Trump, energía y geopolítica: el regreso de la realpolitik fósil

El petróleo no es solo una mercancía: es el lenguaje con el que se escribe el nuevo orden mundial, y una de sus palabras que más repetiremos es Vaca Muerta.

La reelección de Donald Trump ha confirmado lo que la historia se ha empeñado en enseñarnos una y otra vez: la geopolítica de la energía está lejos de haber sido superada por la narrativa de la transición energética. Lejos de entrar en una era post-fósil, el mundo vuelve a alinearse en torno a los viejos ejes del petróleo, el gas y el poder estatal. Y Trump, con su estilo transaccional y brutalmente pragmático, no es un accidente de la historia, sino el catalizador de un realineamiento energético global que ya estaba en marcha.

La energía como instrumento de poder


Tal como lo expone Art Berman en su artículo “Control Oil and You Control Nations”, el petróleo sigue siendo el núcleo de la arquitectura global del poder. El control sobre los flujos de crudo y gas natural no solo garantiza el crecimiento económico, sino que también otorga influencia estratégica. Estados Unidos, gracias al fracking, se ha convertido en un actor clave no solo en el mercado sino también en la diplomacia energética. Con Trump nuevamente al mando, es previsible un retorno explícito a una doctrina energética imperial: exportar gas natural licuado (GNL) como herramienta de presión geopolítica y redoblar la alianza con aliados energéticos tradicionales como Arabia Saudita, aunque eso signifique desentenderse de la agenda climática.

Esta arquitectura global relanzada por Trump muestra como el petróleosigue moldeando la estrategia internacional. La caída del régimen sirio en 2024 debilitó a Irán y a Rusia, dos jugadores clave en la geopolítica energética. Trump, con su mirada estratégica centrada en el interés nacional, probablemente aprovechará este reordenamiento para reactivar alianzas energéticas tradicionales en Medio Oriente e impulsar nuevos acuerdos bilaterales centrados en el acceso a recursos. Es un retorno al “petropoder”, donde el acceso y control de fuentes energéticas sustituye cualquier idealismo multilateral.

Es un retorno al “petropoder”, donde el acceso y control de fuentes energéticas sustituye cualquier idealismo multilateral.

Gustavo Pérego, director de Abeceb.

Ya en Europa, el conflicto prolongado en Ucrania ha llevado a una reorganización forzada de la matriz energética. Trump, escéptico de los compromisos con la OTAN y menos dispuesto a sostener el apoyo militar a Kiev, podría acelerar la fragmentación del frente occidental, debilitando la cohesión energética de Europa. Esto abre espacio a nuevos flujos energéticos alternativos –incluido gas desde Argentina– y reposiciona a Estados Unidos como proveedor “de facto” de seguridad energética a los países que se alineen con su visión.

El mito de la transición energética


El liderazgo conjunto de Trump en EE. UU., Putin en Rusia y Xi Jinping en China, así como otras grandes economías asiáticas como la India, Japón y el resto de las economías emergentes,desmonta la noción de que estamos avanzando hacia una economía descarbonizada. La participación de los combustibles fósiles en la matriz energética global apenas ha disminuido en términos reales. Las energías renovables, aunque en crecimiento, siguen dependiendo del soporte fósil para su desarrollo, mantenimiento y expansión. Trump, lejos de obstaculizar una transición energética que no está ocurriendo al ritmo prometido, simplemente formaliza lo que ya es una realidad: el petróleo y el gas seguirán siendo la columna vertebral del sistema energético global en las próximas décadas.

La retórica “verde” ha sido útil para capturar capital, legitimar nuevas formas de intervención estatal y construir una narrativa de progreso. Pero en términos físicos y económicos, como exponen muchos analistas del sector, las renovables no han logrado reemplazar la densidad energética, la versatilidad ni la escalabilidad de los hidrocarburos. La administración Trump se apoya en esta “verdad incómoda” para desmantelar regulaciones ambientales, impulsar proyectos de infraestructura fósil y reposicionar a EE. UU. como el “arsenal energético” del mundo libre.

El ajuste económico global y la “marcha de la necedad”


El mundo en la actualidad se enfrenta a dos desafíos clave: el agotamiento de las oportunidades fáciles de expansión económica a través de la energía barata, y la incapacidad de los líderes para reconocer los límites físicos del crecimiento. La crisis energética a la que podríamos caminar a nivel global no es de precios, sino de rentabilidad: extraer y refinar petróleo es cada vez más costoso, mientras que la demanda global se desacelera estructuralmente. Esto crea un nuevo tipo de fragilidad: economías adictas a subsidios energéticos, mercados disociados de fundamentos físicos, y decisiones políticas que postergan lo inevitable.

Trump no es ajeno a esta lógica. En lugar de combatirla, la abraza. Busca una estrategia de sostener el consumo energético interno con incentivos fiscales, aranceles selectivos y una diplomacia centrada en el acceso a recursos. Al mismo tiempo, cuestiona abiertamente los compromisos de descarbonización y exige a sus aliados una lealtad energética equivalente a su dependencia militar. No hay transición, sino un reordenamiento brutal del acceso a la energía. Y los que no estén preparados para competir bajo estas reglas, quedarán al margen.

En conclusión, el regreso de Trump no es una anomalía electoral. Es la expresión política de una transición energética fallida, de una economía global atrapada entre la escasez de energía barata y la promesa incumplida de una matriz limpia. La geopolítica vuelve a girar en torno al petróleo y al gas. Y quienes no lo comprendan seguirán diseñando políticas climáticas con supuestos irreales, mientras el mundo real se reorganiza a golpe de acuerdos bilaterales, redes de ductos y flujos de GNL.El petróleo, una vez más, no es solo una mercancía: es el lenguaje con el que se escribe el nuevo orden mundial, y una de sus palabras que mas repetiremos es Vaca Muerta.

(*) Director de Abeceb.


La reelección de Donald Trump ha confirmado lo que la historia se ha empeñado en enseñarnos una y otra vez: la geopolítica de la energía está lejos de haber sido superada por la narrativa de la transición energética. Lejos de entrar en una era post-fósil, el mundo vuelve a alinearse en torno a los viejos ejes del petróleo, el gas y el poder estatal. Y Trump, con su estilo transaccional y brutalmente pragmático, no es un accidente de la historia, sino el catalizador de un realineamiento energético global que ya estaba en marcha.

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