De Las Grutas al blanco infinito: viaje a las misteriosas Salinas del Gualicho
Está ubicado a 50 kilómetros de Las Grutas, y prestadores turísticos locales invitan a vivir una experiencia.
El Gualicho (en mapudungun, “alrededor de la gente”) es un espíritu esquivo, una presencia latente en las mitologías originarias. A 50 kilómetros de Las Grutas, en una salina infinita, ese demonio parece tomar forma. En el salar, esculpida sobre la tierra, una figura imponente observa el horizonte. Frente a ella, una niña de sal, de rodillas, la mira en un gesto eterno. La excursión a la Salina del Gualicho, un sitio envuelto en leyendas y misterio, estaba por comenzar.
Las vacaciones en la playa a veces se tornan caprichosas con el clima. Aquel día, el viento frío espantaba a los turistas de la arena y la idea de una excursión al salar se presentaba como la opción perfecta. Contrató el paseo y subió a la combi, donde una veintena de pasajeros ya ocupaba sus asientos. Familias, parejas, algunos viajeros solitarios. Había quienes lo tomaban como una aventura y otros con un interés científico.
El guía, Camilo, tomó el micrófono mientras el vehículo avanzaba por la ruta. “Bienvenidos. La Salina del Gualicho es el salar destinado a uso industrial más importante de Argentina y uno de los más grandes de Sudamérica. Su formación data de hace 18 millones de años. Imaginen todo lo que ha ocurrido en este lugar desde entonces”, decía.

La combi se alejó del asfalto y comenzó a transitar por caminos de ripio. El paisaje se tornó monocromático. A medida que avanzaban, la franja blanca del salar se expandía en el horizonte, convirtiéndose en un océano seco. Una hora después, los vehículos se detuvieron junto a las esculturas de sal. Rostros tallados emergían de la superficie blanquecina. Deidades, seres mitológicos y figuras humanas parecían custodiar el lugar.
Milena contó que “el paseo de esculturas se inauguró el 8 de diciembre, después que 18 escultores llegaron de toda Latinoamérica a esculpir en sal. La propuesta la inició Rosana Gómez una artista local que fue la primera que comenzó a esculpir en sal y luego hacen todas las demás que son figuras que nacen de las historias de la zona, tomando el folklore de este lugar”.

Algunas fotos por aquí, varias risas por allá y retomaron viaje hasta el Museo de la Sal, una pequeña construcción inmersa en las salinas, donde se muestran distintos elementos históricos, geológicos, técnicos y productivos. Muchos aprovecharon a pasar al baño y volvieron al ruedo.
Transitaron por el camino de tierra acerándose a las grandes montañas blancas que se veían a unos metros, pequeñas mesetas, altas como un edificio de tres pisos. Rodeados de maquinarias, camiones en movimiento y personal de la empresa.
A la sombra, todos hicieron una ronda y los guías contaron de manera divertida alguna de las características principales de aquel lugar y la historia de la sal en el mundo. Y cuando el día comenzaba a despedirse invitaron a todos a subir una de las parvas de sal para llevarse la primera gran postal.

Desde arriba se podía ver la inmensidad del salar plano a los pies. En el cielo, las características geográficas y la ubicación excepcional regalaron uno de los atardeceres más bellos de la región. En el azul del cielo, contrastaba con el rosado de las salinas (ese color lo genera una bacteria que es fundamental para la producción de la sal), y durante la caída del sol se sumó el dorado en un milagro de colores.
Un astrónomo se adelantó al grupo. “Miren sus manos “, dijo. “Con los dedos pueden medir el tiempo que falta para que caiga el sol. Cada dedo equivale a quince minutos”. Los turistas alzaron las manos, probando la técnica, mientras el astrónomo explicaba cómo orientarse en la naturaleza. Desde la distancia, parecían intentar atrapar el sol con los dedos.
De a poco todos comenzaron a bajar y caminar hacia adentro de la salina, que son 35.000 hectáreas de pura sal. Los pies sobre el suelo blanco, húmedo y un giro completo, teñían de blanco el paisaje. Algunos se dedicaron a sacar fotos de perspectiva, simulando que pisaban a sus amigos en la lejanía o que flotaban sobre el paisaje lunar. Las risas se mezclaban con el silencio del desierto salino.

Cuando la oscuridad comenzaba a ganar el cielo, un llamado desde el fondo invitó a todos a reunirse. Mientras Camilo repartía unas copas, Mile destapó una champagne y comenzaron a repartir.
Para el cierre del momento, todos escuchaban concentrados la historia de una niña que hace muchos, muchos años, un día se perdió por allí y vuelve por las tardes a asustar a los camioneros y los trabajadores del salar. Algunos hacían bromas, otros, miraban un poco más serios. Pero aunque todos miraban, la niña no apareció esta vez.
Era hora de volver para una parte del grupo. Otros se quedaría a disfrutar una cena con cordero patagónico y una delicada actividad de astroturismo que propone apreciar los astros con modernos telescopios en un cielo limpio y libre de contaminación lumínica.

Antes de brindar todos derramaron un chorrito de sus copas convidando a la Pachamama y agradeciendo por ese día. Cruzaron algunas palabras sobre la experiencia y luego las levantaron en un “chin chin”.
Excursiones y precios Precios
Al estar ubicadas a unos 70 metros bajo el nivel del mar cuentan con un microclima sumamente particular que genera elevadas temperaturas durante el día, por lo que las excursiones se realizan al final del día y tienen una duración aproximada de 4 horas.

Como el acceso al público de manera particular se encuentra restringido, para llegar se debe contratar el servicio con alguno de los prestadores locales, como Ocasión Turismo, Desert Tracks o Tritón.
Hay dos opciones de excursión
Una con brindis de 18 a 20 de $50.000
Otro con brindis y cena y astronomía de $76.000.
Se recomienda llevar ropa cómoda, bermudas, remera clara, calzado de trekking, alpargatas o zapatilla; sombrero y anteojos. También una campera y pantalones largo por si refresca.
Agua mineral, equipo de mate y galletitas. Protección solar, crema e hidratación en los labios.
El Gualicho (en mapudungun, “alrededor de la gente”) es un espíritu esquivo, una presencia latente en las mitologías originarias. A 50 kilómetros de Las Grutas, en una salina infinita, ese demonio parece tomar forma. En el salar, esculpida sobre la tierra, una figura imponente observa el horizonte. Frente a ella, una niña de sal, de rodillas, la mira en un gesto eterno. La excursión a la Salina del Gualicho, un sitio envuelto en leyendas y misterio, estaba por comenzar.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $3000 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios