Diego, el artista popular

Diego Maradona fue mucho más que un futbolista, fue sobre todo un hombre que hizo del fútbol un arte. Cada movimiento suyo en el campo fue un gesto estético que embelleció el juego que más nos gusta.

Por Juan Mocciaro

“Por favor bajá, ¡bajá por favor!”.
Muchos años después supimos qué pensó Diego Maradona en el instante previo a tocar suavemente con su puño izquierdo la pelota a la que nunca pudo llegar Peter Shilton, aquella tarde del 22 de junio de 1986 en el tórrido mediodía del Azteca.


En cambio, todos supimos, como Diego, que, en ese instante, la pelota no iba a bajar nunca y que serían los puños del arquero inglés y no el suyo los que golpearían el balón. Fue entonces y solo entonces que improvisó.
Diego Maradona fue, qué duda cabe ya, el mejor futbolista de todos los tiempos. Pero todos sabemos que fue más que eso: fue un artista popular. Porque el fútbol en él era arte.


Maradona no jugaba a la pelota, jugaba con la pelota que no es lo mismo. El sentido estético de esta relación simbiótica es tal que cuando lo vemos hacer jueguitos con medio metro de cordones desatados (cualquiera de nosotros se enredaría al segundo paso) no vemos un futbolista, vemos un artista en permanente autorretrato: Diego es un artista de sí mismo.
Fotogénico como pocos dentro fuera de la cancha, Maradona embelleció el juego en cada movimiento suyo con la pelota. En un deporte enemistado con la belleza, que discute la utilidad de un caño, Diego naturalizó todo aquello que en el fútbol pareciera estar de más.


Shilton y él, enfrentados, van hacia la misma pelota. El inglés casi no salta; Diego, sí. Y, aun así, sabe que no va a llegar. Entonces y sólo entonces toma una decisión. Esa decisión.



Cuando un artista es capaz de tocar las fibras sensibles de un pueblo, entonces estamos ante un auténtico artista popular. Una condición que se explica por sí misma y que excede su calidad como tal. No alcanza con ser el mejor en lo suyo; quizás sea necesario, aunque no siempre. Pero definitivamente no es suficiente. Hace falta ese algo más que los ubica en el espíritu de un pueblo.


Se pueden esbozar mil hipótesis sobre de qué está hecho un artista popular y todas serán ciertas y a la vez insuficientes. Los intelectuales siempre fracasaron cuando lo intentaron con un artista popular. ¿Canta bien, juega bien? No importa, es por otro lado.
Estamos de vuelta en el mediodía del Azteca. La pelota no baja. Y no va a bajar. Shilton y él, enfrentados, van hacia la misma pelota. El inglés casi no salta; Diego, sí. Y, aun así, sabe que no va a llegar. Entonces y sólo entonces toma una decisión. Esa decisión.
¡Trampa! Dirán muchos y quizás tengan razón. Pero aun así su instinto le arrancó un gesto estético. Y gol. ¡Gol!


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