el bipartidismo

De Infantería. Roberto Vicente Requeijo pertenecía al arma de Infantería. “La única que le ve la cara al enemigo”, reza la mística castrense. “Entrenamiento duro, combate fácil”, agrega. Había logrado las palmas de general seguramente por méritos profesionales. Y sin duda por su pétrea fidelidad a una máxima que le aportaba la historia: “Para ser general sólo es necesario levantarse temprano y tener buena salud”, ironizaba Juan Perón.

Y eso de madrugar lo ejerció en la mañana siguiente de asumir como gobernador de facto de Río Negro, en 1969.

A las siete se plantó en la puerta del Ministerio de Economía, en Viedma. Erguido. Sin cara de guerra, pero mirada firme como la de Erwin Romel en El Alamein. Bigotes distantes de ser mostachos. Finitos. Estilo Gary Williams, el de El Zorro. Porque el general tenía estampa de “caballero español”. Y la testa, claro. Maniáticamente engominada. Tarros de Lord Cheseline de un kilo de goma usaba el general.

Su objetivo de pararse en aquella puerta: controlar si la burocracia cumplía horario.

Y aquellos primeros días de mandato del general la burocracia cumplió horario con tenacidad de infantería prusiana. Pero a poco andar, “el serpentario”, como define el inteligente Omar Livigni a la administración pública, volvió por su fueros con la audacia propia de la caballería napoleónica.

Le tomó el gusto el general a eso de gobernar. Acción y más acción. Seguir y seguir. Bajo el peso del armamento y la sed. Pero ir e ir.

Y la obra pública como paradigma. Cordón cuneta. Caminos. Rutas. Y canales, aunque al momento de inaugurarlos no funcionaran.

A fuerza de inflación, pero fratacho y más fratacho. Y de arbitraria distribución de recursos en la asignación regional de obras.

Expeditivo pero no necesariamente autoritario, el sistema de decisión del general. “Estoy ligero de problemas que no sean los de gobernar”, solía reflexionar.

Ligero incluso de familia. Se había incluso casado grandecito. Siendo coronel, porque es complejo ascender en la carrera militar siendo soltero. Cuerpo extraño en el ejército –al menos en el de aquellos tiempos– era la soltería. Suspicacias, rumores, muecas. Mucho más de todo esto si se aspiraba llegar a general. Entonces, el general se casó. Y llegó.

De la misma manera, fue arribando también a la cabeza del general la idea de legitimarse en el poder vía elecciones. Porque algún día el país volvería a las urnas. Y así fue naciendo en el general la idea de formar un partido provincial desde el aparato de Estado.

“Y así fue naciendo entre soles y lunas el Partido Provincial Rionegrino (PPR). Al general le gustaba más la política que los fierros”, solía decir Rodolfo Tailhade. El Negro Tailhade, uno de los arquitectos del PPR. Jetón, cintura de pollo, estampa criolla. “Por algo soy de los pagos de Güiraldes… de San Antonio de Areco”, solía justificarse. Simpático. Con poncho al hombro aun con 40 grados a la sombra. Buen conversador y de reflejos bien entrenados. Autodidacta, irónico, de cinismo agrio, creativo. Impecable en la metáfora.

“Y así fuimos armando el PPR… Yo me llevé gente de la UCRI, les afané gente a los radicales, a los peronistas… Museta y Mimí, qué se yo… Afané en Viedma, los valles, Bariloche, aquí, allá… Al único que no me pude llevar fue a ‘Sin novedad en el frente’”.

–¿“Sin novedad en el frente”?

–Sí, el ingeniero Mendioroz… el papá de Bautista, el exvicegobernador de la provincia. Le decíamos “Sin novedad en el frente” porque hacía todas las casas iguales: una ventana, porche y puerta; otra ventana; parecita con un caño, portoncito… sin novedad. (*)

Y así nació el PPR. Una fuerza que atravesó verticalmente a la sociedad rionegrina. En las elecciones de 1973 fracturó el bipartidismo ejercido por el peronismo y la UCR. Y por años fue una referencia insoslayable en toda lectura del mapa político provincial.

Pero no es motivo de estas muy ligeras líneas hacer la historia del PPR. Sí darle soltura irreverente a aquellos principios de esa fuerza. Y sólo fue de un salpicón de recuerdos de este cronista… recuerdos que anidan un interrogante que hasta hoy la historia no pudo dilucidar. ¿Entró en tren de campaña el general vestido de mujer a Roca –su adversaria más dura– una tarde de principios de marzo del 73, cuando ya era candidato a gobernador? Roca supo de ese ingreso. De mujer o no mujer. Y salió a la calle.

Y la policía rionegrina reprimió y asesinó por la espalda en Tucumán e Italia a un pibe de 20 años. Agustín Fernández Criado se llamaba. Comenzaba el segundo Rocazo.

(*) Diálogo mantenido con “Río Negro” en 1990


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