las reservas internacionales alcancen un nivel récord, dato que sin duda confundirá a quienes vaticinaban que el país se hundiría cada vez más en una trampa financiera. Aunque ambos fenómenos se deben a circunstancias muy especiales que acaso no se repitan en los próximos meses, tanto el presidente Fernando de la Rúa como el ministro de Economía José Luis Machinea prefieren atribuirlos a su manejo de las cuentas nacionales, lo cual es justo: puesto que de producirse un barquinazo financiero en el exterior ellos tendrían que pagar los "costos políticos" locales, tienen derecho a aprovechar al máximo los buenos momentos aun cuando estos sean el resultado de vicisitudes exóticas. Como a esta altura entenderán muy bien, el interés actual de los inversores internacionales por invertir en la Argentina puede tener más que ver con factores ajenos al país que con cualquier medida que haya tomado su gobierno, pero de difundirse la impresión de que todo es consecuencia de sus propios aciertos, el país entero podría cosechar muchos beneficios. Se trata de un círculo virtuoso: el ingreso de capitales mejora la imagen del gobierno, lo cual a su vez sirve para seducir a más capitales.

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