Es hora de entrar a la quinta fase del duelo por el coronavirus: la aceptación
Las cinco fases del duelo brindan un marco útil para reflexionar sobre la crisis que ocasionó la pandemia. Reconocer el efecto y la fase final -la aceptación-, podría acelerar el regreso a nueva normalidad pospandemia.
Tom Frieden, The Washington Post (*)
El COVID-19 ha trastocado vidas en todo el mundo. Millones están de luto. Cientos de millones están desempleados. Estamos procesando estas pérdidas, en duelo por ellas y por los rituales de la vida —reuniones familiares, graduaciones, bodas— que la pandemia ha interrumpido. Nadie ha salido indemne.
Hemos experimentado las fases conocidas del duelo. Al principio, los líderes de varias naciones e incluso muchos expertos en enfermedades respiratorias estaban en negación: esperaban que el coronavirus desapareciera. La pandemia causó malestar: hacia China, los migrantes y las medidas de salud (esenciales) que se impusieron para limitar el contagio. Algunos intentaron negociar, sugirieron que la pandemia no sería grave, que “solo” atentaría contra los mayores y quienes tenían enfermedades previas. Otros han sucumbido a la depresión y han dejado de seguir las medidas de control con la esperanza de que “la inmunidad de la manada” los salve con su magia.
Estas respuestas son comprensibles. Pero cuanto más pronto aceptemos la realidad de la pandemia, será más rápido prepararnos para los cambios permanentes que se reflejarán en cómo trabajamos, aprendemos, nos relajamos, gobernamos e incluso nos tratamos entre nosotros.
En las próximas semanas y meses conoceremos más detalles, pero algunos aspectos de nuestras vidas, que ya cambiaron, son claros: habrá más escuelas y trabajos remotos, menos reuniones presenciales. Los viajeros podrían tener más espacio en los aviones, trenes y micros. Quizás enfrentarán nuevas barreras, como cierres periódicos de fronteras y cuarentenas.
Las escuelas y las oficinas estarán mejor equipadas para recibir a personas vulnerables, como los adultos mayores o aquellos con enfermedades crónicas. Las universidades podrían recurrir más al aprendizaje online, muchas podrían cerrar o adoptar distintas medidas económicas, incluidas reducciones en las colegiaturas.
Las instalaciones también cambiarán: por ahora, no es seguro que las mesas y las sillas estén cerca. Es probable que más ascensores y puertas sean automáticas, que abunden los cubrebocas y el gel desinfectante, que la desinfección se vuelva rutina.
Cambiarán nuestros hábitos de esparcimiento. En vez de reuniones numerosas en interiores, disfrutaremos de los exteriores. Al menos por un tiempo no frecuentaremos tantos restaurantes y bares, pero como muchos en el confinamiento, encontraremos alternativas para conectar con la gente de forma significativa. Cuando reabran los gimnasios y yo pueda volver a jugar squash, si mis colegas o yo nos sentimos mal, no asistiremos; entraremos a la cancha a través de una puerta con picaporte desinfectado, tal vez con cubrebocas y después del partido no nos daremos la mano.
Los atletas profesionales aprenderán a competir sin público presencial, por lo menos un rato, y los festejos serán distintos.
Gracias al COVID-19, el sistema de salud será más seguro a largo plazo. Las infecciones que se contraen en los hospitales han sido una de las principales causas de mortalidad en Estados Unidos. A medida que los hospitales adoptan medidas para controlar el COVID-19, pueden reducir otras infecciones prevenibles.
Gracias a la pandemia el sistema de salud podría ser más inteligente: para mejorar la resistencia personal y comunitaria, las personas con enfermedades crónicas deben recibir mejores cuidados. Este crisis obligará a implementar cambios necesarios que harán que el sistema de salud sea más conveniente y eficiente, el personal médico recurrirá a la medicina a distancia y los administradores harán los historiales médicos electrónicos e interoperables.
La pandemia podría cambiar en dónde y cómo vivimos. Es probable que llegado el momento, los adultos mayores decidan quedarse cerca de sus familiares, en vez de mudarse a comunidades de retiro o residencias.
Las ciudades podrían perder su encanto, pues la densidad y el transporte público, tan fundamentales para la vida urbana, dificulta los esfuerzos para reducir la transmisión de la enfermedad.
En lo referente a nuestras inversiones colectivas, podría haber más interés por financiar la salud mundial y reforzar las instituciones internacionales para protegernos contra amenazas futuras.
Si somos racionales, abordaremos muchas lagunas en la prevención de las epidemias en todo el mundo, entre ellas apoyar a las comunidades y cerrar los mercados de animales exóticos. Tal vez se reconocerá de forma más generalizada que el gobierno tiene funciones esenciales e irremplazables, y debería ser responsable de proteger a los ciudadanos.
Desde luego, el tratamiento efectivo podría minimizar los daños sanitarios y económicos de la pandemia. Y si se desarrolla una vacuna segura, eficiente y accesible, en buena medida podríamos recuperar nuestra realidad preCOVID. Y la mayoría valoraría la existencia de las vacunas.
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Pero en este momento queda claro: la pandemia alterará el curso de nuestras vidas en los meses y años venideros. Como sociedad, quizá confiaremos más en los jóvenes y en los que ya estuvieron expuestos al virus, y cuidaremos más a los vulnerables. Cuidar a los demás y priorizar el bien común podría acarrear un cambio positivo en la sociedad: tal vez aceptaremos que estamos juntos en esto, primero por necesidad y luego por decisión propia.
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