“Los medios audiovisuales generan opinión muy lineal”

En un nuevo aporte en su ya dilatada carrera de investigar la historia de las ideas, con una nueva edición de un clásico en todo ese trayecto, Carlos Altamirano vuelve a explorar el significado y contenido de la categoría intelectual.

Redacción

Por Redacción

entrevista: A Carlos Altamirano, sociólogo, autor de “Intelectuales”

CARLOS TORRENGO

carlostorrengo@hotmail.com

— Antes de ir a su libro, no donde aborda lo que denomina “tribu inquieta” -los intelectuales- en relación a Argentina, ¿cómo reflexiona el debate intelectual, en relación al país, en la Argentina de hoy?

— Es intenso. Desde el 2008 se ha renovado el interés por lo público en lo que llamamos planos intelectuales. Pero que sea intenso no implica que sea de calidad. Esta es otra cuestión. Prima la intolerancia, hay definida ausencia de argumentación sólida… y prima la necesidad de lo rápido, de fijar opinión con la velocidad ante los requerimientos de la coyuntura corta, de estar ahí diciendo algo en muchos casos con fuerte déficit de reflexión previa sobre el tema. De todas maneras, tras los años ´90 en que la cuestión pública estaba reducida al lenguaje de la economía y de la política como simple administración, hay otro escenario en materia de debate, aun con salvedades…

— En su libro usted habla de cómo se forjó el discurso, el relato político en el siglo XX. Dice que ahí tuvieron cabida los intelectuales, pero también un escalón amplio de voces: profesionales, operadores del mensaje ideológico, etcétera. ¿Opera este tipo de protagonismo en la Argentina de hoy en relación a formar opinión?

— Vayamos por parte. En el libro recuerdo que Eric Hobsbawm encuadró al siglo XX como “la edad de los extremos”. En consecuencia, y en el marco de la lucha de ideas, hubo intelectuales en los dos extremos: Bertolt Brecht, Bertrand Russell, Georgs Lukács, Martín Heidegger, Carl Schmitt, por tomar algunos y siendo injusto con muchos. De una manera u otra, desde perspectivas del quehacer intelectual diferentes incluso, la poesía, la filosofía, etcétera, formaron reflexión, opinión. En esa misión abonaron respaldos, tanto -así lo digo- a favor de la revolución o la contrarrevolución. Entre esos respaldos estaban quienes por roles, formación intelectual, se alinearon aquí o allá y se transformaron de hecho en formadores de opinión.

— ¿La “intelligentsia”?

— Sí. Ahora, yendo a su pregunta, en el presente de Argentina, aun admitiendo que hay intensificación del debate intelectual, no son los intelectuales los que forman opinión. Son los comunicadores; muchos de los cuales hablan desde fuerte déficit de respaldo intelectual, de reflexión ponderada sobre lo que dicen. Especialmente los medios audiovisuales, que desde lo masivo son los más presentes en la sociedad. Ahí está la usina más activa en esta materia. Con sus agravantes, claro.

— ¿Cuáles?

— La simplificación… tienen lo que yo suelo definir como un “ritmo de presiones” sobre la opinión pública apelando a la simplificación del análisis, la reflexión de mucho de lo que hablan.

— Hay entonces dos niveles en materia de -medios mediante- formar opinión. Por un lado, los audiovisuales. Con su estilo. Y los medios escritos. ¿Cómo reflexiona las posibilidades de influencia de este último?

— Mire, le respondo desde una realidad. Tomo el caso de Beatriz Sarlo y de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional. Dos personas de sólida formación que no piensan lo mismo en relación al proceso nacional en curso. Pero intelectuales que argumentan, debaten. Bueno, no digo nada nuevo que sus opiniones desde los medios escritos quedan reducidas a determinados ámbitos. Influyen ahí, en lo puntual.

— ¿Qué hacer ante la simplificación desde lo intelectual? Porque la simplificación no domina sólo sobre temas nacionales. Van, por caso, al asesinato de Ángeles. Es una cultura.

— ¡Ah!… el intelectual tiene que tallar oponiéndose a esa simplificación, enfrentarla con argumentos que alienten miradas más complejas sobre la naturaleza de los temas. Hay que luchar contra los estereotipos que priman en la formulación de la simplificación, que son su cimiento…

— ¿La vulgaridad?

— Por supuesto.

— ¿Qué no es un intelectual aunque se asuma o esté instalado como tal en la sociedad?

— En mi libro yo hablo del “intelectual público”. En realidad no es un encuadre del que se habla hoy ante los términos en que hoy se debate en el mundo, las nuevas modalidades que adquiere ese debate y las mudanzas de temas en relación al pasado, que se debaten. Ante esas mudanzas, el intelectual, y así lo escribo, no puede concebirse como magistrado del espíritu ni como un experto; sino alguien ajeno a buscar el consenso complaciente, las simplificaciones, y rehusa mesianismos. Lo que procura es ayudar a la discusión, al debate, que es ayudar a pensar.

— No hemos hablado de su libro…

— Pero hablamos de esa cosa que es pensar, que es lo mismo…


entrevista: A Carlos Altamirano, sociólogo, autor de “Intelectuales”

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