Modelo de Mundos

TOMÁS BUCH (*)

En 1998, Allen Hammon publicó un libro, llamado “¿Qué mundo?”; en él hacía historia contrafáctica y futurista, además de un serio análisis de la situación en ese momento. Planteaba tres alternativas sobre la estructura de lo que sería el mundo en el 2050. No era una fantasmagoría: eran estimaciones y extrapolaciones informadas de lo que estaba sucediendo en aquel momento, nueve años después de la caída del Muro de Berlín y del fin de la distopía hecha realidad en el “socialismo realmente existente” que se estaba derrumbando. Planteaba tres alternativas: un mundo capitalista próspero y estabilizado, en el cual los postulados del credo neoliberal tienen el éxito prometido y el progreso material poco a poco alcanza a todos; un “mundo fortaleza” en el cual la competencia entre las empresas y las potencias ha llegado al punto en que éstas se enfrentan militarmente y nadie confía de nadie. El único fin es la ganancia y los países o bloques se transforman en fortalezas armadas por los pudientes para reprimir a los pueblos que no pertenecen a su exclusivo club. En este mundo, nadie se preocupa por los pobres, las desigualdades se mantienen o se agrandan como lo hacen en la actualidad, así como las desigualdades al interior de cada sociedad; o bien, un mundo donde las relaciones entre las personas y entre los grupos han cambiado hacia una política de cooperación y donde todos pueden vivir mejor porque los recursos se distribuyen con justicia e igualdad de oportunidades y se destinan a fines lógicos. En la literatura se han planteado utopías y distopías y las que nos interesa mencionar aquí son tres: “La República” de Platón, “1984” de Orwell y “Un mundo feliz” de Aldous Huxley. La primera es el gobierno de los sabios. Sólo los que hayan obtenido cierto grado de cultura y sabiduría, una aristocracia del intelecto, están en condiciones de gobernar a los demás. Bacon dice algo parecido con respecto a nuestro dominio de la naturaleza, pero ambos parecen creer que la moral primará sobre el poder y que los sabios serán sabios y los científicos y tecnólogos serán prudentes. “1984” describe un Estado totalitario perfecto. El Hermano Grande nos vigila constantemente y su ley es implacable. Nos permite un par de minutos de odio colectivo para descargar nuestra angustia, pero no se vaya a creer que este odio se dirige contra el Hermano Grande: se dirige contra sus enemigos, porque el Estado siempre está en guerra con uno de los tres Estados en que se divide el mundo, o con ambos, de los que nada se sabe, salvo que son los enemigos o, eventualmente, los aliados. “Un mundo feliz” es una sociedad de clases felices: el nacimiento normal ha desaparecido y los embriones se cultivan en frascos, a los que se agregan sustancias que los hacen específicamente miembros de una de 4 ó 5 clases sociales, cada una de las cuales tiene una tarea asignada y es feliz al ejecutarla, sea de gobernante o de basurero. Por lo tanto, no hay ni puede haber conflictos sociales, sólo aburrimiento y angustia, la que se combate con drogas psicotrópicas y aprovechando alguna de las maravillas tecnológicas existentes, como el “feelie”, un cine que incluye olores y sensaciones táctiles. En alguna parte hay aún una colectividad de salvajes que son seres humanos normales y el protagonista de la novela huye hacia ellos. Hay otras variantes que se pueden inventar y muchas existen en las bibliotecas. Pero la realidad actual no es otra cosa que una mezcla de varias de estas distopías. Volviendo a los tres mundos imaginados por Hammon, a 15 años de distancia y estando aún lejos de la fecha propuesta por él, observamos la manera en que sus predicciones alternativas tienden a cumplirse; combinado con Orwell, hasta le podemos acertar a los tres enemigos que se alían entre sí según las conveniencias: Occidente, que ya empezó a comerse a la Unión Europea, como estamos viendo a diario, mientras la distancia de las ganancias entre los más ricos y los más pobres se sigue ampliando, mientras que en nuestro país disminuye; China y el mundo árabe, que, si bien aún está muy lejos de ser una potencia o aún una entidad homogénea, ya se está peleando con los EE. UU. por el predominio en Europa y África, exagerando un poco. Hay otras variantes de distopías y tal vez estemos más cerca de una combinación entre “1984” y “Un mundo feliz”. La mayoría no percibe que, a raíz de los atentados del 11 de septiembre EE. UU. se está convirtiendo en un Estado policial, que cuida sus fronteras con armas pesadas, espía a todo el mundo y viola todas las leyes internacionales y su propia constitución, manteniendo presos sin acusación alguna durante más de 10 años y sigue desarrollando armas cada vez más sofisticadas que vende a algunos de sus amigos. Europa se está hundiendo cada vez más en una crisis de su enfoque neoliberal que le está quitando sus ventajas de Estado benefactor a costa de millones de desempleados, tal como los millones de personas “en estado de calle” que hay en EE. UU. Los países musulmanes están muy atrasados, aún no han salido ideológicamente de la Edad Media occidental pero en cierta manera compiten con los EE. UU. por Europa. Sin embargo, aún se odian más entre sunitas y chiítas que con Occidente –sólo los une el odio a Israel– mientras China crece y ya casi es la primera potencia económica del mundo y los EE. UU. arman un círculo militar alrededor. Y la droga, que mantiene contentos a los habitantes de las clases altas del Mundo Feliz, entre nosotros se llama televisión –aunque no hayamos llegado a los feelies–. Y las drogas psicotrópicas, prohibidas, alimentan a una inmensa red de criminales y quién sabe a cuántas cuentas en los paraísos fiscales. Hay un elemento fundamental que ninguno de los modelos de mundo que hemos mencionado toca en profundidad –aunque Hammon lo menciona–. Es el tema ambiental y sus aspectos parciales, como la ruina de nuestro planeta, ya que el Mundo Fortaleza no es viable y que los recursos naturales y el lugar para echar basura son finitos. Por el camino emprendido vamos, por lo tanto, a un mundo policial con adormecedores químicos o mediáticos, donde los pobres se irán muriendo de hambre regulando así la demasiado crecida población de un mundo cada vez más inepto para la vida humana al nivel que desearíamos. Tendremos una democracia de juguete, donde los dirigentes serán elegidos entre dos, cuyas políticas no difieren entre sí y que estarán al servicio de las megaempresas, cuyos directivos tendrán cada vez más dinero que no les servirá de nada y donde se verificará el estado de naturaleza previo al contrato social de Hobbes. ¿Pesimista? Sí, en efecto. (*) Físico y químico


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