Medio siglo de pobreza, la deuda de la democracia

En los últimos 45 años, gobiernos de diferente color político y orientación ideológica, no lograron desentrañar la postergación de millones de habitantes.

Pasan los años, transcurren las épocas, se suceden gobiernos de diferente tenor político y económico, y pese a todo y a todos, hay un dato que no cambia y sacude la realidad de nuestro país: hace medio siglo que millones de argentinos se hallan sumidos en la pobreza. La persistencia del flagelo resulta en tres generaciones atravesadas por el hambre, en un país cuya mayor fortaleza es la producción de alimentos.

Los datos publicados por el INDEC hace diez días vuelven a ser estremecedores. En 2020, cuatro de cada diez argentinos es pobre y uno de cada diez es indigente. Equivale a 2,85 millones de hogares que no logran satisfacer sus necesidades básicas.

Como si ello fuera poco, dos datos conocidos esta semana terminan de configurar una matriz inconsistente, que garantiza la permanencia de la pobreza en el tiempo. Tras la primera convocatoria al Consejo del Salario durante la gestión Fernández, se estableció una actualización del 28% en tres tramos que llevará el Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVM) hasta $21.600 en enero de 2021. El primer tramo (12%), deja el SMVM en $18.900 en el mes de octubre. Casi al mismo tiempo, el INDEC dió a conocer la valoración de la canasta básica que se utiliza como parámetro para determinar las líneas de pobreza e indigencia. La Canasta Básica Total (CBT) que determina la línea de pobreza, se ubica hoy para un hogar de cuatro integrantes en $47.216. La Canasta Básica Alimentaria (CBA) que determina la línea de indigencia, se ubica para una familia en $19.430.

Ambos datos en conjunto, implican que una familia en la que dos adultos perciben el SMVM, no logra reunir los recursos necesarios para escapar a la pobreza. Asimismo, una familia con un solo adulto a cargo que percibe el SMVM, no logra escapar a la indigencia. Crudo, pero real.

Una discusión extra, vigente desde hace al menos una década, es la verosimilitud de las estadísticas. En los últimos 50 años, se sucedieron en Argentina al menos cuatro cambios metodológicos en la forma de cuantificar la pobreza, lo que a priori dificulta el empalme de las series en el tiempo, y por lo tanto la discusión sobre el flagelo.

Un estudio presentado por el doctor en economía Guido Zack y el sociólogo Daniel Schteingart, resuelve metodológicamente el empalme de las series, y permite unificar la medición de la pobreza en Argentina durante los últimos 45 años, en base a los parámetros establecidos por INDEC en el año 2016. Los resultados se presentan en el infograma que acompaña la nota, y permiten obtener una serie de conclusiones valiosas en el camino de lograr una solución estructural y definitiva.

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Romper el termómetro



El cambio de metodología en la forma de relevar los datos, es una práctica natural en la estadística, en tanto el escenario social evoluciona. La canasta de bienes y servicios a la que acceden los habitantes hoy, no es la misma canasta a la que se accedía hace 20 o 30 años. No es lógico por tanto, utilizar una canasta de hace 20 años para relevar el consumo de una familia hoy. Es uno de los motivos por los que se hacen cambios en la forma de relevar los datos.

No obstante, las últimas dos veces que se realizó un cambio metodológico, las motivaciones parecen haber sido distintas. La manipulación del instrumento de medición a fin de forzar los resultados, no hace otra cosa que generar desconfianza en las mediciones. Es lo que sucedió en 2007 y en 2016.

Cuando al final de la gestión de Néstor Kirchner comenzó a ser manifiesta la dificultad para manejar la inflación, el ex Presidente decidió que la mejor estrategia era manipular las estadísticas. El resultado inmediato fue una distorsión en las mediciones de pobreza e indigencia, para las cuales el índice de precios es insumo principal.

Exclusión. La que atraviesan millones de argentinos.


Tras nueve años de distorsiones en la medición, la administración Macri decidió actualizar la metodología de cálculo, renovando la canasta de bienes y servicios tomada como referencia, y cambiando la base de cálculo. La justificación técnica, que puede resultar lógica, tuvo detrás una motivación política. El cambio permitía mostrar al kirchnerismo heredando al macrismo una pobreza alta a fines de 2015, y dejaba el escenario preparado para poder exhibir políticamente una reducción considerable en los indicadores de pobreza, una exigencia que Macri se había auto impuesto.

En ambos casos, romper el termómetro no solucionó problema alguno, ni sirvió para atacar las raíces estructurales del flagelo.

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Extremos inviables



La exclusión que experimentan miles de millones de personas en todo el mundo cuando ya ha transcurrido un quinto del Siglo XXI, pese al vertiginoso nivel de innovación tecnológico y productivo de las últimas dos décadas, demuestra que la pobreza no es un problema solo en Argentina, sino que se trata de un resultado propio del sistema capitalista. En la génesis del sistema, existe una matriz de desigualdad que lleva a una progresiva acumulación de riqueza en pocas manos, y al despojo de las grandes mayorías.

No obstante, ello no significa desconocer las enormes limitaciones de la clase dirigente vernácula, y la incapacidad de un país rico en recursos para mejorar de forma sustentable las condiciones de vida de sus habitantes. Analizar los últimos 45 años en relación a la pobreza, permite obtener diversas impresiones, y al mismo tiempo una conclusión unívoca: ninguno de los espacios políticos e ideológicos ha logrado encontrar la receta para resolver las carencias crónicas de millones de habitantes.

La serie completa entre 1974 y 2020, elaborada por Zack – Schteingart, se estructura en base a la última actualización metodológica introducida por INDEC en 2016, lo cual hace comparable las distintas series empalmadas en el periodo.

La primer paradoja que salta a la vista, es que los menores indicadores de pobreza en el último medio siglo, se registran en 1974 durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, y el 1976 durante el gobierno de Jorge Rafael Videla. Se trata de dos de las presidencias más nefastas durante los años de mayor agitación política e institucional en la historia reciente.

El punto deja a la vista que al hablar de pobreza, no tiene sentido mirar la foto de un momento en particular, y que es mucho más valioso analizar los datos al inicio y al final de cada uno de los periodos, a fin de comprender de qué forma las políticas aplicadas en cada gestión, contribuyeron o no a fin de mejorar la situación de los más postergados.

Contraste. Progreso y postergaciónen una misma imagen y con una calle de por medio.


En ese camino, resulta que Martínez de Perón inició su periodo con una pobreza de 6,2% y la dejó con 31,2%. La dictadura inició con un 31,2% y se fue en el 83’ con un 34,5%. Alfonsín recibió 34,5% y dejó 47,3%. Tras la crisis del ‘89, la década menemista culminó con una pobreza de 26,7%, que en solo dos años De La Rua elevó hasta el 53%. Néstor Kirchner inició con una pobreza de 58% y le entregó el mando a su esposa con una pobreza de 36,5%. En los ocho años de CFK, la pobreza se redujo hasta 32,4%. Mauricio Macri recibió 32,4% y la dejó en 35,5%. En los 10 meses que lleva en el poder Alberto Fernández, ya llega a 40,9%.

La primera conclusión es inequívoca: ni peronismo, ni radicalismo, ni derecha, ni centro izquierda, ni liberalismo, ni progresismo, lograron encontrar la receta que erradique definitivamente la pobreza.

Más allá de las declamaciones grandilocuentes, el problema reaparece de forma cíclica y azota a los argentinos generación tras generación. Más allá de nombres, liderazgos y colores políticos, la pobreza sigue siendo la gran deuda que la democracia mantiene con la población durante el último medio siglo.

Una segunda mirada permite advertir que la dinámica de la pobreza está íntimamente atada en Argentina a los ciclos económicos. En general luego de una crisis de gran magnitud que lleva la pobreza a límites inaceptables, sobreviene un periodo donde los indicadores mejoran sensiblemente, tendencia que se sostiene hasta el nuevo colapso. Sucedió en los tres primeros años del alfonsinismo tras el desastre que dejó la dictadura, en los cuatro primeros años de menemismo luego de la crisis del ‘89, en los primeros 4 años de kirchnerismo tras el 2001, y en los dos primeros años de macrismo.

Con base en los datos del periodo 1974-2020, y el fundamento de lo acaecido en los años recientes, es posible anticipar que si el ciclo se repite, tarde o temprano la actual crisis de nominalidad que atraviesa la economía nacional con sobreabundancia de pesos y escases de divisas, finaliza con una mega devaluación que licua las deudas en pesos, el déficit público, y también los salarios, luego de lo cual sobreviene un reacomodo de precios relativos, y una progresiva reducción de la pobreza.

No parece haber otra salida en lo inmediato.

En este sentido, al observar la serie completa de pobreza entre 1974 y 2020, se aprecia además, que pese a los ciclos de expansión y debacle que exhibe la economía nacional, y más allá de la reducción que muestra la pobreza luego del punto culmine de la crisis, la media de pobreza se eleva en el periodo siguiente, cada vez que existe un colapso económico de proporciones.

La media de pobreza era del 20% entre los ‘70 y los ‘80. Se elevó al 25% en los ‘90, y se estacionó en el 35% en los 2000.

Significa que las crisis que cíclicamente sobrevienen en Argentina, no son inocuas, y dejan tras de sí un número cada vez mayor de personas que no logran acceder a un nivel de vida digno. Cuesta imaginar un final diferente para la crisis actual.


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