De Roca a Polonia en busca de la aldea de su padre

Rogelio Kusznierz soñaba conocer el lugar que dejó su papá en 1929 para buscar un futuro en la Argentina. Esta es su crónica de ese emocionante momento. Enviá tu historia a voy@rionegro.com.ar

Mi padre, Juan Kusznierz, nació en la aldea de Matiaszowka, provincia de Lublin (Polonia) el 13 de marzo de 1897 y fue bautizado en Zablociu el 16 de marzo. Llegó solo a la Argentina el 13 de mayo de 1929, radicándose, al cabo de cierto tiempo, en la ciudad de Santa Fe.

Trabajó muy duro en el campo y luego se dedicó a la construcción. El 10 de mayo de 1941 se casó con mi madre, Ermelinda Dobal- Tuvieron dos hijos: Alfredo y yo.

Juan Kusznierz llegó a la Argentina en 1929.

Recuerdo, muy vagamente, la reticencia de mi padre de hablar de su pasado, tal vez por la dura vida en el campo por aquellos años y las convulsiones políticas de la época de postguerra. Comentaba eso sí de su familia.

Lo que recuerdo, siendo muy chico, es que mis padres prepararon un paquete con ropa y calzado, como ayuda, para enviar a los familiares que habían quedado en Polonia, por las carencias producto del final de la Segunda Guerra Mundial.

Mi padre falleció en Santa Fe, el 8 de octubre de 1987. Pasaron los años y nunca más hubo contactos. Hasta que una de mis hijas, Natalia, interesada siempre en buscar los orígenes del apellido y de la familia paterna, ubica a Kornel Kusznieruk, en Canadá, quien resultó ser hijo de un inmigrante y nieto de un hermano de mi padre con quien mantiene un intercambio de información.

Entusiasmado con estos datos y teniendo en nuestro poder el pasaporte de mi padre, iniciamos el engorroso trámite para la obtención de la ciudadanía polaca que finalmente me otorgaron y correlativamente también tres de mis hijos y cinco nietos.

Al programar con mi esposa un viaje por países del este de Europa, incluía visitar varias ciudades de Polonia. Cuando le comentamos al familiar de Canadá sobre el viaje, él dice que vayamos al pueblo natal de mi padre porque hay mucha familia viviendo.

Llevamos solamente la partida, en polaco y español, donde figuraba el lugar de nacimiento de mi padre, porque pensamos que tal vez no sería posible llegar a ese lugar. Ya en el viaje, le comentamos al guía, un simpático español, sobre las posibilidades de llegar a Matiaszowka.

Cuando llegamos a Varsovia, nos puso en contacto con una guía local, quien luego de ubicar el lugar accedió a llevarnos con su esposo.

Los vestigios del horror nazi en el Gueto de Varsovia.

Así fue que el 13 de junio de 2013 , por la tarde, emprendimos el viaje de casi 180 km hacia el este, cerca de la frontera con Bierlorrusia en busca del lugar. Luego de un par de horas la guía hace detener el vehículo, nos hace bajar y nos señala un cartel verde con una flecha que decía Matiaszowka.

Allí comenzaron las emociones y luego de unas fotos seguimos la señal.
Circulamos por un camino pavimentado en medio de campos cultivados y cigüeñas en sus nidos en lo alto de los postes.

Había casas muy aisladas; cuando se terminó el pavimento retornamos y comenzamos a preguntar, todo a cargo de la guía que ofició de traductora por nuestro desconocimiento del idioma polaco.

Una persona nos indicó una propiedad y hacia allí fuimos. Bajamos y golpeamos las manos; sale un hombre de mediana edad y la guía le dice: “acá vienen a visitarlos familiares de Argentina, el hijo de Juan”.

Nicolás recibé a Rogelio en la pequeña aldea polaca.

Quien nos recibió era Nicolás, nieto de un hermano de mi padre. No tenían idea de nuestra existencia, según nos comentó luego, traductora mediante. Pasamos a la casa, presentó a su esposa, Irena, tomamos té y luego nos dice “vamos a la iglesia donde bautizaron a tu padre”, en Zablociu, a 8 km.

Llegamos ya casi de noche, nos recibió el sacerdote ortodoxo. Rezamos, nos bendijo, sacamos unas fotos en la iglesia y retornamos. Al despedirnos en su casa Nicolás nos dice: “Esta fue una visita de dos horas, la próxima será de dos semanas”.

Rogelio en la iglesia donde bautizaron a su padre, junto a Nicolás y el sacerdote ortodoxo.

El viaje de vuelta a Varsovia fue diferente. Tengo que decir que cumplí con mi sueño, que consideraba imposible de cristalizar, de pisar la tierra de mi padre, 84 años después de que él la abandonara en busca de nuevos horizontes. He cumplido.

Lamentablemente, Nicolás falleció el 2 de noviembre de 2015.
Ahora todo cambió, a través de Facebook tenemos contacto permanente con los hijos y nietos de Nicolás, en inglés, y siempre estamos al tanto de sus vidas.

Un párrafo aparte merece el comentario que hizo el guía del tour, cuando casualmente y por esas cosas del destino, nos encontramos, dos años después en Eslovenia. “Cada vez que voy con grupos por Polonia les cuento tu testimonio y quedan asombrados”.

Para contactar al autor de la nota: rogerkusz@yahoo.com


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