Vivir para ver a Messi campeón

Quienes nacieron  entre los años 60 o 70 en Argentina, han sido testigos de hitos inolvidables de nuestro deporte.
Mojones que abrieron los  impenetrables nubarrones grises a los que nos tiene acostumbrados la vida  social y política desde hace décadas, para ver al cielo en celeste y blanco.


Quienes vienen de aquellos tiempos vieron cómo Daniel Passarella alzó la copa del Mundial   Argentina 78 y Diego Maradona la de México 86.  Casi como un trámite, cinco años más tarde,  festejaron la coronación de la albiceleste en la Copa América de Chile 91 y luego en Ecuador 93.


Son los mismos que  se pegaron el madrugón, para ver  a la electrizante Selección  juvenil  de Japón 79 y que luego llenaran sus barrigas de títulos  con  los pibes de  José Peckerman en Qatar  1995, Malasia 1997 y Argentina 2001; de  Francisco Ferraro en Holanda 2005  o  de Hugo Tocalli en Canadá 2007.


Son aquellos que estuvieron dando el presente  el 28 de agosto de 2004 en que Argentina hizo el doblete más grande de su historia deportiva,  al  obtener las medallas de oro de básquet y fútbol en los Juegos Olímpicos de Atenas.  Deporte, este último,  que repetiría en Beijing 2008.


Estas generaciones, vieron a Guillermo Vilas ser número 1,  aun cuando la ATP nunca lo haya reconocido, y llegar a ser top 3 a Gabriela Sabatini o a Juan Martín Del Potro. Observaron  incrédulos desplomase a  Nino Benvenuti, tras la furibunda derecha de un ignoto Carlos Monzón, pero también supieron de  la corrección del maestro Roberto De Vicenzo, o de varios grandes premios de Fórmula 1  ganados por un tal Carlos Reutemann.


Ya junto a sus hijos,  gozaron de la inmensa generación dorada del Básquet, de las proezas de  Emanuel Ginóbili en la NBA, de la histórica obtención de la  Copa Davis de 2016 en Zagreb o de conquistas más íntimas como las del hockey sobre césped,  Los Pumas, Pareto, Lange-Carranza o Crismanich.


 Momentos únicos que en los amantes del deporte tensaron músculos, apretaron mandíbulas y aceleraron corazones, para soltar riendas,  luego, a  una desbordante emoción.
También son los mismos, que sufrieron las finales de las Copas América 2004, 2005, 2007, 2015 y 2016,  y mascaron contrariados la bronca,  tras los goles de Andreas Brehme en Italia 90 o de Mario Gotze en Brasil 2014.


Pero hay una singularidad en los argentinos de esos tiempos que los hace particularmente privilegiados, y es haber sido contemporáneos de  la sucesión habida entre Diego Maradona y Lionel Messi.  
A tal efecto,  no interesa quién fue el mejor, sino el destacar la providencia de  gozar consecutivamente  de estos descomunales futbolistas,  todos  los fines de semana, durante años.  


Que la jugarreta del destino haya querido que los dos más grandes jugadores de su época hayan surgido uno detrás del otro y desde el  mismo confín de la tierra, es algo tan fantástico como la magia emanada de sus pies.


 A esta altura para muchos resulta perceptible, que estos deportistas han hecho más por el bienestar mental  de los argentinos que  los  dirigentes –sin distinción partidaria– que nos gobernaron por los mismos años.  Que se pueda sostener seriamente una afirmación como esta, demuestra la decadencia de un país donde la pobreza duele, la historia es cíclica y la política miope.


¿Cuánto han aportado estos muchachos a  nuestro humor o a momentos  de  alegría junto a  amigos o familiares? De hacernos sentir que la celeste y blanca  es mucho más que un trapo,  que nos eriza la piel.


Hay una singularidad en los argentinos de esos tiempos, que los hace particularmente privilegiados y es haber sido contemporáneos de la sucesión entre Diego Maradona y Lionel.



Particularmente en el caso de nuestro actual capitán de la selección, ¿cuantos serían capaces de bancarse ser Messi sin descarrilar?,  ¿de seguir siendo el esposo de Antonella y el papá de Thiago, Mateo y Ciro?, ¿de no hacer declaraciones altisonantes?, ¿de  decir aquí estoy, cada vez que se lo necesitó?


Messi, con su forma de ser, ha colaborado significativamente a modificar el paradigma de lo que es ser un triunfador. Ello para quienes son educadores de cualquier deporte, es una contribución inapreciable.
Si la medida para  dejar un legado,  fuera la simple obtención de títulos,  habría cientos de deportistas más destacados que el rosarino. Sin embargo, de muchos de ellos, hoy no recordamos ni su nombre.


Por ello  vivir para ver a Messi salir campeón de América con la selección mayor  y alzar por fin  la copa en el mítico Maracaná, es  un motivo de  inconmensurable alegría.  Pero también, un acto de estricta justicia para un hombre maduro,  que con la pelota en sus pies… nunca dejó de ser niño.
Un campeón del que debiéramos reivindicar sus gestos, mucho más allá de una foto con una copa en la mano.


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