Más electores, más democracia

Los grandes proyectos políticos, aquellos que cambian sustancialmente las relaciones sociales, rompen con el pasado e irrumpen en la sociedad con fuerza y potencia, se han caracterizado por ser inclusivos y participativos en el más amplio sentido, social, económico y político, disminuyendo o eliminando las restricciones que como tales siempre fueron útiles al statu quo y a los diferentes regímenes conservadores. Ampliar los derechos electorales, como la Ley Sáenz Peña de la mano de don Hipólito Yrigoyen y luego la ley de voto femenino impulsada por Eva Duarte y Juan Domingo Perón, que son hitos en nuestra historia moderna, es coincidente con las grandes transformaciones sociales y se encamina en el sentido de la historia hacia el futuro, dejando atrás las rémoras del pasado. En cada uno de esos momentos históricos hubo que vencer resistencias que buscaban favorecer al poder consolidado frenando el avance con afirmaciones sustentadas en la discriminación, creando y azuzando prejuicios y temores en la sociedad, y sólo se pudo lograr con una gran voluntad política profundamente transformadora y popular. ¿Cuántos de los argumentos utilizados en aquellas épocas por el régimen hoy nos resultarían ridículos? Elegir es el acto soberano del pueblo. En el momento de depositar su voto en las urnas el elector está decidiendo sobre su porvenir. ¿Podemos limitar ese papel fundamental para la democracia de aquellos que por propia decisión y en consonancia con el Preámbulo de nuestra Constitución han decidido habitar este suelo en forma permanente, han contribuido con su esfuerzo a nuestro desarrollo y muchos de ellos han constituido sus familias aquí? Recordemos a nuestros abuelos o bisabuelos, aquellos que bajaron de los barcos. La mayoría de ellos, pese a que participaban activamente en sectores sindicales o políticos, no pudieron votar a Yrigoyen o a Perón o contra ellos; sólo pudieron hacerlo sus hijos, nuestros abuelos o padres, por el hecho de haber nacido aquí. ¿Cuál era la diferencia cuando de un futuro mejor se trataba? ¿Fue justo? ¿No tenían o debieron haber tenido el derecho a expresarse con el acto político más sagrado de la República? Los jóvenes son los protagonistas de los grandes cambios. El proceso de reinserción de la juventud argentina en la actividad política después de los tiempos de la decepción y de la desilusión del fin de las ideologías de los noventa y de la crisis de representatividad del 2001 es sin duda una de las características más salientes y trascendentes del período actual. Hoy las calles y las plazas vuelven a poblarse de jóvenes como posiblemente no ocurría desde 1983. El entusiasmo militante juvenil, que tiende a la recuperación de la mística transformadora y su fervor por la cosa pública, el indudable reverdecimiento de la movilización juvenil que impulsa el cambio, no puede ser ignorado por la política y debe hacernos entender que son necesarias respuestas que abran un cauce institucional a esa voluntad y a esa vocación de participación y servicio porque las espaldas jóvenes absolutamente libres del peso de cuestiones menores y compromisos mezquinos expresan la cuota de transgresión que un proceso dinámico, como el que se está dando en la Argentina de la mano de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, requiere. Sostener que un joven de dieciséis años no tiene madurez política para votar es por lo menos tan arbitrario y discrecional como haber sostenido en 1912 que podían hacerlo a los dieciocho, cuando en ese entonces la mayoría de edad se alcanzaba a los veintidós años. Por otra parte, es una afirmación como aquella del huevo o la gallina: si no lo promovemos, ¿cómo van a madurar políticamente? A los intentos de limitativas imposiciones del poder económico se los enfrenta con más poder político y éste sólo puede nacer de la ampliación de la base de sustentación electoral. Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia y eso significa más participación. Toda ampliación de derechos, en especial de derechos cívicos y políticos, es un paso que avanza en el sentido del verdadero progreso. (*) Concejal de Viedma. Frente para la Victoria

MATÍAS RULLI (*)


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