El submundo de las carreras de caballos en la región

El dopaje sin control es moneda corriente en la mayoría de los hipódromos de Neuquén y Río Negro. Le dan al caballo todo tipo de anabólicos con el solo fin de verlo ganar. 

Por Italo Pisani y Sebastián Busader

«Noble hazaña» acababa de ganar con lo justo -«a la cincha»- los 450 metros de la esperada fiesta cuadrera. Estallaban de alegría familiares y amigos del dueño del zaino malacara, también un fiel apostador: «¡Grande, Noble! ¡¡Le salió en los últimos 100!!». No podían creer cómo el caballo arremetió «en atropellada» desde el medio del pelotón y dejó a todos atrás.

De pronto, cuando el jockey y su pingo iban a recibir el premio, la tragedia: «Noble hazaña» se desploma a la vista de todos. Por su boca, un hilo de sangre. Los espectadores, mudos.

La muerte acecha no sólo en las canchas sino también en los boxes, durante, antes y después de carreras contaminadas de todo tipo de drogas que el caballo recibe con piedad apenas disimulada. «Macedonias» que nadie sabe muy bien qué contienen, para inyectar adrenalina al competidor y satisfacer la codicia del «inversor» y apostador. Y si no hay muerte, hay un caballo deshecho a fuerza de sobredosis. Condenado a la invalidez.

¿Cómo? ¿Y la pasión burrera? ¿Y el amor por ese ser tan noble y servicial? Existen, claro, aunque la paradoja es fuerte: hay emoción por una fiesta hípica y un entrañable vínculo con el caballo, pero también hay ambición de ganar. Y cuando los controles se relajan y se imponen sucias reglas no escritas, la actividad que entusiasma a muchos se pervierte. El que más pierde es el animal.

«A las carreras va la gente que le gustan los caballos y la timba», admite un viejo espectador. Son los dos atributos y el gran dilema del amante del turf.

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Existe un dramático escenario que cuidadores, espectadores o jockeys no pueden negar en varias pistas de Río Negro y Neuquén desde hace muchos años: a los caballos se les suministran todo tipo de fármacos y productos de dudosa procedencia con el objetivo de explotar al máximo su rendimiento en las pistas. Es tan alarmante el catálogo de anabólicos -orales e inyectables- que la extensa infografía que acompaña estas páginas casi no alcanza para describirlos.

Tan alarmante como es la magnitud de la aplicación de estos aditivos en nuestra región. «El 95 por ciento», nos asegura un experimentado cuidador. No discrimina entre las canchas de pequeñas o medianas localidades y los hipódromos mayores, donde los controles de «doping» brillan por su ausencia. Precisamente ésta es la clave para entender por qué el dopaje se ha extendido obscenamente por estos lares y ha sustituido -en la mayoría de los casos- a las prácticas naturales basadas en dietas sanas y entrenamientos musculares como haría cualquier deportista que se precie.

«Río Negro» investigó el mundo sórdido de las carreras hípicas, donde ya hay quienes directamente exhiben con toda impunidad en los eventos el «maicito», el «chocolate», el «agüita», «sojita» y todo tipo de extrañas mezclas y «chuzas» (inyecciones) destinadas al caballo que compite. Cuidadores, jockey, veterinarios y dueños nos han admitido con crudeza cómo se va destrozando al ser que sólo cumple, para dar satisfacciones al amo.

 

Datos para el espanto

Al no existir ningún tipo de controles previos a las carreras, no pocos dueños y cuidadores se sienten habilitados a «trampear», sobre todo en «las cortas» (carreras de menor distancia). «Es que si vos no les das estas cosas al caballo, corre con desventaja. ¡Y acá se pone en juego mucho dinero!», se sincera uno que conoce el paño desde hace por lo menos 30 años.

Recuerda que antes la cosa era más sencilla: había pocos laboratorios que ofrecían preparados: uno para el corazón, otro para lograr tonicidad muscular y evitar calambres, o también para proteger hígado y riñones. «Y estaba la famosa «chinche de monje» y «chinche de vila». La primera se daba antes de correr». Hay quienes aún aplican la «chuza» llamada «la final», un cardiotónico que se inyecta en las venas de los caballos una hora y media antes de correr.

«El problema es que ahora hay un millón de productos. Traen cosas que ni sabemos qué ingredientes tienen».

Los viejos cuidadores usaban los remedios básicos, pero se empeñaban más en practicar el «vareo» (entrenamiento) del animal. Por ejemplo, comenzaban «vareando» un caballo para hacerlos correr 800 metros y terminaban haciéndoles alcanzar los 2.500, en el caso de los pura sangre. Eran denominados «ases del vareo».

Sin embargo, andando el tiempo, muchos les tomaron el gusto a sustancias estimulantes que están hoy prohibidas en los hipódromos más granados.

El propio criador le confesó a «Río Negro» cómo a su tordillo «cuarto de milla» le daba clembuterol «para que sude mucho y se desprenda de toda la grasa que no sirve, así queda la musculatura pura». Se lo suministraba con el «maicito», unos granos de maíz machacado que también tienen anabólico (los mismos que buscan ciertos fisicoculturistas) y arsénico. No es todo. Antes de la monta del jockey para la carrera, le inyectaba en la yugular «la final», con estrinina, cafeína y anfetamina.

Este procedimiento se reproduce pavorosamente en casi todas las pistas. Además del «maicito» y «la final», hay quienes le dan al equino un soberano latigazo en el «partidor» (gatera). Prohibido, desde luego.

En materia de los suplementos más valorados, gana la creatina, que ayuda a retardar la fatiga, aumenta la masa muscular y la fuerza y acentúa el ejercicio intenso e intermitente. La buscan muchos «burreros», pero deben lidiar con la resistencia de veterinarios y hasta competir con los fisicoculturistas que la demandan. Hay quienes no olvidan suministrarle al animal un diurético «para que no eche sangre».

Saben bien que están prohibidos en los grandes hipódromos del país, «pero acá no pasa nada». Y para el caballo que acusa algún inoportuno dolor antes de la carrera, algo de morfina también «viene bien».

«Antes de varear, déle una cucharadita de maicito o chocolate, sojita… lo que prefiera. Y después le da una gotita», recomienda otro cuidador. Reconoce, sin embargo, que no «sé muy bien qué tienen estos preparados, pero me dijeron que eran muy buenos para ganar. Y sí… lo comprobé yo mismo».

Ensayo-error es el método empleado. Si al caballo le permite «florearse» en la pista, bien. Pero nadie repara en ese instante en los daños que le provoca, que no son pocos: hemorragia pulmonar, dolor (que se enmascara con medicamentos), reducción del tejido óseo, progresivo deterioro de extremidades y huesos, deshidratación severa, ulceraciones, infertilidad, etcétera.

Por supuesto no todos comulgan con estos procedimientos non sanctos. Son quienes le dedican energía y amor a la preparación del caballo, como si fuera un buen deportista. Y quienes disfrutan de la fiesta hípica, como la mayoría de los espectadores. Ellos se vinculan con equinos que «varean» desde que tienen dos años. Los alimentan a pura «avena y pasto». Es más, «el que tiene un caballo de carrera deja de comer para darle la comida a él», exagera Juan, un viejo cuidador, para graficar el extremo cariño hacia su animal. Y unos días antes de una carrera lo «aprontan» y le hacen la «partida final», es decir, le dan «corrida» de la misma forma que lo harán durante la ansiada competencia. «Si al pingo no le pasa nada durante estos vareos, ¿por qué debería reventar el día de la carrera? Si pasa, será porque le han dado anfetaminas», razona un entrenador.

Hace notar que «un buen veterinario te recomienda que el caballo tiene que correr de forma natural. Por ahí, infiltrarlo para aliviarle algún dolor… Hay muchos veterinarios a los que no les gusta toda esa porquería». Añade: «Cuando vos tenés un caballo que corre, corre. Gana. Maradona -cuando no se dopaba- jugaba al fútbol genialmente», compara.

Y remata: «El corazón del caballo aguanta todo lo que aguanta porque tiene un corazón grande. ¡Pero el cuidador se abusa!».

 

 

 


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