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¿Machirulo o milennial?: el dilema de James Bond

El agente secreto más famoso del mundo empezó como una creación literaria; pero en 1962 su imagen se multiplicó en las pantallas del mundo. Siempre rodeado de belleza y glamour, a los 60 el único peligro que le preocupa es no ser cancelado por las nuevas generaciones.

Redacción

Por Redacción

Fernando Chiapussi

Como sus compatriotas John le Carré y Graham Greene, Ian Fleming trabajó en su juventud en el servicio de inteligencia: pero su empleador no fue el mítico MI6 sino la propia Armada británica. Como ellos también, se dedicó a escribir novelas de espionaje, aunque la suya era más bien una literatura de kiosco sin grandes aspiraciones. El primer libro, Casino Royale, fue publicado en 1953 y tuvo un éxito inmediato; siguieron otros con el mismo protagonista, una versión pluscuamperfecta de los espías que había conocido. Como su personaje era una fría máquina de matar pero a la vez alguien que pasaba inadvertido, le puso el nombre de un ornitólogo de la época. Así nació James Bond. Pero nueve años después, el personaje llegó a su encarnación definitiva -por la mayúscula difusión que daba el cine- con el estreno de la película El satánico Dr. No, protagonizada por un enorme patovica escocés llamado Sean Connery.


Como casi todas las películas que le siguieron, Dr. No era una producción de Eon, compañía fundada por Albert Broccoli y Harry Saltzman, quienes habían unido fuerzas luego de competir entre sí por los derechos de las novelas. El Bond cinematográfico, como Frankenstein, tiene diferencias con su original literario, pero el pobre Fleming -que murió rico en 1964- tuvo que hacerse a la idea de que tantos millones de espectadores no podían estar equivocados. El principal cambio es el humor introducido en la trama para alivianar la violencia del personaje.

El Bond de Connery -adaptado de las novelas por el guionista Richard Maibaum y entrenado actoralmente por Terence Young, director de los primeros films- se despide de sus enemigos con bocadillos de humor negro y guarda otros de doble sentido para tratar con los personajes femeninos, que para colmo suelen contar con nombres ‘’guarros’’ intraducibles en una revista de gran tirada -prueben con poner ‘’Pussy Galore’’ en el Google Translator-.


Maibaum siguió al frente de un ejército de guionistas y dialoguistas durante dos décadas, con ocasionales excepciones como en Sólo se vive dos veces (1967), adaptada por el escritor Roald Dahl -un ex piloto de la RAF que también había trabajado para el MI6-. ‘’Me dijeron que una de las chicas tenía que morir por la mitad’’ contó después el autor de Charlie y la fábrica de chocolate. Como sólo había visto 007 contra Goldfinger (1964), los productores mandaron a alguien a su casa con un proyector para pasarle las otras películas.


Después de Sólo se vive dos veces un cansado Connery se salió de la máquina, aunque volvería un par de veces a interpretar a Bond, sólo por el dinero. Después del breve interregno del australiano George Lazenby -cuya única aparición fue en uno de los mejores films de la serie, Al Servicio Secreto de su Majestad (1969)-, la estrella televisiva Roger Moore se convirtió en el primer inglés en interpretar al 007.

Para entonces habían pasado diez años, las novelas se empezaban a acabar -de todos modos, algunos guiones sólo conservaban el título- y la necesidad de estar ‘’al día’’ iba llevando lentamente la franquicia hacia la hipérbole: más chicas, más gadgets y, sobre todo, más escenarios. En el fondo, las aventuras de Bond pertenecen a un subgénero que podemos llamar ‘’thriller turístico’’ y que fuera inventado por Alfred Hitchcock con títulos que van de 39 escalones (1934) a Intriga internacional (1959).

Las primeras películas de la serie solían tener una locación exótica importante, pero pronto eso pareció poco y Bond empezó a juntar millas de avión como un poseso; sobre todo cuando los escenarios del jet-set se empezaron a acabar porque, vamos, el mundo es finito.

Para cuando Moore, con 57 años, dejó la silla vacante, lo único que seguía renovándose eran las canciones de apertura, interpretadas siempre por grandes nombres como Shirley Bassey, Paul McCartney, Sheena Easton o Duran Duran.


Me dicen el machirulo



El Bond de los primeros años, que le valió a Connery la consagración, es el más cuestionable en retrospectiva: vistos hoy, esos primeros films están repletos de comentarios machirulos y hasta se lo puede ver al escocés sopapeando a una novia ocasional en una escena de De Rusia con amor (1963).

Tampoco falta el racismo exhibido naturalmente cada vez que Bond visita países del Caribe, el Mediterráneo u otros del entonces llamado Tercer Mundo: ‘’traeme los zapatos’’ le dice Connery a un negro jamaiquino en un momento de Dr. No, mientras zamarrea a una Ursula Andress en infartante bikini.

El éxito de público garantizó la impunidad de esas conductas, que daban sobre todo al espectador británico la sensación de que su país seguía siendo el centro del mundo. Y por un rato, entre los Beatles, Bond y el Mundial de fútbol 1966, pareció que era efectivamente así.


Fueron los años en que Bond salía de una cama para meterse en otra y hojeaba provocativamente una revista Playboy en la antesala para ver a M. A mediados de los ochenta, con Moore ya retirado, los productores darían un golpe de timón en un intento de adaptarse a los tiempos de un entonces invencible SIDA. Fue así que Timothy Dalton -el más alto de los actores que encarnaron a Bond: 1 metro 88 cm- no tuvo más que una novia en los dos títulos de la serie en que participó. De paso, desapareció el humor zafado en lo que se anunció como un ‘’regreso’’ al Bond literario.


Sin embargo, hay elementos de la serie que no cambian, como los sofisticados dispositivos ocultos en los coches de Bond, o la presencia de algo ruso en la trama, tanto en tiempos de Guerra Fría como fuera de ella. Lo que fluctúa es el modo de tratar a las chicas, más o menos respetuoso según la variable histórica: con Pierce Brosnan volvió el 007 más mujeriego. Y otros detalles como el tabaco: Connery fumaba cigarrillos como el sibarita Fleming; Moore los cambió por habanos; a partir de Brosnan, Bond dejó de fumar para siempre. Hasta el martini muta de vez en cuando en bourbon o alguna bebida patrocinante, para escándalo de los más fieles.


¿Un Bond para “millennials”?



Para cuando un treintañero Daniel Craig -el Bond más bajo: 1 metro 78 cm- se hizo con el personaje de Bond, los libros de Fleming habían sido reemplazados por guiones incomprensibles en su complejidad; el guionista original había muerto, y también el productor Broccoli. Su hija Barbara, que en el interín había comprado las dos novelas originales que le faltaban -y que habían dado lugar a películas ‘’no oficiales’’ en el pasado-, decidió empezar de nuevo y por el primer libro, Casino Royale (2006).


Así 007 volvería a perder la frivolidad, con el humor pasando por los personajes secundarios. Dos ganadores del Oscar fueron convocados para el detrás de escena: primero el guionista Paul Haggis –Million Dollar Baby, Vidas cruzadas- y luego Sam Mendes, el director de Belleza americana, quienes fueron creando un Bond más agresivo y conflictuado, y con aventuras cada vez más extensas, un poco como pasó con Batman cuando lo agarró Christopher Nolan.

Por otra parte, un Craig musculado hacía más creíbles las escenas físicas. Este Bond estilo ‘’Transporter’’ no fue del agrado de todos -el cronista prefiere al playboy aplomado- pero sí convenció a muchos, y hasta fue considerado un regreso a la fuente literaria, esto es las novelas que ya nadie lee. Pero ¿sigue siendo Bond? Ya tuvimos una M mujer, un Q homosexual y, en la por ahora última Sin tiempo para morir (2021) le dan el número 007 a una agente mujer y negra, como anticipando una sucesión con cambio de sexo. Pero no se la juegan del todo: al final de los créditos, donde debería decir ‘’007 volverá’’ se mantiene la frase original ‘’James Bond volverá’’, como si todavía hubiera futuro para el ya renunciado Craig.

Sin tiempo para morir, protagonizada por Daniel Craig.


En esta versión milennial hemos visto a Bond ser humillado múltiples veces, perder en el casino, perder a la novia, llorar a lágrima viva… ¿Dónde está, entonces, la esencia del personaje? La respuesta, como siempre, bailará al son de los números de la recaudación, que por ahora siguen dando luz verde: hoy, el espía de Ian Fleming sigue siendo una de las cinco franquicias más exitosas de la historia del cine. Como dicen esos otros libros de kiosco: la vida empieza a los 60.


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