Vuelo

Redacción

Por Redacción

María Emilia Salto bebasalto@hotmail.com

María Clara cursa el tercer año en el colegio Manuel Belgrano de Cipolletti. Hace pocos días, junto con sus compañeros y compañeras de todos los terceros años, y docentes, compartieron una experiencia educativa para ellos, inédita: el vuelo inicial de cuatro pequeños cóndores desde sierra Pailemán, en la provincia de Río Negro. Haciendo el primer enclave en Playas Doradas, es imposible evitar la referencia a la visita a la mina de Sierra Grande. “Las mujeres no podemos entrar”, me cuenta Clara. En la tradición que les trasmitieron, “la Pachamama es celosa, se enoja, no quiere mujeres”. La excepción: el 4 de diciembre. ¿Por qué? No hay muchas explicaciones en las tradiciones. Son. “Los chicos se solidarizaron con nosotras y no quisieron entrar”, dice Clara. Cuando habla de este viaje, incluida la frustrada visita a la mina, hay en Clara una intensidad que difícilmente encuentro cuando explica alguna lección de historia o el comentario de un libro. Esto es otra cosa. “No te lo esperás. Esperás algo más estructurado, más armado. Es pura emoción”. Desde el intenso calor, el inmenso cielo azul, una suerte de peregrinaje hasta la base de la sierra. Y quiero imaginármelos: el grupo de adolescentes, sus docentes, la comunidad mapuche, comunidades aborígenes de otros puntos del país, observadores nacionales y extranjeros asistiendo a uno de los reencuentros más hermosos del ser humano con la naturaleza: el primer vuelo de cuatro jóvenes cóndores. “Antes de ir a la sierra, nos juntamos en una ceremonia. Estábamos en ronda, y una machi nos habló en su idioma y en castellano. Nos dijo que aquí todo era sagrado, las plantas, los animales. Que no matáramos nada. Yo me llevé un susto tremendo con una enorme tarántula que andaba cerca, pero nadie hizo nada, ni nos movíamos, tuve que quedarme quieta y lo logré”, y sigue Clara: “la machi nos dijo que estaban orgullosos que nos interesara la naturaleza, les impactaba que nos interesara el cóndor, que para ellos es sagrado porque se lleva lo muerto al cielo”. Avanzaron por un senderito, rodeados por el sonido de los instrumentos y el silbido del viento hasta un punto en que sólo un grupo representativo subió hasta la cima, donde ya estaban las enormes jaulas con los pequeños cóndores. “Los veíamos desde abajo, unas figuras chiquititas, y luego soltaron plumas y se hizo silencio hasta que vimos volar los cuatro cóndores. Y se juntaron con otro grande que venía de la Cordillera. Como que los guiaba. Y aplaudimos y saltamos y gritamos”. Cuando bajaron los dos chicos de su curso que asistieron, Clara y los restantes escucharon el emocionante relato de la apertura de las jaulas por parte de integrantes del Zoológico de Buenos Aires y la Fundación Bioandina Argentina. “Contaban los chicos que al principio los condorcitos no se animaban, iban y venían hasta el borde, se perdieron de vista detrás de las rocas y de repente aparecieron volando”. Ahora viene la síntesis en el colegio, “la tarea”, planificada conjuntamente por las áreas de biología, música y lengua. Específicamente, Clara tiene que trabajar sobre los registros sonoros del viaje: risas, silencios, instrumentos musicales autóctonos. Si las palabras logran trasmitir las emociones vividas, el respeto logrado, la alegría de volar de la rutina muchas veces anestésica hacia el cielo del compartir con el entorno la verdadera enseñanza, quizás la experiencia se difunda. Pienso en esto cuando asisto a los machacones debates sobre la violencia en los colegios, las mil veces repetidas notas sobre peleas… ¡qué bueno sería ver en algún noticiero nacional el vuelo de niños, jóvenes y cóndores hacia un cielo común!

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