Conejín y la alverjilla milagrosa, un cuento de Nélida Rajneri

Luego de la primera entrega, con “El gallito real”, presentamos una nueva historia de parte de Nélida. Ideal para disfrutar durante el fin de semana en casa y en familia.

Cierto día luminoso de abril, estaba Conejín paseando por el bosque, cuando se encontró con un viejito andrajoso, que llevaba un fardo de leña sobre su encorvada espalda.
–Buenos días, señor –le dijo– permítame que lo ayude. Es mucho peso para usted.
Diciendo esto puso sobre su lomo la carga y acompañó al anciano hasta su mísera choza.
–Gracias, conejito. No sabes cuánto te lo agradezco. No creo que hubiera podido transportarla y sin leña, me congelaría en invierto.
–Pero entonces necesitas que te traiga mucho más.
Así que hizo varios viajes hasta que el anciano le dijo:
–Eres un conejito muy solidario. Gracias a ti voy a pasar un invierno de lo más confortable. Como prueba de mi agradecimiento te entrego estas semillas que solo son mágicas cuando las planta alguien generoso y sensible.
–¿Qué debo hacer con ellas? –preguntó sorprendido Conejín.
–Debes plantarlas apenas el sol comienza a ocultarse. Con las primeras luces del alba, veras trepar a los cielos una robusta planta que te dirá con voz potente, que es lo que debes hacer. Obedece al pie de la letra sus indicaciones, es muy importante.
Después de saludar afectuosamente al viejito, Conejín regreso a su hogar. Con voz entrecortada por la emoción, narró lo sucedido.
–Pero como vamos a creer que una planta pueda crecer hasta el cielo de un dia para otro y que además pueda hablar? –le decían incrédulos los conejitos.
–No me importa lo que piensen ustedes. Era un anciano venerable y estoy seguro de que no me engaño.
A pesar de que su razón negaba lo que el corazón le decía, cuando el sol comenzó a perderse en el horizonte, Conejín planto la semilla, la regó y se acostó, nervioso, en medio de la burla de sus hermanos.
A la mañana siguiente se levantó muy temprano y cuál no sería su sorpresa cuando se encontró con una robusta alverjilla llena de flores que se perdía en las alturas. Asombrado despertó a los demás conejos que no podían creer lo que estaban viendo. En ese momento se escuchó una voz como de ultramundo que decía:
–Debes treparte a la alverjilla que te llevará al castillo encantado.
El Conejo Blas, lleno de temor por lo increíble de la situación, resolvió ir a buscar a su amigo Buami, el niño mono. Cuando le explico con lujo de detalles lo que había acontecido, Buami, alma de aventurero, se entusiasmó con el relato y le contestó mientras partían rumbo a la conejera.
–Debemos seguir sus instrucciones al pie de la letra. Creo que nos esperan acontecimientos increíbles.
Cuando vio la planta que se perdía en las alturas, se quedó atónito. Subieron a la trepadora seguidos por todos los conejitos que también querían participar, pero el papa Conejo les dijo:
–Iremos solamente Buami y yo, porque no sabemos cuan peligrosa puede ser esta aventura.
No había terminado de hablar cuando nuevamente se escuchó la misma potente voz que decía:
–Debe ir también Conejín, que es el dueño de la magia. Sin él, no saldrán.
Recién cuando se hubo acomodado Conejín, se encontraron subiendo como en un ascensor, a una velocidad supersónica.
Detenida la marcha, se encontraron frente en un parque inmenso, en medio del cual se levantaba un castillo impresionante. Entraron sigilosamente y al abrir una puerta los sorprendió un inmenso comedor, en cuyo centro había una mesa cubierta con los manjares más exquisitos que jamás habían visto. Ni que decir que los tres se abalanzaron sobre la comida, porque estaban muertos de hambre y dieron buena cuenta de ella.
Estaban saciando su sed, cuando escucharon un ruido ensordecedor.
–¡PUM, PUM, PUM!– retumbaban como truenos, cada vez más cerca y cada vez más atemorizantes.
Nuestros amigos, presos de terror, se escondieron en un ropero, cerraron sus puertas y espiaron por la cerradura. Casi se desmayan del susto cuando vieron aparecer a un gigante inmenso, con cara de ogro, y manos como garfios, que comenzó a gritar y a patalear cuando vio que alguien había estado comiendo de su comida.
Menos mal que estaban escondidos, porque si no con toda seguridad se los hubiera engullido en un instante como hizo con todo lo que había sobre la mesa. El ogro mando a buscar a su prisionera. Era la princesa Azul, que el ogro había raptado para convertirla en su esposa.
–Princesa Azul, si quieres ser libre y gozar del lujo de este palacio, tendrás que casarte conmigo– le dijo con voz meliflua, como otras innumerables veces.
Como todos los días, la princesa, sollozando, le respondió:
–Jamás seré tu esposa. Antes prefiero morir.
–Quedarás encerrada hasta que me digas que sí– trono el maldito y ordeno a los guardias que la regresaran a su celda.
Después que el gigante se quedó profundamente dormido, salieron los tres del armario y muy despacio fueron tras los guardias. Cuando estos se pusieron a jugar a las cartas, Buami se deslizo sobre el piso y con un dedo en los labios para que la princesa no hablara, le indico que lo siguiera.
Lejos de la mirada de los carceleros, salieron corriendo y bajaron por la alverjilla, que los transporto velozmente a tierra. Mientras tanto el gigante se había despertado y enterado de la fuga de la princesa, enloqueció. Salió al parque y bajo por la planta.
Cuando nuestros amiguitos llegaron a tierra escucharon de nuevo la voz de ultratumba que les decía:
–Corten de inmediato el tronco con el hacha mágica.
Así lo hicieron y el ogro se precipito a tierra haciendo un pozo tan profundo que llegaba al otro lado del mundo. En ese momento vieron estupefactos, que le parque y el palacio descendían de los cielos.
En su puerta estaba el viejito de la leña. Era el rey, el padre de la princesa Azul que había sido embrujado por el ogro para robarle sus bienes, su palacio y su hija. Fue un encuentro muy tierno y muy conmovedor.
Hicieron una gran fiesta y Buami se dio el gusto de bailar con la princesa Azul, porque estaba un poquito enamorado de ella. Es que también los niños se enamoran…

Y así termina este cuento,
viruento, viruento,
de pico picotuento
de pomporerá…


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