Manuel Puig, el escritor que desencorsetó la literatura argentina

El autor de “Boquitas pintadas” renovó géneros y dejó impreso su desprejuicio en sus obras. Tres escritores y críticos literarios hablan de su legado que, atravesado por su pasión por el cine, influyó en escritores como Ricardo Piglia y César Aira.

Manuel Puig renovó las formas y los géneros literarios y estableció la posibilidad de la oralidad como una construcción poética convirtiéndose en un autor central de la literatura argentina y a 30 años de su muerte, sus ficciones siguen interpelando e imprimiendo desprejuicio al campo cultural.
Graciela Speranza, Alan Pauls y Selva Almada analizan, en diálogo con Télam, la obra y el legado de un autor que, atravesado por su pasión por el cine, creó un dispositivo único en el que la narración avanza con la fuerza de un decir que expande las voces de personajes para potenciar su intimidad política.

Nacido en General Villegas, el pueblo asfixiante de la pampa seca donde creció y situó sus dos primeras novelas “La traición de Rita Hayworth” y “Boquitas pintadas”, Puig retrató con singular maestría un mundo en el que la soledad, los prejuicios y la violencia cotidiana se tornaban insoportables.
El autor falleció el 22 de julio de 1990, antes de cumplir 58 años, en la ciudad mexicana de Cuernavaca y dejó una obra que se compone de trabajos como “The Buenos Aires Affair”, “El beso de la mujer araña”, “Pubis angelical”, “Maldición eterna a quien lea estas páginas” o “Sangre de amor correspondido”.
“La crítica ha tratado de vincularlo con una cierta tradición de la narrativa argentina moderna, en la línea de Arlt y Cortázar, que incorpora literariamente la cultura y la lengua populares. Pero Puig ocupa en ese sentido un lugar privado y único en el canon argentino”, grafica Speranza.
En esa línea sostiene que “como los artistas pop, con quienes dialoga claramente en sus comienzos, Puig hizo de la copia un arte, confundió su propia voz con la de sus personajes, y concibió una especie de ‘grado cero de la escritura’, sin marcas personales de estilo, ni efectos paródicos o críticos”.

Para mí una danza de Rita Hayworth significa la alegría de tener un cuerpo. Expresa el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión”.

Manuel Puig

Almada imagina que “la irrupción de Puig habrá sido un golpe de aire fresco para algunos y un mamarracho para otros” porque explica que la suya era “una literatura absolutamente desencorsetada que se permitía poner en el mismo plano textos de órdenes y categorías diversas, que ponía en el plano literario una esquelita de amor, un recorte folletinesco, el radioteatro, el cine de Hollywood y tratados de psicología y psiquiatría acerca de la homosexualidad, por ejemplo”.
“En ese sentido la literatura de Puig es el desprejuicio total. De alguna manera, como lectora y como escritora, le agradezco eternamente ese permiso”, dice la creadora de novelas como “El viento que arrasa” o “Ladrilleros” en las que toma fuerza esa impronta de oralidad.
Pauls asevera que la oralidad en Puig es “cien por ciento artificiosa, prostética, y en ese sentido cien por ciento antipopulista; está en la tradición oral de Borges o de Ricardo Zelarayán, que oyen voces (hablan en lenguas) como quien lee algo inscripto en piedra”.

En palabras de Almada, el escritor “inaugura la posibilidad del lenguaje oral como una construcción poética. No hay una intención de buscar verosimil, de darle entidad de verdad a sus personajes, de hacerlos realistas sino todo lo contrario. La oralidad de Puig hace a sus personajes completamente literarios”.
Si bien su primera novela fue “La traición de Rita Hayworth”, su reconocimiento masivo llegó con “Boquitas pintadas”, el relato que se compone de cartas, descripciones de distintos álbumes de fotos, notas de diarios, crónicas de algún baile y monólogos interiores, que fue llevado al cine en 1974 por Leopoldo Torre Nilsson y este año tenía previsto un estreno en el Complejo Teatral de Buenos Aires a cargo del coreógrafo Oscar Araiz y la artista plástica Renata Schussheim.
“Como pocos escritores argentinos, Puig alcanzó todo tipo de reconocimientos. El mayor, quizás, un legado etéreo de ímpetu experimental, libertad y desprejuicio que dejó en varias generaciones de escritores argentinos, de Ricardo Piglia, Osvaldo Lamborghini, César Aira o Arturo Carrera, a Alan Pauls, Patricio Pron o Eduardo Muslip”, analiza Speranza.
Sin embargo advierte: “Sorprende, sí, que los nuevos feminismos que releen nuestra literatura lo recuerden poco. Mucho antes de las batallas culturales de las minorías y contrariando incluso el esquematismo de los incipientes estudios de cine feministas, Puig no solo reivindicó el género de ‘películas de mujeres’ de Hollywood de los 40 y los 50, y revirtió el sexismo con que la atribución despectiva lo había condenado, sino que encontró allí, en el protagonismo de esas mujeres que están en primer plano y ocupan el centro de la pantalla, un modelo inspirador de libertad sexual, afirmación de la identidad y autocreación que llevó a sus novelas”.

William Hurt y Raúl Juliá protagonizaron la versión de Hollywood de «El beso de la mujer araña» que dirigió el argentino Héctor Babenco.

Para Speranza, “esas ‘mujeres exageradas’ que sobreactúan la femineidad en una especie de performance son, en más de un sentido, sus verdaderas precursoras”.
La autora de “Manuel Puig: Después del fin de la literatura” cita una entrevista del escritor en 1973 en la que expresaba: “Para mí una danza de Rita Hayworth significa la alegría de tener un cuerpo. Expresa el triunfo de la vida sobre la muerte, el triunfo de la sexualidad vivida sin culpa, vivida con toda la alegría que el mundo ha ido olvidando a través de siglos de represión”.
“Puig es pura paradoja hecha literatura: nadie fue tan anacrónico y tan contemporáneo al mismo tiempo. Alguien que hacía vanguardia con voces de tías, epistolarios provincianos, estrellas de Hollywood y letras de tango”, apunta Pauls.

En ese sentido se pregunta “¿cómo puede sorprender que sea olvidado y a la vez hiper influyente? La misma razón por la que se lo olvida explica por qué es influyente: lo que pega de Puig últimamente (porque ya es la segunda o tercera vez que Puig es influyente) es la combinación de ingenuidad, amateurismo y ambición loca. Y en un momento del mundo tan queer, ¿a quién vas a leer, si no a Puig?”.

Es Speranza quien define de alguna manera su legado al aseverar que “renovó las formas y los géneros literarios, además, con una tradición ajena a la literatura, la tradición del cine. El cine no es solo una ‘educación sentimental’ y una pedagogía de vida para Puig, sino también un venero de formas narrativas”.

Los elegidos

Los tres escritores consultados se animan a proponer obras del autor argentino.
Selva Almada recomienda la novela con la que dice haber entrado a su universo: “Boquitas pintadas” y también “Querida familia”, los dos tomos de sus cartas, “como para ir deshenebrando mientras vamos leyendo su obra”.
Graciela Speranza se inclina por “El beso de la mujer araña”, al que define como “ese relato político escrito con la forma melodramática de un sacrificio por amor, quizás su mejor novela” que además “puede ser un buen comienzo” para quien aún no lo haya leído.
Pero reconoce “una debilidad personal por la audacia experimental y la gracia de ‘The Buenos Aires Affair’, y también por el tono crepuscular de ‘Cae la noche tropical’” que, por ser su última novela, le inspira “cierta nostalgia anticipada”.
Alan Pauls coincide en recomendar esta última y al mismo tiempo cita la primera: “La traición de Rita Hayworth” .
“Y un libro extraordinario (nunca supe si apócrifo) de conversaciones con Almada Roche que se llama ‘Buenos Aires, cuándo será el día que me quieras’, que se encuentra en una plataforma de comercio electrónico de mala fama por apenas $120”, señala.

Télam


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