“Lloraba, no quería ir a la escuela… era un martirio”

Para J no fue nada fácil. Todo lo contrario. Fue dramático y traumático. Para él más que para nadie, pero también para su familia. Porque tenía apenas seis años cuando le tocó padecer lo peor de la violencia en la escuela. La que tendría que haber sido, quizá, una de las mejores épocas de su niñez, el comienzo de la escuela, los primeros amigos, jugar, compartir, terminó dejándolo al borde del colapso. Literalmente: internado y con tratamiento psicológico. Sus “compañeros” lo maltrataban, lo insultaban, lo golpeaban. Sus “compañeras” lo perseguían, lo acosaban, lo molestaban. El aula llegó a ser para él el lugar más oscuro durante casi tres años. “Lloraba todos los días, cada vez que tenía que ir a la escuela”, recuerda hoy, todavía angustiada y enojada, Marcela, su mamá. “Fue un calvario”, dice. J vive en Roca y cursó primer y segundo grados en una escuela primaria pública de la ciudad (se reserva el nombre de la institución por expreso pedido) hasta que explotó. Su madre decidió sacarlo al no encontrar eco ni apoyo del colegio –asegura– en sus reclamos. El chico perdió un año de estudio pero, una vez fuera de la escuela, “pudo salir del pozo”, con mucho esfuerzo propio y el apoyo de su familia, que debió pagar de su bolsillo una maestra particular. El drama de J es un problema de antaño pero que hoy tiene un nombre específico y mucho más difundido: el “bullying”. Pero él sólo fue una víctima más de las tantas y tantas que hay, día tras día, en todas las escuelas. De esta ciudad, de la de al lado, de alguna otra y de la que está más allá también. Porque la violencia escolar, entre compañeros; la discriminación, el maltrato, la indiferencia, el insulto, el aislamiento, siempre existieron, coinciden docentes y directivos consultados, aunque hoy se cuenta con un término definido y legislación propia, valiosa… “siempre que se la aplique”, advierten. “Hoy el tema es muy reconocido y por eso es posible cada vez denunciarlo más. Los mismos chicos hablan del bullying y por suerte es algo en lo que se puede trabajar desde la escuela y con las familias. Hay muchos casos y de todo tipo. Porque no es sólo violencia física: abarca todo tipo de maltrato”, explica Emma Brandt, directora de la Primaria Nº 128. “Hemos tenido que intervenir en muchos casos, algunos por violencia a través de internet; hemos hasta impreso comentarios hechos en las redes sociales y charlado con los padres sobre los problemas y por suerte lo vamos manejando”, agrega. Sin embargo, y pese a esto, preocupa escuchar –sobre todo de voces que debieran ser las que peguen el grito a los cuatro vientos– que “no les interesa hablar del tema”, como lo expresaron desde la Supervisión de Nivel Primario de Roca. De las tres supervisoras dos se excusaron directamente de hablar con “Río Negro”. Insólito. “Mi hijo sufrió todo tipo de maltratos desde que empezó el primer grado en una escuela de acá (de Roca). Venía muy mal, hasta con moretones. Lloraba, no quería ir a la escuela, era un martirio cada vez que tenía que ir… los varones lo insultaban, le pegaban, y las nenas lo acosaban. Lo perseguían, lo encerraban, lo querían besar porque le decían que era lindo”, relata Marcela, comerciante de Roca. “Él era tan tímido que no se animaba a hablar. Tenía miedo de todo, no se quería quedar solo y hasta lo asustaba ir al baño… varias veces volvió a casa hecho pis o caca encima. Fui mil veces a hablar a la escuela. No me hacían caso, pasaba el tiempo y era cada vez peor. En Supervisión conocen bien todo lo que pasó y hasta llegaron a poner en el legajo del nene, porque las tuve que amenazar con ir a los medios a denunciar lo que pasaba, que ‘la madre era una jodida’. ”Todo empezó en primer grado. El nene empezó a tener problemas porque no era como los demás. Él es más maduro, está más avanzado, le interesa la computación, se lleva bien con chicos más grandes, y por eso el resto lo molestaba. Nosotros nos cansamos de hablar con la maestra, con la directora. Esperamos a ver qué pasaba y terminó siendo peor. Mi hijo hizo primer grado y comenzó segundo, pero se puso tan mal que terminó internado, con un ataque de nervios, taquicardia… y ahí lo sacamos de la escuela. La pediatra me recomendó llevarlo a una psicóloga. ”En tercero fue peor. Le tocó una maestra que lo aisló totalmente, hasta llegaba a pegarle con una revista en la cabeza. Fui a Supervisión, a todos lados, y me cansé de dar vueltas y de luchar sola, porque a nadie parecía importarle lo que pasaba… hasta que tras presionar y presionar logré un cambio de escuela. El nene, desde que entró, cambió; hoy va a quinto grado, sigue yendo a atenderse con una psicóloga de Adanil, pero lo integraron, está rebién y al fin puedo decir que lo tratan como a una persona”.

Silvana Salinas slsalinas@rionegro.com.ar


Para J no fue nada fácil. Todo lo contrario. Fue dramático y traumático. Para él más que para nadie, pero también para su familia. Porque tenía apenas seis años cuando le tocó padecer lo peor de la violencia en la escuela. La que tendría que haber sido, quizá, una de las mejores épocas de su niñez, el comienzo de la escuela, los primeros amigos, jugar, compartir, terminó dejándolo al borde del colapso. Literalmente: internado y con tratamiento psicológico. Sus “compañeros” lo maltrataban, lo insultaban, lo golpeaban. Sus “compañeras” lo perseguían, lo acosaban, lo molestaban. El aula llegó a ser para él el lugar más oscuro durante casi tres años. “Lloraba todos los días, cada vez que tenía que ir a la escuela”, recuerda hoy, todavía angustiada y enojada, Marcela, su mamá. “Fue un calvario”, dice. J vive en Roca y cursó primer y segundo grados en una escuela primaria pública de la ciudad (se reserva el nombre de la institución por expreso pedido) hasta que explotó. Su madre decidió sacarlo al no encontrar eco ni apoyo del colegio –asegura– en sus reclamos. El chico perdió un año de estudio pero, una vez fuera de la escuela, “pudo salir del pozo”, con mucho esfuerzo propio y el apoyo de su familia, que debió pagar de su bolsillo una maestra particular. El drama de J es un problema de antaño pero que hoy tiene un nombre específico y mucho más difundido: el “bullying”. Pero él sólo fue una víctima más de las tantas y tantas que hay, día tras día, en todas las escuelas. De esta ciudad, de la de al lado, de alguna otra y de la que está más allá también. Porque la violencia escolar, entre compañeros; la discriminación, el maltrato, la indiferencia, el insulto, el aislamiento, siempre existieron, coinciden docentes y directivos consultados, aunque hoy se cuenta con un término definido y legislación propia, valiosa... “siempre que se la aplique”, advierten. “Hoy el tema es muy reconocido y por eso es posible cada vez denunciarlo más. Los mismos chicos hablan del bullying y por suerte es algo en lo que se puede trabajar desde la escuela y con las familias. Hay muchos casos y de todo tipo. Porque no es sólo violencia física: abarca todo tipo de maltrato”, explica Emma Brandt, directora de la Primaria Nº 128. “Hemos tenido que intervenir en muchos casos, algunos por violencia a través de internet; hemos hasta impreso comentarios hechos en las redes sociales y charlado con los padres sobre los problemas y por suerte lo vamos manejando”, agrega. Sin embargo, y pese a esto, preocupa escuchar –sobre todo de voces que debieran ser las que peguen el grito a los cuatro vientos– que “no les interesa hablar del tema”, como lo expresaron desde la Supervisión de Nivel Primario de Roca. De las tres supervisoras dos se excusaron directamente de hablar con “Río Negro”. Insólito. “Mi hijo sufrió todo tipo de maltratos desde que empezó el primer grado en una escuela de acá (de Roca). Venía muy mal, hasta con moretones. Lloraba, no quería ir a la escuela, era un martirio cada vez que tenía que ir... los varones lo insultaban, le pegaban, y las nenas lo acosaban. Lo perseguían, lo encerraban, lo querían besar porque le decían que era lindo”, relata Marcela, comerciante de Roca. “Él era tan tímido que no se animaba a hablar. Tenía miedo de todo, no se quería quedar solo y hasta lo asustaba ir al baño... varias veces volvió a casa hecho pis o caca encima. Fui mil veces a hablar a la escuela. No me hacían caso, pasaba el tiempo y era cada vez peor. En Supervisión conocen bien todo lo que pasó y hasta llegaron a poner en el legajo del nene, porque las tuve que amenazar con ir a los medios a denunciar lo que pasaba, que ‘la madre era una jodida’. ”Todo empezó en primer grado. El nene empezó a tener problemas porque no era como los demás. Él es más maduro, está más avanzado, le interesa la computación, se lleva bien con chicos más grandes, y por eso el resto lo molestaba. Nosotros nos cansamos de hablar con la maestra, con la directora. Esperamos a ver qué pasaba y terminó siendo peor. Mi hijo hizo primer grado y comenzó segundo, pero se puso tan mal que terminó internado, con un ataque de nervios, taquicardia... y ahí lo sacamos de la escuela. La pediatra me recomendó llevarlo a una psicóloga. ”En tercero fue peor. Le tocó una maestra que lo aisló totalmente, hasta llegaba a pegarle con una revista en la cabeza. Fui a Supervisión, a todos lados, y me cansé de dar vueltas y de luchar sola, porque a nadie parecía importarle lo que pasaba... hasta que tras presionar y presionar logré un cambio de escuela. El nene, desde que entró, cambió; hoy va a quinto grado, sigue yendo a atenderse con una psicóloga de Adanil, pero lo integraron, está rebién y al fin puedo decir que lo tratan como a una persona”.

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