La guerra del dólar

Por tratarse de un tema que a primera vista parece sencillo pero que en verdad es muy complicado, tanto Mauricio Macri como Daniel Scioli han estado aludiendo con frecuencia creciente al dólar norteamericano. Mientras que el primero da a entender que sería mejor permitir que el mercado incidiera en la cotización, su rival dice querer que siga en manos del gobierno, afirmando que, en el caso de ser el próximo presidente, un dólar costaría 10 pesos. Según Scioli y quienes lo apoyan, devaluar nuevamente el peso oficial para que se acerque al blue tendría consecuencias catastróficas para la mayoría de los habitantes del país. A juicio de los macristas, el evidente atraso cambiario ya las ha tenido, sobre todo en las maltrechas economías regionales. Aunque es un tanto paradójico que los kirchneristas se hayan convertido en paladines entusiastas de un dólar baratísimo porque la tradición peronista en la materia es defender un “dólar requetealto”, es decir un peso subvaluado, porque sería más competitivo, su apoyo actual al “peso fuerte”, parecido al existente en los días finales de la convertibilidad, no es consecuencia de un arranque de revisionismo ideológico sino del temor nada arbitrario a que otra devaluación importante sirva para estimular la inflación. En principio, los macristas están en lo cierto. La experiencia no sólo de nuestro país sino de muchos otros ha mostrado una y otra vez que los intentos de defender el valor de una moneda contra las embestidas del mercado suelen terminar mal. Casi siempre llega el momento en que se rompen los diques de contención, como sucedió a fines del 2001, con el resultado de que la eventual devaluación sea mucho más violenta de lo que hubiera sido de obrar el gobierno con mayor realismo. Con todo, aunque es de suponer que los economistas de Scioli, y Scioli mismo, lo entienden muy bien, tienen buenos motivos para querer que la situación actual se prolongue algunos meses más. Puesto que aún esperan formar el gobierno que asuma el 10 de diciembre, están resueltos a brindar la impresión de confiar en su propia capacidad para asegurar que no sea traumática la transición económica que se avecina. A su modo, comparten el punto de vista de Scioli y sus asesores los macristas, de ahí su resistencia a comprometerse con una tasa de cambio determinada, limitándose a señalar que en su opinión es poco realista oponerse dogmáticamente a cualquier devaluación. Los esfuerzos del gobierno por impedir que el dólar –mejor dicho, el peso, porque el valor de la divisa norteamericana en el resto del mundo no depende de la voluntad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner– se le escape de las manos siguen motivando una multitud de problemas. Los malabarismos intentados por el titular del Banco Central, Alejandro Vanoli, ya le ha supuesto una causa judicial impulsada por quienes lo acusan de fraude a la administración pública por vender dólares a futuro a un precio llamativamente inferior al vigente en el mercado cambiario de Nueva York, de tal manera permitiendo a algunos hacer un negocio multimillonario. Puede que no haya sido el propósito de Vanoli enriquecer a los así beneficiados, pero los problemas que enfrenta son tan difíciles que no sorprende que se haya expuesto a las denuncias que acaban de formularse. Al arreglárselas el gobierno para que haya seis o siete tipos de cambio diferentes, invitó a los especuladores a aprovechar las muchas oportunidades así brindadas. Por lo demás, el que Vanoli haya estado a cargo del Banco Central justo cuando se vaciaba, puesto que conforme a algunos especialistas las reservas auténticas ya se han evaporado, hace muy poco probable que logre sobrevivir por muchos días al cambio de gobierno. Macri afirma que debería renunciar “porque no reúne los requisitos para el cargo” y, según se informa, Scioli le pidió dejar de vender dólares a futuro a pesar de la voluntad de Cristina y del ministro de Economía, Axel Kicillof, de que continúe haciéndolo. De no haberse visto obligado a defender el peso por los medios que fueran en circunstancias tan insólitas como las actuales, Vanoli no hubiera caído en la tentación de permitir maniobras que según sus críticos son ilegales, pero, como tuvieron ocasión de aprender muchos funcionarios económicos anteriores, luchar contra las fuerzas del mercado sin violar algunas reglas puede resultar una misión imposible.


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