El miedo puede funcionar

En teoría, las campañas electorales deberían servir para que la ciudadanía se familiarice con las propuestas de los distintos candidatos y opte por la que le parezca mejor, pero tanto Mauricio Macri como Daniel Scioli –más sus respectivos partidarios– entienden que les convendría mucho más concentrarse en dar la impresión de estar en condiciones de gobernar el país sin perjudicar a sectores sociales significantes. Aunque es de suponer que los asesores económicos de los dos rivales saben muy bien que el próximo gobierno no tendrá más alternativa que reducir mucho el gasto público, el que casi se ha duplicado en los años últimos, una eventualidad que, como es natural, motiva preocupación entre quienes dependen del Estado, el oficialismo está procurando convencer al electorado de que en verdad no habrá razones legítimas para hacerlo. Para inquietud de Macri y sus aliados del frente Cambiemos, los kirchneristas están aprovechando el manejo monopólico de los medios estatales y las usinas propagandísticas que han creado para advertir que un triunfo electoral opositor tendría consecuencias nefastas para millones de personas. Puede que no exageren demasiado los kirchneristas cuando aluden a cortes por venir pero, de quererlo, los macristas también podrían señalar que, en vista del estado lamentable de las finanzas nacionales, un gobierno encabezado por Scioli obraría de manera virtualmente idéntica; aun cuando quisiera continuar como si el país nadara en dinero, dentro de muy poco tendría que reconocer que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se las arregló para gastar casi todo cuanto consiguió el país en el transcurso de su gestión y actuar en consecuencia. De todos modos, muchos participantes de lo que los macristas califican de “una campaña de miedo” oficialista tienen buenos motivos para sentirse preocupados, ya que lo que está en juego es su propio bienestar. Es notorio que el gobierno actual haya aprovechado el sector público en beneficio de una multitud de militantes que desempeñan cargos para los cuales no estuvieron preparados. Sería por lo tanto lógico que un gobierno de otro signo los reemplazara por sus propios simpatizantes pero, por fortuna, parecería que por principio Macri y, tal vez sin tanta convicción, sus socios radicales y peronistas están a favor de privilegiar conceptos supuestamente anticuados que se ven resumidos en la palabra idoneidad. Para desconcierto de los integrantes de agrupaciones politizadas como La Cámpora que creen que en última instancia lo que más importa es la militancia, los macristas se afirman más interesados en la eficiencia administrativa que en la lealtad de los funcionarios hacia dirigentes políticos determinados o su compromiso con distintas hipótesis ideológicas. Como es natural, tanto pragmatismo molesta sumamente a quienes se sienten soldados de un ejército que libra una especie de guerra sociopolítica destinada a transformar la Argentina en otro país, pero parecería que una proporción sustancial de la ciudadanía se siente bien harta del “relato” kirchnerista y por lo tanto preferiría que el gobierno prestara más atención a los datos concretos. Sea como fuere, el que a muchos parezca un tanto ridícula la “campaña de miedo” que ha emprendido el oficialismo, no significa que esté destinada a fracasar. Los militantes que deben su ingreso a su voluntad de repetir las consignas kirchneristas distan de ser los únicos que quieren que el statu quo se perpetúe, ya que se cuentan por millones las personas que de un modo u otro dependen del Estado. Explicarles que será imposible seguir dándoles los subsidios, los que por lo común son magros, a los que se han acostumbrado no serviría para que se resignaran tranquilamente a verse privados de ellos. Asimismo, por ser nuestra cultura política tan personalista, sería natural que la mayoría atribuyera los cambios negativos que pronto se concretarán a la presunta maldad del sucesor de Cristina, no a circunstancias que ni siquiera el mandatario más generoso del mundo sería capaz de modificar. Por supuesto que sería mejor que todos los políticos del país asumieran una postura realista frente a los problemas económicos y por lo tanto sociales que se aproximan, pero, huelga decirlo, no existe posibilidad alguna de que ello ocurra.


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