A 44 años del golpe: No habrá jaulas y serás pañuelo

Marcelo Medrano *


Si necesitamos cuerpos para establecer la comunicación que sea, podemos tomar dimensión de la incomunicación permanente. El vacío insondable de los huecos de 30.000.


Me pidieron que escriba algo para el 24. Primero descarté la invitación. Qué decir que sirva para algo, en medio de esta situación, de este estado general. Además del exceso de información, de las redes a pleno, conexiones 24 horas. Aislamiento, hiperconectados, primera paradoja.

Y pensaba en lo extraño del cuerpo, la necesidad social imperiosa del contacto. Sin marcha este 24, tan poderosa, tan necesaria.

Serán unos días, pero podemos imaginar en esta pequeña foto el significado de la ausencia permanente de los 30.000 que nos quitaron. Si necesitamos cuerpos para establecer la comunicación que sea, podemos tomar dimensión de la incomunicación permanente. El vacío insondable de los huecos de 30.000.

El virus, como denominaban las Fuerzas Armadas y el aparato comunicacional de la época, que había que extirpar.

Allá en los 70 el virus estaba latente y cualquiera podía ser portador o infectado. Allá en nuestros 70 estaban los victimarios genocidas y las víctimas y lo que se llama la “gran mayoría silenciosa”. Reflexión necesaria. Tal vez sea la respuesta al reiterado “¿cómo fue posible?”.

Los derechos humanos, intentando una simple y categórica definición, son los derechos del otro. Todos somos el otro de alguien.

Pero signifiquemos los puentes del pasado al presente. No nos olvidemos: la dictadura y otros tantos gobiernos posteriores garantizaban una economía liberal y promovían la lógica individual. Así fue, así pasó, así siguen algunos aún pensando. Pero creo que queda demostrado que no nos salva el programa -razón a esta altura- neoliberal, con sus matices de meritocracia y desarrollo individual. Nos salva un Estado presente que genera decisiones y políticas públicas para todos.

Los derechos humanos, intentando una simple y categórica definición, son los derechos del otro. Todos somos el otro de alguien. Y estructuralmente se asientan en la dignidad. El otro digno. Nada más, pero nada menos.

En estos días de miles de estímulos propios de la condición humana, tanto de egoísmo como de solidaridad, solo una cosa me parece esencial. Pensemos en cómo ser más humanos, más éticos políticamente. Pensemos en lo importante del Estado, de luchar seriamente por la igualdad de condiciones. Seamos mayoría de tejido social, no mayoría silenciosa.

Ayer me alcanzó mirar por la ventana. Unos trabajadores arreglando unos caños frente a mi casa. Pasó un delivery. El mercadito abierto. Más tarde el señor que limpia las calles. Y el eterno A, en su bicicleta, rebuscando los tachos de basura a ver qué llevarse para vender, y qué para comer. Segunda gran paradoja. Mientras gran parte permanecemos encerrados, hay miles que nos cuidan; y otros miles que no pueden cuidarse. Los de los servicios esenciales en el primer grupo, los excluidos y más vulnerables en el segundo. Y ahí tiene que estar el Estado, el otro gran igualador, junto a la enfermedad. Otra extraña paradoja. Cuando pase todo esto, vamos a tener que trabajar y mucho por los otros, por la dignidad de todos. Y principalmente, por visión de proyecto, por imaginario a futuro, en función de los niños, porque ellos miran y ven todas las actitudes y señales. Esa es la principal aspiración ético-política. La debemos por responsabilidad intergeneracional.

Yo no creo que llenemos los vacíos de las muertes, no creo que la cultura cambie de la noche a la mañana, pero sí creo que podemos comprender que lo imperdonable es no aprender de los Nunca Más.

Estos días, es probable que todos nos hayamos sentido vulnerables. La cuestión acerca de que todos somos vulnerables y las vulnerabilidades estructurales de la “precariedad” es otro profundo tema en sí mismo, quizás para pensar en otro momento. Lo que cabe reflexionar hoy es que este sentido de vulnerabilidad extenso y complejo es el que viven a diario tantas personas excluidas, fuera de los marcos de dignidad mínimos, dentro de marcos de desigualdad intolerable.

Modificar las subjetividades es según algunos la única vía posible. Ser otros junto a otros que colectivamente van modificando su propio mundo, imaginando otros mundos; solidarios-igualitarios, en cada acción -micropolítica-, en marcos de incidencia mayores.

Y como decimos siempre, a partir de mañana, a pesar de todo. Todos los posibles comenzaron por algo que aparecía como imposible. 24 de marzo. Nadie tiene nada asegurado, solo la utopía real y realizable que otra forma, digna, igualitaria, solidaria, humana, sea.

*Abogado neuquino.


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