Más allá del tumor y la quimioterapia

La investigadora del Conicet, Marisel Gutiérrez, destaca la importancia de los enfoques neurológicos y psicosociales a la hora de tratar a los pacientes de cáncer infantil.

En el imaginario social, cuando se piensa en la oncología, suele vinculársela a la quimioterapia, los rayos u otros fármacos experimentales, es decir, a tratamientos para combatir al cáncer. Sin embargo, pocas veces se tiene en mente todo lo que le sucede a la persona por fuera de lo estrictamente médico a partir de que recibe ese diagnóstico. La psicología tiene mucho para aportar en este sentido, y más aún en el caso de los niños.


En la semana que se cumplió un nuevo aniversario del Día Internacional del Cáncer Infantil, la doctora en Psicología con Orientación en Neurociencia, Marisel Gutierrez, destaca la relevancia de la Neuropsicología y la Psicooncología pediátrica, dos áreas poco integradas, pero que ya se han abordado desde la investigación, incluso bajo el término conjunto de Neuropsicooncología. “En las últimas décadas se ha producido un gran avance en el diagnóstico y tratamiento del cáncer, pero también tenemos que atender a lo que sucede a nivel psicosocial y neurológico, que deja importantes consecuencias”, señaló.

Pero, ¿de qué se ocupa, en definitiva, este campo de trabajo? “Se trata de una fusión entre la neurología y la psicología que se aboca al acompañamiento de pacientes menores de edad que reciben un diagnóstico de cáncer. Su objetivo es promover un enfoque interdisciplinario que brinde apoyo psicosocial y que asegure la mejor calidad de vida posible al atender las secuelas neurocognitivas y sociocognitivas”, afirmó Gutierrez.

“Pocos son los centros del país que cuentan con el servicio de oncología pediátrica por lo que, en muchos casos, los niños y sus familias tienen que viajar bastante para acceder a tratamientos. Esto ocasiona múltiples pérdidas, porque los niños no solo dejan de asistir a sus escuelas y vivir en su hogar, sino que se ven alejados de sus amigos, su familia, sus cosas. Además del desarraigo, en este otro lugar pasan por un proceso médico invasivo y doloroso”, destacó.

Este escenario resulta desafiante para muchos niños y niñas, por lo que contar con la asistencia de un especialista puede hacer la diferencia. “Los psico-oncólogos están preparados para abordar diversos aspectos psicosociales que van desde la comunicación familiar y la relación entre los padres y los médicos, hasta cómo manejar el dolor o encarar la vuelta a la escuela tras recibir el tratamiento”, detalló la investigadora del Conicet.


Por otro lado, la Neuropsicología, quizás la menos desarrollada de ambas en el campo de la oncología, puede contribuir con el abordaje de los efectos neurotóxicos que dejan los tratamientos y que pueden afectar al desarrollo cognitivo del niño. “Tanto el cáncer como la quimioterapia impactan negativamente en el cerebro. Estas secuelas, que pueden quedar a nivel cognitivo, se vuelven más urgentes de tratar si el paciente es un niño en etapa de escolaridad”, planteó Gutierrez.


Un problema que se puede atender a tiempo



El cerebro de los niños es delicado, pero también tiene plasticidad y es maleable. Gutierrez explicó que “la identificación temprana de problemas en el área cognitiva permite intervenir prematuramente y, así, se podrían prevenir secuelas más graves”. En sus publicaciones, destaca una herramienta para abordar el problema a tiempo: una evaluación neuropsicológica anual.

“Otra instancia recomendable dentro de la evaluación son las medidas de auto-reporte, es decir, escalas en las que el propio paciente notifica las dificultades que tiene”, sumó. Gutierrez destaca que son muy importantes, ya que los pacientes pueden reportar una mayor variedad de déficits en la vida cotidiana, como la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva y el control inhibitorio, entre otros aspectos. Estos pueden aparecer en las medidas de autoinforme, pero, en algunos casos puntuales, no necesariamente se identifican en las pruebas neuropsicológicas.

Por último, la investigadora sugiere que, sobre todo en la infancia, estos reportes sean complementados con la evaluación de terceros. “Por ejemplo, los padres, madres o maestros tienen un rol sumamente importante, ya que los niños pasan buena parte de su tiempo con ellos. En el caso de los niños con cáncer las maestras hospitalarias tienen mucho que aportar acerca de las cuestiones cognitivas que observan”, puntuó.

Gutierrez destaca que es fundamental que se dé una articulación entre los equipos de investigación y los profesionales de la salud para potenciar la producción científica y mejorar estas herramientas de detección, control y seguimiento.

Por Magalí De Diego; Agencia CTyS-UNLaM.-


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