«Fue increíble, le hablaba, me miraba, se quedó 10 minutos»: así fue el encuentro del fotógrafo con el guanaco en la ruta 3
Edgardo Cárdenas manejaba en la ruta nacional 3 en Tierra del Fuego cuando se detuvo para hacer una foto. Había muchos guanacos cerca y todos se fueron, menos el que se acercó y metió la cabeza en la camioneta. Aquí cuenta lo que pasó después: "Fue algo místico".
Allá en Tucumán, cuando su historia estaba por escribirse, Edgardo Cárdenas empezó con la fotografía. Fue su padre quien le enseñó los secretos de la cámara en Simoca, donde se crió tras nacer en San Miguel, la capital. Y a los 13 ya lo acompañaba a casamientos y cumpleaños donde los contrataban. El tiempo lo hizo además docente en escuelas primarias y también lo trajo, hace 28 años, hasta Río Gallegos, bien al sur de la Patagonia.
En esa ciudad de Santa Cruz se jubiló y entonces pudo al fin tener más tiempo para lo que más le gusta: salir a sacar fotos en esa Patagonia indómita que lo sorprende cada día.
Y en una de sus últimas aventuras, cuando manejaba por la ruta nacional 3 desde Río Grande al paso fronterizo San Sebastián en Tierra del Fuego, ocurrió una de esas maravillas patagónicas tras detener la marcha deslumbrado por la luz mágica que rodeaba a una cigüeña de extracción petrolera: había un grupo de guanacos cerca y salieron todos despavoridos, menos uno.
El guanaco primero miró y después se acercó despacio, parecía que iba a cruzar la ruta eludiendo la camioneta.
Pero en verdad se asomó a la ventanilla abierta, metió la cabeza, tomó con cuidado la galletita que le ofreció Edgardo y se quedó ahí. Simplemente se quedó ahí, mirándolo.
Edgardo no podía creer la escena, ni esa mirada llena de ternura. Hizo, claro, algunas fotos. Estaba tan cerca que cambió de cámara y de lente. Lo hizo con movimientos lentos, por temor a que se asustara. Pero no. Tampoco lo escupió, como le preguntaron muchos después. Y entonces decidió hablarle. El venía cargado de angustia, pensando en su hija que pronto partiría a buscar su futuro en otra provincia, como alguna vez le pasó a él. Rezaba por ella, pedía que todo saliera bien.
-En todo eso pensaba cuando me encontré con el guanaco, ahí todavía no sabía que era una hembra -dice Edgardo.
-No lo vas a creer pero me miraba. Hubo un antes y un después de ese encuentro. Habrán sido 10 ó 15 minutos. Me tuve que ir solo porque quería llegar a tiempo a la balsa. Porque del lado del continente la aduana solo está abierta hasta las 00 horas. -agrega.
El guanaco no se movía. Así que esperó. Hasta que su amigo dio un paso atrás. Y entonces sí. Ahí se fue. Por el retrovisor observó cómo lo miraba.
Este encuentro fue el jueves de la semana pasada. El domingo lo publicó en sus redes y llovieron los pulgares levantados y los comentarios. Entre quienes le escribieron, estaba la maestra de dos ñiñas que habían adoptado a un animal de un mes cuando quedó huérfana. Edgardo supo entonces que era una hembra y que le habían puesto Cristina y que la alimentaban con el biberón. Así se crió.
Contó esto en un segundo posteo y en el país de la grieta empezaron entonces a llover los comentarios relacionados con el nombre. Entonces hizo su propio comentario. Y los frenó a su manera, con la misma elegancia con la que encuadra.
«Por favor no hagan referencia al nombre de forma despectiva. Es su nombre y fue elegido por las dos niñas que la criaron desde muy pequeña. Cada uno elije lo que quiere ver», escribió.
Ahora, en la tarde del jueves, retoma el contacto con el Voy. La charla termina con esta frase:
-Lo que busco con las fotos es transmitir paz. Y este encuentro me hizo sentir feliz, emocionado. Fue algo loco, místico, religioso, no se bien cómo definirlo… Pero sí se lo que me hizo sentir: feliz, emocionado. Me hizo sentir paz. Se lo voy a agradecer toda la vida…
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