Enrique Vásquez: “Los cadáveres no me dejaban dormir”

El libro “El osario de la rebeldía. Campo de Mayo, de Roca a los Kirchner” (Planeta) marca la decadencia del poder militar en la Argentina, un siglo de existencia de un acantonamiento transformado en fábrica de muerte.

ENTREVISTA | DICTADURA 1976

Antes de entrar de lleno en el libro: investigar, escribir, ¿le quitó el sueño en algún momento?

– Nunca me lo preguntaron y yo mismo no me he detenido en eso. Investigaba, iba de aquí para allá, testimonios… Porque el mío es un libro de hechura periodística. Ir buscando esto o aquello. Pero sí, no fue fácil.

– ¿Qué no fue fácil? En su oficio, suele señalarse que las emociones no deben traicionar la nota…

– Y no me he dejado traicionar, pero soy un humano. Calaba hondo el testimonio de seres que veían llegar los camiones del Ejército de noche, tirar cadáveres y cadáveres en fosas comunes, máquinas que tapaban. Así, así el ‘76, ‘77 y más y más. No es fácil pisar un suelo donde hoy la gente humilde que ahí vive hace un pozo de agua y afloran huesos humanos que ellos tiraron en el arroyo Pinazo… Sí, hubo noches en que los cadáveres no me dejaban dormir.

– Se asesinaba en Campo de Mayo y se tiraban los cuerpos en “Campo Pestarino”, espacio vecino pero no perteneciente al Ejército. ¿Campo de Mayo fue el Auschwitz en cadena de campos de concentración de la dictadura?

– Sí, el de mayor producción de muerte. En Campo de Mayo hubo 5.000 prisioneros, de los cuales sobrevivieron 46.

– ¿Por qué razón se sabe más de la ESMA como “ingeniería de muerte”, utilizando la frase del juez Jackson en Nüremberg?

– Hubo menos detenidos y más sobrevivientes, incluso debido a los planes políticos de Massera, que apeló a prisioneros para desarrollarlos. Los sobrevivientes nutrieron de información a la Conadep que, por lo demás, en sus investigaciones encontró más hostilidad del Ejército al investigar Campo de Mayo. Magdalena Ruiz Guiñazú lo cuenta en mi libro. En la ESMA no se facilitó nada, pero se llegó a ella con mucha información. Además, a la hora de accionar, la Justicia se mostró decidida en relación con la ESMA, pero en relación con Campo de Mayo… se ha comportado miserablemente… demoras, esquives, agachadas.

– ¿No hay restos en Campo de Mayo?

– Es posible, sí. Pero la inmensa mayoría de los ahí asesinados fueron enterrados en Campo Pestarino, donde hoy gente vinculada con el comisario Patti, que dependió de Campo de Mayo en los años de represión, vende terrenos de 10 por 15.

– No le dé a la pregunta ningún sesgo, pero entre esos miles de restos de Campo Pestarino ¿quiénes estarían?

– El hijo de Graciela Fernández Meijide, la madre del periodista Anguita…

– ¿Haroldo Conti y Mario Roberto Santucho estarán en Campo Pestarino? En relación con éste, se ha cavado aquí y allá en Campo de Mayo, pero nada.

– No me parece que Haroldo esté en Campo Pestarino. Lo tuvieron en un centro de detención en Capital Federal. En cuanto a Santucho, lo llevaron muy herido al Hospital de Campo de Mayo. Agonizaba, se le daban vueltas los ojos. Murió y no se sabe más. Campo de Mayo es muy grande. Tiene 4.800 hectáreas y 60 kilómetros de diámetro, cuyo recorrido me llevó a mí más de una hora.

– Una versión dice que pusieron el cadáver en un patio y los oficiales hicieron cola para orinarlo. Y que luego invitaron a agregados militares extranjeros a ver el cadáver. ¿Qué sabe usted de esto?

– No más que eso. La represión se fundó, en sus prácticas, en restarle condición humana a quienes detenía, torturaba, desaparecía.

– Cuenta que cuando, por el libro, va a Campo de Mayo, el general Juan Martín Pera, jefe del acantonamiento, le mostró lo que queda de los cinco campos de concentración que funcionaron en el lugar. ¿No hubo ni siquiera un dejo de tensión en él?

– No, nada. Como escribí: me invitó a ver El Campito, uno de los lugares. Todavía precintado por la Justicia. También le dije que me llevara al hospital, me dijo: “¿Donde fueron los nacimientos?”… Sí claro, los chicos de detenidas que eran robados y ellas asesinadas. Y fuimos al hospital…

– En el libro hay un dato que parece merecer una lectura particular. Dice que el mismo 24 de marzo del 76, a horas de iniciarse el Golpe, camiones y máquinas del Ejército comenzaron a cercar Campo Pestarino. Llegaban desde Campo de Mayo. Y desde ese momento fue espacio del poder militar. ¿Cómo leer esa velocidad con que se armó ese campo?

– Hay que leerlo como una iniciativa largamente madurada, una determinación planeada de antemano. Se tenía decidido qué hacer, cómo y dónde colocar su resultado, que eran los cadáveres a producir. Es así… No hay otra lectura.

– Cero improvisación.

– Sí. Campo Pestarino había sido elegido para fosa con anterioridad y seguramente desde una ponderación de sus… no sé…

– ¿Virtudes?

– Y, estaba cerca del lugar donde se iba a asesinar, rápido para llegar. Un área en ese tiempo con población muy diseminada, de origen muy humilde…

– ¿Qué me quiere decir con esto?

– Fácil de amedrentar, de hacer callar si preguntaban.

– A minutos de tomar el poder, o quizá en simultáneo, el Ejército ya mata. Para el caso, en Capital Federal, en plena Avenida del Libertador. De uniforme y al mando de oficiales, entre los cuales había uno de apellido Guañabens Perelló, asaltan la casa del mayor Alberte, peronista, y lo tiran sin más de un cuarto piso a un patio interior… Hay bibliografía sobre el tema. ¿Ese asesinato tan rápido nos dice que el Ejército era el más decidido a matar?

– No, no. Sólo un tema de prontitud. La determinación estaba muy madurada desde hacía tiempo. Nada fue improvisado. Lo que sucedió en relación con lo hecho en Campo de Mayo es que este acantonamiento, por la naturaleza del espacio que ocupa, estaba más preparado que, por ejemplo, la Escuela de Mecánica de la Armada. Más oculto. Miles de hectáreas boscosas o abiertas, pero muy custodiadas.

– ¿El coronel Trotz, suegro de una de las Trillizas de Oro, operó en Campo de Mayo? Se lo pregunto porque el 24 de marzo fue, con ese grado, uno de los militares que tomó Viedma y fue el primer ministro de Gobierno del Golpe. Al menos en ese momento, un hombre muy sereno.

– Pero estuvo en el manejo de Campo de Mayo, como también fue el segundo de Ramón Camps en la Bonaerense, una máquina de muerte. Ahí, los Montoneros pusieron una bomba que le arrancó un brazo a Trotz.

– ¿Hay un relato hoy de la gente que vivía cerca de Campo Pestarino sobre lo que vivieron?

-Sí. Incluso en las escuelas de esa área, cuando llegan un 24 de marzo y los pibes tienen que redactar algo referido a esa fecha, hablan de los muertos que “mi abuelo me contó que tiraban ahí por las noches” y cosas así… En realidad, mi libro comienza a tejerse en mi cabeza cuando Guillermo Catalina Romero, un changarín… hombre muy humilde, muchos años después del Golpe, va a un abogado de la zona norte por un tema laboral y le cuenta que además no puede dormir por lo que vio en Campo Pestarino. Este abogado, de la APDH, lo lleva a Tribunales y ahí tomamos cuenta de lo sucedido en ese lugar. Ahí, ligado yo a la APDH, empiezo a investigar. Porque se sabía de Campo de Mayo, pero no de Campo Pestarino.

> Como decía “Tato”

No es aventurado señalar que el de Enrique Vázquez es un libro sobre la decadencia del poder militar – político en la Argentina. Porque en tanto el mayor acantonamiento militar del continente, fue durante más de 80 años de su existencia el termómetro del ánimo y pensamiento del partido militar con sus adictos civiles de siempre. Manda la historia: en esas 4.800 hectáreas se decidió mucho de la vida institucional del país.

Vale el entrañable Tato Bores: “¡Me dijo mi amigo el coronel Espingarda que los muchachos de Campo de Mayo están enojados!… ¡Sonamos!” Una influencia de Campo de Mayo que tuvo su último ronquido en la chirinada que Aldo Rico lideró en la Semana Santa del 87.

Con independencia de esta lectura, entre sus aportes el libro contiene -se publica por primera vez- un documento fascinante -gravemente fascinante- sobre los alcances que tuvo la llamada Escuela Francesa de lucha contra el enemigo irregular. Es decir, la experiencia que los militares franceses acumularon defendiendo sus colonias en Indochina y Argelia. Fracasaron, claro. Y que copiaron sus colegas argentinos.

El documento corresponde a una conferencia que ante el alto mando del Ejército Argentino dicta en 1960 el teniente coronel francés Henri Grand d’Esnon. Mucho se ha escrito sobre el tema. Uno de los trabajos mejor logrados es en esa dirección “Los escuadrones de la muerte. La Escuela Francesa”, de Marie – Monique Robin. Pero el hallazgo de Vázquez, hecho en los archivos de la Escuela de Guerra del Ejército Argentino, es en sí mismo la biblia con la que operó aquí la dictadura a la hora de tortura y asesinar. Biblia que también es su fracaso como poder.

> ¿Quién es Enrique Vásquez?

Enrique Vázquez, 62 años, se formó como periodista en Córdoba y en Londres. A comienzos de los 70 trabajó en “Río Negro”. Con los años en “Humor” y otros medios. Fue director de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UBA.

CARLOS TORRENGO | carlostorrengo@hotmail.com

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