Don Jaime, el que habló
Dentro de tres años y tres meses –eso será el 29 de mayo de 2016– la matanza de Zainuco cumplirá cien años. Un siglo, contado desde que el comisario Adalberto Staub –tal vez malhumorado– ordenó el fusilamiento de ocho presos que se habían escapado de la cárcel de Neuquén. Lo hicieron porque todo preso –sea su prisión justa o injusta– aspira a la libertad. Si bien los muertos no hablan, lo podrían hacer por ellos sus restos. Sólo es preciso desenterrar. En estos días la policía de Cutral Co informó sobre el hallazgo del cráneo de una persona en un basural de la ciudad. El comisario Ramón Lecaro divulgó el caso con lujo de detalles. Dijo que el cráneo provendría de unos restos de hace mucho tiempo y que es pequeño. Aclaró que el tamaño no significa, necesariamente, que corresponda a un menor de edad, porque puede tratarse –dijo– de una persona mayor de cuerpo chico. Que el caso es de interés público quedó demostrado con que en la comisaría se abrió un expediente, en tanto que el fiscal de turno Raúl Aufranc ordenó que el cráneo fuera enviado al gabinete forense del Poder Judicial. Hubo otras diligencias. En Neuquén, se diría, no hay señal de la posible comisión de un delito que no sea investigada. Será porque desborda en los funcionarios públicos, desde el supremo hacia abajo, la convicción de que las leyes están para ser cumplidas, o bien porque no desean ser atrapados en la comisión del delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público, previsto en el artículo 248 del Código Penal y también llamado abuso de autoridad. Lo que no se puede entender es que, si fuera así, resulta incomprensible que las autoridades del que en 1916 fue territorio federal y a partir de 1958 provincia no se hayan dado por enteradas de que en Zainuco, enterrados en una fosa común, hay mucho más que cráneos: son, deben ser, ocho esqueletos enteros que todavía, un siglo después, esperan que desde el poder alguien diga algo. ¿Diga qué? Y, diga si la verdad sobre esa matanza está en el comisario Staub o en el periodista Chaneton. De no ser así, seguirá flotando sobre nosotros, el pueblo de la provincia no ya, ni tanto, la sensación de que el poder oculta, y por lo tanto miente, sino de que no se atreve. El Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, ese trípode que sostiene –hasta que deja de hacerlo– al Estado democrático. Hay otro poder, en este país, el de la Iglesia Católica, que sí habló. Fue por boca del primer obispo neuquino, Jaime de Nevares, en un mensaje dirigido en forma de epílogo a los lectores del libro “Zainuco”, de Juan Carlos Chaneton. Dijo al “estimado lector”: “Has terminado de leer este libro con un sabor amargo en el alma. No ha tenido un final feliz su historia. Tampoco lo fue su comienzo. Tampoco lo fue su desarrollo”. Es el primer párrafo. El último convoca: “Estimado lector, este libro es un llamado. No te contentes con ser espectador. La Justicia necesita protagonistas”. Lo dijo aquel obispo, hace 20 años. Después, ninguno más.
Jorge Gadano jagadano@yahoo.com.ar
Comentarios