Es posible proyectar un futuro en la cárcel: “Quiero ser un profesional”

Neuquén

NEUQUÉN (AN).- Existe “vida” en la cárcel. Las historias siempre son de hacinamiento y marginalidad, de violencia y reincidencias. Pero también hay aprendizaje dentro de ese escenario tétrico. Maximiliano Escobar asesinó y esa será una carga que llevará de por vida. “Cuentas que arreglaré con Dios”, dice. Pero allí encontró otra forma de ver las cosas. Tiene apenas 23 años, terminó el secundario, descubrió un oficio y comenzará una carrera en la UNC. “Tiene que haber algo mejor para mí”, contesta cuando se le pregunta sobre una futura libertad (al menos progresiva) que se acerca. Es que fue condenado a 12 años de prisión por el asesinato del joven Lucas Alejandro Cribán, ocurrido a las seis de la tarde en el oeste de esta capital, el 15 de octubre de 2009. Tenía apenas 18 años y cinco días, y se convirtió en el interno más joven de la U-11, donde lleva casi seis años encerrado. Goza de salidas transitorias (una cada dos meses), y jura que está “arrepentido”. En el juicio declaró ser “inocente”, pero ya no lo repite. Espera “salir el año próximo” para comenzar estudios terciarios. Entre rejas encontró un descanso emocional en la literatura y parte de su tiempo la ocupó en trabajar madera. La semana pasada presentó en un stand de la instancia provincial de la feria de Ciencias y Tecnología una atractiva carabela como las de Colón, a escala, en pino, álamo y terciado, como parte de los trabajos del CEPI Nº1. “Era primerizo cuando entré a la U-11 (primera condena) y fue durísima la llegada, los primeros meses, no poder dormir… Quedé shockeado, no respondía… Hasta que empecé a encontrar la calma”, dijo. Leer y trabajar le llevó sosiego. De a poco apareció el horizonte. “Mi viejo es un laburante, mis hermanos todos estudian. Yo caí en una banda, por las malas compañías. Adentro me di cuenta que el camino venía por otro lado. No terminar como Colón…”. Se le pidió que precisara el concepto. “Es una metáfora. Colón hizo mucho por la corona, y terminó su vida solo, sin saber siquiera lo que había descubierto. A mi de esa banda de amigos, que yo pensé que eran amigos, no me visitó nadie en la cárcel. Sólo quedaron mis familiares, los que realmente valen Cuando se le preguntó si no tenía miedo de caer en la delincuencia cuando salga de la cárcel, admitió el temor. “Sí, el miedo existe, el barrio es el mismo, pero yo tengo proyectos. Perdí mucho tiempo, soy joven, estoy arrepentido de lo que hice y quiero seguir adelante. Me inscribí en la carrera de Servicio Social, en la UNC, y sueño con ser profesional, que mi viejo esté orgulloso de mi”. A su lado, la coordinadora del proyecto, Silvana Perazzo, asintió. “Cayó casi de niño, fue durísimo. Pero salió, es un buen estudiante”, comentó. Escobar sonríe de costado cuando se le recuerda que hay un buen porcentaje de la sociedad que no ve como posibilidad la reinserción de los presos. “Todos creen que somos la peor escoria. La realidad es que están quienes queremos cambiar”, remarcó. Un “célebre” colaborador La carabela es rojo intenso, llama la atención en el ingreso a la EPET 8 de esta capital. Es un trabajo meticuloso, de precisión, que Escobar comenzó en 2013 y terminó en febrero de este año. Lo llamativo del caso es que para culminar su trabajo tuvo un “célebre” colaborador: Luis Aboy. Para los desprevenidos o frágiles de memoria, Aboy está condenado a prisión perpetua por el doble crimen de las hermanas Olga y Teresa Buamscha. Se hizo famoso cuando en septiembre de 2013 se escapo de la U-11 adentro de un mueble exhibidor que él mismo había construido como parte de sus tareas de resocialización en la carpintería del penal. Allí conoció a Escobar. “Me trató muy bien. Gracias a Aboy pude contactar a los coordinadores del CEPI y comenzar a estudiar. Además, me ayudó a terminar el proyecto de la carabela, porque él sabe bastante del trabajo en madera”, sonrió el preso.


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