Trajo parte de su manada de la Antártida y probó que sus perros son felices
Pablo Germann presenta a sus cien huskies. Vive en San Martín de los Andes y cuenta que llegó al extremo sur del país, que trabaja con trineos en el Bosque de los Huskies en Cerro Chapelco y detalla cómo su vida está atada a la de su manada. Mirá el video en el que explica como probó científicamente que sus perros aman la montaña.
“Son aventureros. Repetimos los circuitos, pero cuando le damos la orden de cambiar de camino, salen como flecha, porque les gusta correr y explorar”, dice Pablo Germann cuando se le pide que describa el comportamiento de su manada de cien perros huskies y sin darse cuenta, retrata su propia forma de vivir.
Pablo, tiene 65 años y atiende el teléfono en la cabaña de troncos del Bosque de los Huskies, cerca al jardín de nieve del Cerro Chapelco. Cuenta que estudió Veterinaria en la época del proceso en La Plata, pero cuando estaba en tercer año se tuvo que ir. Así llegó a la cordillera, un poco por un sueño y otro poco, por memoria genética.
“Mi abuelo llegó a Argentina desde Berna, Suiza. Además con un amigo, que hoy está desaparecido soñábamos con vivir en Ushuaia. Emprendí el camino en una camioneta con ropa para vender y una perra siberian huskie llamada Wanda, hija de una perra que había venido preñada desde Canadá”, dice.
Hizo una parada en Junín de los Andes, donde vendía en el Regimiento para solventar el viaje. En el 85 se instaló en el extremo del país y empezó a criar perros. El juez de Ushuaia tenía un macho de la raza. Los unieron y de nacieron Ibalú, Anuk sus “perras emblema”, con las que empezó la aventura con los trineos.
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En el 85 tuvo la oportunidad de ir a la Antártida. Su pareja, hoy madre de su hijo, trabajaba como guía de una empresa turística que hacía viajes a Antártida. Él hacía algunos trabajos en transporte y presentó un proyecto para retirarle el equipaje del aeropuerto al reconocido expedicionario antártico Gustavo Giró.
“Un día iba entrando con las valijas y Gustavo me grita. ‘Pablo vení para acá. Mañana te vas a la Antártida’, me dijo. ‘Claro que sí, hoy me subo al barco’, le contesté. Le había faltado una persona y yo, ese día a las 16, estaba en el buque”, recuerda.
Zarparon, se fueron a Puerto Esperanza. El barco hacía un recorrido hasta Bahía Paraíso, al fondo de la península. Luego volvía a Ushuaia y tardaba 11 días en llevar a los turistas y volver con otros.
“Me quedé en la Base Esperanza de noviembre a abril. Algunos pagaban para quedarse y yo los atendía. Los llevaba a recorrer en trineos. El turista hacía viajes de estudio, había científicos. Iban a corroborar lo que habían estudiado, no a sacar fotos”, relata con entusiasmo.
En el último viaje del barco, antes de regresar, su mujer se bajó y se casaron ahí. “Fuimos el primer matrimonio que se casó en la Antártida. Hubo 14 buques internacionales en mi casamiento. Después volví a Tierra del Fuego y comencé a trabajar con un panorama más claro con los trineos. Presenté un proyecto y fundé la hostería del Valle de los Huskies”.
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El tratado antártico y el protocolo de Madrid, por el 87 decía que había que retirar los perros de las bases. En Esperanza había unos 40 y el jefe Gendarmería le ofreció quedarse algunos. Se quedó con 15 “y esos perros se murieron conmigo”, dice.
Pero había un problema. En invierno no había turistas. Le buscó la vuelta y comenzó a organizar la primera carrera de trineos de Sur América y recorrió Ushuaia , Bariloche, Chile, Catedral, Chapelco. También llegó como competidor a Europa.
Se hizo muy conocido en los cerros de esquí de la Patagonia y Pichín Torres que estaba en el cerro Chapelco, lo invitó a quedarse. Al principio venía en invierno y se iba en verano, hasta que se instaló para siempre en San Martín de los Andes.
Perros felices
Con un proyecto que no paraba de crecer, sentía que había algo contra lo que no sabía cómo luchar. Estaba seguro que sus perros eran felices, pero mucha gente cuestionaba el trabajo en los trineos.
“Nunca busqué la fácil. Siempre crucé por terrenos escarpados. Y lo que hago lo demuestra, si no tenés manejo de manada, es un infierno. Cuando corren en la nieve sé que son felices porque es la historia de su raza, pero tenía que probarlo”, relata.
Así lo hizo. Juntó un grupo de científicos de Conicet que trabajan en San Martín con fauna autóctona. A través de hormonas y encimas, estudian comportamientos y les dijo que necesitaba “probar científicamente que mis perros son felices”. No importaban los costos, ni los riesgos.
“Si me salía mal, perdía. Sobre todo hoy como están las cosas. Pero me iba a demostrar que había cosas para cambiar. Tomamos muestras de sangre, en reposo, en actividad, en distintas temporadas. Todo dio fantástico, me llamaron de todos lados y yo también fui feliz, porque esa espada siempre me apuntaba y hoy estoy tranquilo trabajando en un sello de calidad”.
Las salidas en trineo parten desde plataforma 1600 recorriendo los bosques de lenga. En medio de los ladridos de los perros el paseo es por un sendero de nieve en polvo. De a ratos el guía detiene la marcha para contar cosas sobre las características de los perros, su historia genética y los paseos por el cerro.
En veinte minutos se atrapan los secretos de la naturaleza. “El perro quiere montaña y le mostramos al pasajero una aventura épica. Los hacemos revivir lo que hace 200 años vivían los hombres en el lejano norte, donde tenía que movilizarse en trineos, o con raquetas, por terrenos anegados”.
En la manada de huskies hay alaskanos y siberianos. Los perros están en el cerro de julio a septiembre, luego viven 80 hectáreas, “un hotel de 5 estrellas canino. Pero no se detienen, durante todo el año entrenan”.
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