Economía, el foco del conflicto en la hora más crítica

Las diferencias internas en el gobierno son insalvables. El nivel de gasto público en pandemia y la debacle del salario real, emergen como ejes de la disputa, que alejó a las mayorías de un gobierno de base popular.

“La derrota es un hijo huérfano del que nadie quiere hacerse cargo”, reza un viejo refrán de la política vernácula.
Cuando en horas de la noche del domingo pasado todo el mapa del país se pintó de amarillo como pocas veces en tiempos recientes, y mientras comenzaba a advertirse que la caída del oficialismo en Buenos Aires era contundente e irreversible, nadie imaginaba que lo que estaba por desatarse era una crisis institucional.


La necesidad de encontrar responsables por la debacle electoral, generó una crisis terminal en el seno del gobierno, y expuso como nunca antes las diferencias irreconciliables que existen en la coalición oficialista
, que supo ser funcional para desbancar al macrismo de la Casa Rosada, pero que hoy queda claro, nunca fue efectiva para gobernar.


Más allá de la exhibición pública de la puja por el poder real, que tuvo lugar a lo largo de la semana post elecciones, lo cierto es que las desavenencias internas en el Frente de Todos, tienen raíces profundas. En el centro de las discrepancias, está la economía.


La Vice Presidenta lo explicitó a la perfección en su misiva del día jueves. “El año pasado, con ocasión de presentarse el Presupuesto, se estableció que el déficit fiscal iba a ser del 4,5% del PBI sin pandemia a partir de marzo del 2021. Cada punto del PBI en la actualidad es alrededor de $420.000 millones. A agosto de este año, a cuatro meses de terminar el año y faltando apenas unos días para las elecciones, el déficit acumulado ejecutado en este año era del 2,1% del PBI. Faltan ejecutar, según la previsión presupuestaria, 2,4% del PBI, más del doble de lo ejecutado y restando sólo cuatro meses para terminar el año, con pandemia y delicadísima situación social”, indica textualmente Cristina en su carta pública.


En el ala kirchnerista del gobierno están convencidos de que la derrota electoral tiene como telón de fondo la racionalidad fiscal aplicada por el Ministro Martín Guzmán desde principios de 2021. Al mandamás del área económica no le perdonan haber discontinuado el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) a fines de 2020.


El señalado. Martín Guzmán es el foco de todas las críticas a raíz de la política económica.


El argumento que el kirchnerismo enarbolaba “en silencio” y puertas adentro desde el año pasado, fue puesto a la vista de forma descarnada a raíz del traspié en las PASO. Dado que el caudal electoral de Juntos por el Cambio en las PASO 2021 es muy similar al de la general en 2019, resulta que gran parte de los votos que el Frente de Todos perdió en relación al 2019, se explican por el enorme ausentismo de los votantes en el Gran Buenos Aires y en el norte del país. Dos zonas en las que la desocupación y la pobreza asedian, y el IFE sirvió como paliativo durante lo más crudo de la cuarentena.


Guzmán entre tanto, enfrenta una paradoja. Mientras que a cualquier economista le valorarían el haber sobre cumplido la meta fiscal y haber gastado menos de lo previsto, resulta que a él se lo critica por su racionalidad y su austeridad. El problema de Guzmán es que quien lo elogia, es nada menos que el FMI.


La pregunta es si existe margen para que Guzmán haga otra cosa. ¿Alguien piensa acaso en la posibilidad de no acordar con el FMI? Naturalmente, el peso de la deuda con el Fondo es un problema que Guzmán no generó, pero que está encargado de solucionar. Desde que el Fondo regresó a estas costas, se sabía que el ajuste era inexorable, por más esfuerzo que se hiciese para evitar referirse a él, o incluso por postergarlo en el tiempo.

«Me comuniqué con el Ministro de Economía cuando se difundió falsamente que en la reunión que mantuve con el Presidente de la Nación, había pedido su renuncia».

Cristina Fernández (Vice Presidenta de la Nación), en su carta abierta al Presidente Alberto Fernández


No obstante, más allá de la puja política en el oficialismo, lo que la crisis interna en el gobierno pone a la vista, es que existen distintas visiones acerca de la economía. Se trata sin más, de diferentes matrices ideológicas en relación a la forma de encauzar la economía durante una crisis.


El reclamo de Cristina en su carta es sencillamente que “se gastó poco en un momento de crisis”. Una premisa básica del pensamiento keynesiano: en una profunda recesión, el gasto público es el único capaz de traccionar la demanda y motorizar el consumo.


Del lado “racional” en la mesa del poder dentro del oficialismo, el ala “albertista” comandada por Guzmán, y también por el Ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas, están convencidos de que en el presente escenario no existe forma de aumentar fuerte el gasto sin que ello se traduzca en la necesidad de incrementar la emisión monetaria, y que si la emisión crece más rápido que el producto, será imposible sostener un sendero de inflación a la baja.


El plan del albertismo es a largo plazo: ajustar hoy, lograr una inflación moderada, acordar con el Fondo, y lograr así un horizonte financiero despejado, que permita sentar las bases para volver a crecer. Para el kirchnerismo en cambio, el largo plazo es mañana. La estrategia es poner dinero en el bolsillo de los argentinos hoy, y luego lidiar con las consecuencias.

«La gestión de gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido».

Alberto Fernández (Presidente de la Nación), en Twitter ante la ola de rumores y disputas en el seno del gobierno


Sabido es que en política, son las urnas las que señalan las urgencias.
Al respecto, y más allá de la disputa circunstancial que hoy tiene lugar en el Frente de Todos, hay un dato que echa luz en términos históricos a la derrota electoral de un gobierno de matriz peronista.


Desde su génesis, el movimiento fundado a mediados del Siglo XX por Juan Domingo Perón, supo anclar su estructura de poder en la inserción sobre las mayorías. El fundamento de esa construcción, tuvo históricamente como base la reivindicación de la producción, el empleo y el salario, y el ascenso social de las clases trabajadoras.


De antemano en el análisis, el gobierno de Alberto Fernández cuenta con dos atenuantes. El primero es el desbarajuste económico y financiero que dejara como legado el macrismo al salir del poder. El segundo es la incidencia de una pandemia global.


Empero, algo que a todas luces queda claro en el resultado electoral del domingo, es que la gestión Fernández no logró penetrar en el ideario de las mayorías con una épica de beneficio colectivo al conjunto.

Encerrona. La que enfrenta el gobierno de Alberto Fernández. La buena letra financiera y fiscal, o la recuperación de los ingresos medios en el cortísimo plazo.


En este sentido, llama la atención el hecho de que la presidencia de Fernández, sí haya hecho foco en la reivindicación de las minorías. Con denodado esfuerzo, el gobierno se ocupó por ejemplo de movilizar los recursos económicos y la política hacia fines 2020, a fin de lograr la aprobación de la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Lo hizo en medio de una pandemia, luego del enorme impacto que las restricciones implementadas para contener el Covid habían generado sobre el aparato productivo y sobre el entramado de ingresos medios.


La protección de las minorías postergadas es menester del Estado
, y la discusión en torno al IVE ya estaba instalada desde hacía tiempo en el consciente colectivo. Tampoco las minorías son responsables de la debacle de un gobierno que hace gala de la auto destrucción discursiva, comunicacional, mediática y política.


Sin embargo, las minorías no ganan elecciones. Las urnas dan cuenta de que la agenda de las mayorías transitaba otro carril, y no incluía el IVE como un mérito por el cual apoyar a un gobierno que logró lo que para una porción menor de la población, sigue siendo una gesta épica.


Es evidente que mientras a fines de 2020 la gestión Fernández daba de baja el IFE y ponía todo su esfuerzo político en el IVE, la agenda de las mayorías se enfocaba en el bolsillo. La escasa inserción del gobierno en las mayorías, encuentra su razón de ser en las bases de la retórica peronista: el salario real.


Los datos son elocuentes. Tal como se observa en los gráficos que acompañan la nota, el salario medio de los trabajadores registrados (Ripte) perdió contra la inflación en 5 de los últimos 7 años.
El año 2015, fue el último en que los salarios le ganaron fuerte a la inflación. En 2016, los tarifazos y la devaluación golpearon al salario y lo hicieron caer en términos reales un 6,7%. La recuperación de 2017, ni siquiera revirtió la mitad de la baja del año anterior. En 2018 y 2019, el derrumbe del poder adquisitivo se pronunció, y el salario real cayó 17% y 9,4% respectivamente.


El escaso énfasis del gobierno en el empleo y el salario, es quizá la semilla que dio origen al cachetazo electoral. El mandato de las urnas en 2019, era revertir la matriz económica del macrismo. La llegada de un gobierno de matriz peronista, suponía en el ideario colectivo, que la tendencia podría revertirse, y el poder adquisitivo medio comenzaría a recuperarse. Nada de eso sucedió. En los dos años de la gestión Fernández, el salario real volvió a caer: 1,2% en 2020, y 0,3% en lo que va de 2021.


De punta a punta, el salario nominal medio creció un 458,7% entre diciembre de 2015 y agosto de 2021. En el mismo lapso (según la Dirección de Estadística y Censos de la Provincia del Neuquén), los precios avanzaron un 604,9%. La pérdida real acumulada en el periodo es del 146,3%.


La falta de prioridad que la gestión Fernández ha dado al trabajo y al salario, queda a la vista en el escaso protagonismo del Ministro de Trabajo, Claudio Moroni. La virtualmente nula presencia del conductor de la política laboral en los medios de comunicación y en la agenda pública, junto al bajo perfil del Ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, dan cuenta de la escasa importancia que el gobierno le ha asignado al salario en su lista de temas “urgentes”.


Una encerrona es lo que enfrenta hoy el gobierno. A los garrafales errores propios y la desembozada puja interna de poder, se le suma la necesidad de “hacer los deberes” a fin de lograr el beneplácito del board del FMI, y la de recomponer la golpeada matriz de ingresos de un electorado que acaba de darle la espalda de forma contundente.


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