“Ejemplo de mujer, de generosidad”

Dicen que se llamaba María Ester Arrese pero en Allen, los que saben, afirman que con nombrar a María “a secas” era más que suficiente para saber de quién se hablaba. María, de cuna humilde, desde muy joven supo de trabajar duramente para afrontar las necesidades cotidianas, conducta que se perpetuó a lo largo de su vida como una responsabilidad natural de subsistencia pero, a la vez, como un deber que le otorgaba la dignidad de ser y pertenecer. Una mujer de muchas virtudes. Sin profesar religión, poseedora de una fe inconmovible que alentaba esperanzas en el resultado de todo lo que emprendía. Inteligente y observadora por naturaleza, tenía una clara lectura de los de los comportamientos humanos y de la realidad. De una energía arrolladora (con justificado orgullo se declaraba empleada rural de toda la vida y su desempeño competía de igual a igual con el esfuerzo de cualquier hombre). María no decía, simplemente hacía. Hacía contra viento y marea. Hacía siempre por y hacia los demás. Hacía con la convicción de que en una sociedad no bastaba con resolver los problemas propios, sino que se debe hacer algo por el otro como obligación tácita por el solo hecho de aceptar convivir en comunidad. Presidió varias veces la Comisión Vecinal de los barrios Mir-Del Pino. Terminada su jornada laboral, se daba tiempo para las reuniones ordinarias, relevar las necesidades de los vecinos y gestionar incansablemente ante las autoridades. María conocía con precisión todas las necesidades y los padecimientos de los vecinos de su barrio. Referente indiscutida, era considerada una figura imprescindible, una suerte de diosa protectora que cobijaba a todos sin excepción. Cuántos vecinos fueron sorprendidos alguna vez, sin sospechar siquiera, por la silenciosa ayuda de María. Audaz y valiente, siempre iba más allá de los límites. Cabe recordar que fue noticia en los medios su decidida intervención arriesgándose al increpar y forcejear con un delincuente, frustrando así un robo en la vivienda vecina. Su estilo era decididamente franco. Ante una injusticia o lo indebido no se andaba con rodeos. En desmedro de las formas, María planteaba los problemas por las radios locales, el diario, en las instituciones o personalmente con las autoridades, no como un simple enunciado mediático sino en la búsqueda de soluciones concretas. Otra virtud de María: ella nunca se limitó a ser simplemente una habitante de su pueblo. Aceptó el desafío de tomar las responsabilidades de sus derechos de ciudadana para ejercer abiertamente desde esa jerarquía todas las obligaciones que le cabían como tal. María sufría por su pueblo porque amaba profundamente a su querido Allen. En lo personal, seguramente como un imprescindible cable a tierra, se las ingeniaba para mantener siempre impecable el jardín de su casa y regalarle una hermosa vista al barrio. También le gustaba sorprender de tanto en tanto a familiares y amigos con alguna exquisita comida (cuentan que la fama de sus empanadas tenía ribetes de leyenda). Una mujer enamorada de Mario, su eterno compañero de vida. Madraza de sus hijos, abuela amorosa con sus nietos y amiga incondicional de quienes tuvieron la honra de compartir su amistad. En todas sus acciones, por pequeñas o grandes que fuesen, María ponía con igual énfasis el cuerpo y el alma. Hace un mes se fue repentinamente, casi sin avisar. Seguramente siguiendo el dictado de su espíritu indómito: “Me voy porque tengo muchas cosas que hacer”. Nos dejó perplejos, apenados y con una profunda sensación de orfandad y desolación. Un ejemplo de mujer, de generosidad y de entrega al prójimo que muchos extrañaremos. Carlos A. D’Amico, DNI 11.110.780 Allen

Carlos A. D’Amico, DNI 11.110.780 Allen


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