Trump vs. Clinton

Mirando al sur

Los motores televisivos se calientan para el mayor espectáculo del año, uno que, si los pronósticos son correctos, hará palidecer a la concurrencia satelital global del Super Bowl y de los Oscar, y que sin duda superará por mucho al último evento en su tipo en el 2012. En efecto, la emisión del primer debate entre Barack Obama y Mitt Romney de cara a las elecciones generales de ese año tuvo una audiencia de 67 millones de personas sólo en Estados Unidos. Para el primer debate entre los actuales candidatos a la Casa Blanca, Hillary Clinton y Donald J. Trump se espera que por lo menos un tercio de la población estadounidense –algo más de 110 millones de almas– sintonice el evento el 26 de septiembre, sin contar a la masa internacional que hará lo mismo desde sus respectivos países, a sabiendas de que quien dirigirá los destinos de la mayor potencia global también conducirá los destinos del mundo.

Cada candidato enfrenta sus propios desafíos y, para sortearlos, se prepara a su manera. La demócrata Hillary Clinton se entrena con celo, pero confía en la cintura política que ha cimentado durante décadas y que le da una clara ventaja de estadista ante su oponente Donald Trump: un hombre de negocios sin experiencia en la función pública que, sin embargo, ya en enero del 2000 dejó clara su intención de aspirar a la presidencia de los Estados Unidos en su olvidado pero elocuente libro “La América que nos merecemos”. De hecho, el volumen comienza así: “Vayamos al grano. Estoy considerando postularme como presidente”. Quienes leyeron esas páginas en su momento probablemente sonrieron con ironía ante las especulaciones de aquel excéntrico magnate ávido de figurar en las noticias de espectáculos. Dieciséis años después fue esa misma sonrisa la que lucieron todos los contendientes en los debates de las primarias republicanas para desdeñar las expresiones inflamadas del multimillonario, y que habrían hecho bien en tomarse más en serio.

Pero el debate en el que Hillary Clinton y Donald J. Trump se enfrentarán cara a cara el lunes 26 poco tiene que ver con aquellos eventos en los que diez precandidatos se interrumpían unos a otros y montaban un reality político con cortes comerciales. Esta vez la contienda durará hora y media sin publicidades, y las cámaras se concentrarán largos minutos sobre cada protagonista para discutir específicamente la dirección del país, cómo alcanzar la prosperidad y cómo mantener a América segura. El aspirante republicano al Salón Oval no tendrá hacia dónde escapar cuando se le pida que dé detalles finos sobre su política.

Esa es la debilidad de Donald Trump, quien durante toda su campaña no ha hecho ningún esfuerzo por explicar cómo llevará adelante las acciones que dice querer llevar adelante, y ha demostrado un desconocimiento flagrante de hechos como la ocupación rusa de Crimea o los manejos del arsenal nuclear de su país. Su pericia para hacer de la inexperiencia política una virtud podría flaquear ante semejante audiencia y sin mediadores. Sin embargo, el entrenamiento no le quita el sueño. A fines de agosto le dijo al “New York Times” que prepararse demasiado para el debate podía ser peligroso: “Podés sonar guionado o falso; como si trataras de ser alguien que no sos”.

Hillary Clinton, en cambio, no quiere dejar nada librado al azar. Ha consultado a Tony Schwartz, coautor arrepentido del libro de Donald Trump de 1987 “El arte de la negociación”, para escarbar en las inseguridades más profundas de su rival, a saber: su inteligencia y su solidez como hombre de negocios. Pero además está ensayando en debates simulados, en los que un supuesto Trump le tira dardos respecto de las históricas infidelidades de su marido Bill Clinton y la polémica en torno al uso de su cuenta privada de correos para enviar información de Estado. Otro de sus objetivos es evitar dar una impresión demasiado intelectual que podría jugarle en contra ante quienes la consideran una snob de Chicago.

Donald Trump no ve la utilidad de embarcarse en simulaciones y, por lo que se sabe, está apostando al dudoso pero efectivo carisma que hacía que los puntos de rating se dispararan cada vez que tomaba la palabra en los debates de las primarias republicanas. Cabe suponer, sin embargo, que está al tanto de la diferencia entre un momento y otro. Durante aquellos encuentros, ni Ted Cruz ni Marco Rubio ni John Kasich pusieron demasiado ímpetu en defenestrarlo al aire porque a) pensaron que quedaría fuera de carrera más temprano que tarde y b) esperaban quedarse con el botín de los votantes de Trump cuando eso sucediera. Sus predicciones resultaron, como todos sabemos, erradas.

El efecto concreto de los debates sobre las decisiones del electorado está siempre en discusión, pero una mala reacción o un titubeo pueden ser fatales ante la prensa e inclinar la balanza de los indecisos. Como sea, el espectáculo Hillary vs. Donald será uno de los más concurridos del año y, gane quien gane, promete una hora y media de entretenimiento asegurado.

Se espera que más de 110 millones de almas sintonicen en EE. UU. el evento el 26 de septiembre, sin contar a la masa internacional que hará lo mismo desde sus respectivos países.

Durará una hora y media, sin publicidades. Ambos discutirán sobre la dirección del país, cómo alcanzar la prosperidad y cómo mantener a América segura.

Datos

Se espera que más de 110 millones de almas sintonicen en EE. UU. el evento el 26 de septiembre, sin contar a la masa internacional que hará lo mismo desde sus respectivos países.
Durará una hora y media, sin publicidades. Ambos discutirán sobre la dirección del país, cómo alcanzar la prosperidad y cómo mantener a América segura.

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