Caracoles y puños: en el barrio de los pulperos de Las Grutas, José da pelea

José Luis Ceballes y su familia, hace más de veinte años están allí, primero llegaban solo a hacer la temporada y hace cuatro años se quedaron a vivir

El viento de Las Grutas mueve las tapitas de vieiras de unos atrapasueños colgados en el Barrio de los Pulperos y el sonido rompe el silencio. Unas mujeres que vienen de playas Coloradas, detienen su auto y se bajan a mirar ese puesto lleno de artesanías hechas con caracoles. Agarran el más grande, se lo ponen en la oreja y preguntan ¿Es cierto que se escucha el mar? José un hombre curtido por el mar y el tiempo responde que sí, que es el viento de mar está encerrado allí, y lo que se comienza a escuchar es su historia.

Los pulperos de Las Grutas viven en un modesto barrio hacia el sudoeste de la población, sobre un formidable balcón al mar, donde comercializan en forma directa su cosecha diaria, y artesanías hechas con o que les da el mar. José Luis Ceballes y su familia, hace más de veinte años están allí, primero llegaban solo a hacer la temporada y hace cuatro años se quedaron a vivir.

“La gente de la zona conoce a los pulperos”, dice y cuenta que hasta hace unos años, no existían los puestos, si no que salían a vender pulpos crudos y escabeche por las calles. “Ahora le damos algo distinto a la gente, que a veces no ve en el centro tantas cosas de mar y artesanías como las que vendemos. Además tenemos pescados y pulpo que siempre está presente”.

Entre las casas bajas el puesto de José se llama “Los Chihuahuas”, es amplio y está lleno de vida. Cada objeto cuenta una historia. Hay vírgenes adornadas con conchas, estrellas convertidas en colgantes. Un pulpo de masilla parece querer escapar de una almeja y una lechuza lo mira con sus ojos grandes de caracoles.

“Todo lo que hacemos nosotros”, dice José, “los caracoles, picorocos, tapitas de vieiras las recogemos costeando. Otras cosas como los caracoles las estrellas, hay que bucearlos. Los caracoles, están acá y en los restaurants la carne. Los modelitos los imaginamos, hace años que hacemos esto”, explica.

Jura que ponen precios accesibles para que todos puedan llevar su adorno “para la que le cuida la casa, la maestra, el tío, la abuela y hasta a la suegra”, dice con una sonrisa pícara y agrega que es todo natural del mar. De repente se para y sale del puesto para mostrar algo que tiene en el local de al lado, que atiende su hija y en el que despachan los pulpos, langostinos, mejillones.

La pequeña casilla de cuatro por cuatro hecha con tablas, tiene un ventana grande sin vidrio en la que se exhiben algunos frascos con escabeches y sobre el marco superior, junto l letrero de «Bienvenidos», hay una foto grande, en un folio para protegerla de la tierra que traen las ráfagas.

“Por acá pasan todos”, dice José y suma “en esta foto estoy con Germán Martitegui”, el cocinero argentino estuvo no hace tanto por allí, y como le pasa a todos los que recorren el bario, fue José quién lo recibió para charlar.


Más que un trabajo, una comunidad


María Rolando es su mujer, hija de padre y madre pulperos. Se criaron en el Fuerte Argentino, un sitio natural y con una belleza increíble que forma parte del Golfo San Matías a 50 kilómetros al sur de Las Grutas. Ella y su familia, juntaban pulpos y los cambiaban por comida y agua.

La costa lejana fue su hogar hasta que consiguieron ese lugar en el que se armó el barrio de los pulperos. “Fue algo bendecido para los pulperos, por tener el trabajo acá, la casa. Ahora los turistas van a las Coloradas y se enteran que estamos y compran”.

José cuando se juntó con María debió aprender el oficio de la familia de su mujer, pero le costaba. Cuando le dieron el gancho, rompía los pulpos al sacarlos, y buscó a forma de hacer algo útil. Todos sus hijos se criaron allí, juntando estrellas y vendiéndolas por las playas a los turistas.

Primero, durante la temporada estaban en Las Grutas y cuando terminaban se iban Viedma. Allí tienen un gimnasio de boxeo, Box Ceballs, la otra pasión de su familia, que llevó a uno de ellos a la fama.

Allí entrenan a jóvenes con problemas sociales. “Siempre trabajé con chicos que necesitaban una oportunidad, una salida. El boxeo es un deporte duro, pero enseña a estar atento, levantarte cuando te caes”, explica. Aunque dejó atrás el esa vida para quedarse en Las Grutas, su amor por el deporte sigue vivo. Sus hijas pelean y uno de sus hijos, Jorge “Canelo” Ceballes, es boxeador profesional y «peleó para todo el país y salió en la tele», comenta con brillo en los ojos.

“Me gustaría trabajar con chicos, ayudar a los pibes de la calle. Hacer algo en el barrio para la gente, los pibes de acá. Por ahí es difícil, pero el tiempo dirá”, para eso necesitaría que alguien apueste a eso.

En el fondo del local de los Ceballes, un letrero reza: “Pon en manos del Señor todas tus obras y tus proyectos se cumplirán” . José explica que son creyentes y “gente de bien gracias a Dios. Estamos en el centro del barrio ganándonos la vida, aprovechando la temporada porque en el año es más difícil. Eso nos da fuerza para seguir”.

Y así viven, poniendo sus días en las manos del mar y sus sueños en las del viento. Como el sonido atrapado en un caracol, las historias de los pulperos, de lucha y esperanza, se escuchan adentro de ese barrio particular.


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