The Fabelmans: el hechizo de Spielberg

Quedar atrapado por el cine a los 4 años es una suerte de bendición. Y a la vez, la cámara es un elemento tan poderoso como aterrador.

Quedar hechizado a los cuatro años tiene un precio. Quedar prendado de magia y hacer uso de ella puede resultar tan deslumbrante como aterrador. Puede ser un don, puede ser un castigo.


Steven Spielberg, el enorme director, tiene ahora 76 años. Nos ha divertido buena parte de su carrera, nos ha contado historias extraordinarias, conmovedoras, nos ha puesto frente a clásicos, y ahora, con su nueva película, nos pone frente a su infancia. Está en un momento de su vida en el que puede darse ese gusto , y lo hace con “The Fabelmans” -que bien podría haberse llamado “Los Spielberg”-, en la que cuenta cómo quedó hechizado, y cómo esa magia le dio poder, pero también cómo lo hizo sufrir, divertirse, encontrar el sentido.

El momento del hechizo ocurrió muy temprano en la vida del pequeño Spielberg, cuando sus padres lo llevaron al cine a ver “El espectáculo más grande del mundo”, de Cecil B. DeMille. Una escena, un tren que choca a un auto se transformó en su meta obsesiva , e intentar reproducirla con su propia cámara, en su vocación. El milagro del cine puede haber impactado a muchos en aquella época. Pero en Spielberg operó de otra manera: no sólo encendió la chispa, sino que le dio el cristal para mirar el mundo, para contarlo, para explicarlo, para entenderlo.


La película, como tantas otras en estos días -incluida la fastuosa “Babylon”- es un homenaje al cine, por supuesto. Pero en “The Fabelmans” ese homenaje está tan imbuido de la vida del realizador que luego nos asustaría con “Tiburón”, nos divertiría con “Indiana Jones”, nos conmovería con “E.T”, y nos haría llorar con “La lista Schindler”, que parece difícil separar uno del otro.

Spielberg encuentra en el cine, en la cámara, su mejor defensa ante el bullying que le hacen en la escuela, descubre que una historia bien contada tiene más poder y fuerza que la trompada que le dieron. También encuentra en el cine el juguete más divertido para crear narraciones con sus hermanas y amigos, durante una infancia que tiene toques mágicos. Pero advierte también que lo que mira esa cámara puede ser lo que nadie quiere ver, una de las situaciones familiares más dolorosas que le toquen vivir.


En The Fabelmans parecen brotar todos los indicios del cine que luego hará Spielberg, con esas infancias rotas que tanto narró en sus filmes.

Y si hay momentos dulces, otros melancólicos y muchos divertidos, el de la escena final es el momento de gloria, en el que un joven Spielberg logra sentarse frente nada menos que a John Ford, el enorme cineasta, para que le de un consejo genial, antes de que la película termine, Spielberg nos haga un guiño a todos, y nos deje hechizados.


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