Cómo vive hoy la Güinera, el barrio pobre de La Habana epicentro de las protestas

Para Wilbert Aguilar, cuyo hijo fue condenado a 12 años de cárcel por protestar en el barrio, hay una “tristeza generalizada”. Niega que los manifestantes sean “contrarevolucionarios”. “No les encontraron armas, su única arma era la voz”, alega.

Leticia Pineda* AFP


El barrio recibió algunas mejoras edilicias y permanece en calma, fuertemente vigilado, después de la revuelta de hace poco más de un año.

Ser papá, mamá y abuelo en el último año fue duro para Wilbert Aguilar. Su familia se despedazó. Algo similar ocurrió con más de 100 hogares en La Güinera, un barrio marginal de La Habana, atribulado por policías durante las históricas protestas de julio de 2021.

Desde entonces, el gobierno trata de compensar a esa localidad del municipio de Arroyo Naranjo, el más poblado de La Habana y uno de los más pobres en su periferia.

Reparó los baches, rehabilitó consultorios, pintó bodegas y prometió casas para varias familias, como parte del programa de mejoramiento implementado en 60 barrios de La Habana.

La protesta en La Güinera el 12 de julio, fue el último coletazo del clamor social desatado el día anterior en Cuba.

Las manifestaciones del 11 de julio sacudieron a cerca de 50 localidades de la isla al grito de “Libertad” y “Tenemos hambre”, cuando se acentuaba la crisis económica que envuelve Cuba, la peor en tres décadas.

Wilbert Aguilar, un trabajador independiente de 49 años, no quiere recordar el día de diciembre que enjuiciaron a su hijo Wagniel, de 22 años. Es uno de los 160 detenidos, de los cuales 133 siguen presos solo en este barrio, según Cubalex, ONG de derechos humanos con sede en Miami.

“Cuando yo le digo a mi esposa que mi hijo estaba sancionado a 23 años, se derrumbó mi casa”, dice alzando la voz. “Tuve que lavar, fregar, cocinar, porque mi mujer perdió los estribos”. Wilbert se hizo cargo de su nuera y dos nietas. Tras apelar, Wagniel cumple una sentencia de 12 años.

Su vecina, Elizabet León Martínez, de 51 años, trabajaba como manicurista antes de que tres de sus cinco hijos cayeran en prisión. “No doy más, no tengo nervios, no tengo vida, no tengo nada. Atendiendo a mis nietos porque no tengo ni puedo trabajar”, dice sin soltar un minuto su celular, esperando llamadas desde la prisión.

Castigos ejemplarizantes


Ese 12 de julio, cientos de personas intentaron llegar a la estación de policía de La Güinera, justo en la entrada del barrio.

Militantes del Partido Comunista de Cuba (PCC, único) lo impidieron, acompañados del mayor operativo antimotines desplegado en esos dos días por el gobierno. Volaron piedras, botellas y palos. La calle quedó tapizada de vidrios y rocas.

Las marchas antigubernamentales, las mayores desde que triunfó la revolución en 1959, dejaron en todo el país un muerto, abatido en este mismo barrio por uniformados, además de decenas heridos de ambos bandos y más de 1.300 arrestos, según Cubalex.

El gobierno informó que 790 prisioneros fueron encausados y 488 recibieron sentencia definitiva, muchos por el delito de sedición con penas de hasta 25 años de cárcel.

Jorge Gil, jubilado de 72 años y un representante del Partido Comunista de Cuba en La Güinera, reconoce que la protesta fue resultado de años de abandono.

“Hubo una parada bastante larga y se deterioró todo el reparto”, explica frente a los cimientos de lo que era su casa.

La vivienda fue derribada para su reconstrucción, como parte del programa de mejoramiento oficial. Los materiales no han llegado y él sigue viviendo con su familia en un lugar prestado.

Enfrente, en una casita recién pintada con techo de lámina, habita Isabel Hernández, de 44 años.

Mejoras y tristeza


Uno de sus hijos también está preso por marchar. Pese a eso, su vivienda fue restaurada en seis meses, gracias a los trabajos de mejoramiento. “Muy contenta estoy”, dice con sentimientos encontrados.

Algunos creen que el 12 de julio fue un triunfo de la revolución.

“Estamos más que súper agradecidos, presidente, con todos los cambios que ha tenido nuestro barrio”, dijo Ileana Macías, una santera y lideresa local, durante una reunión de mujeres con el primer mandatario, Miguel Díaz-Canel.

Pero para Wilbert Aguilar, hay una “tristeza generalizada”. Niega que los manifestantes sean “contrarevolucionarios”. “No les encontraron armas, su única arma era la voz”, alega.

Incluso Gil, que luchó en dos guerras en África y defiende a capa y espada el sistema socialista, admite que hay un sentimiento de dolor.

“Espero que eso sea un problema que subsane rápido y que la mayoría de esos muchachos vayan saliendo pa’ la calle porque a final de cuentas son muchachos y tienen que rectificar”, dice entre lo que queda de su casa, donde el único habitante es un gallo que revolotea a su alrededor.


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