Obama y la paz

En diciembre del 2009, cuando Barack Obama viajó a Oslo para recibir el Premio Nobel de la Paz, decepcionó a los pacifistas que creían que no tardaría en convertir todas las espadas en arados al advertirles que, en ocasiones, las guerras sí son necesarias y que por lo tanto la OTAN continúa siendo indispensable. Como afirmó en aquella oportunidad, “un movimiento no violento no podría haber detenido a los ejércitos de Hitler” y “las negociaciones no pueden convencer a los líderes de Al Qaeda para que depongan las armas”. Así y todo, en opinión de muchos, la aversión manifiesta de Obama al empleo de la violencia –que había impresionado tanto a los noruegos que le dieron el Nobel de la Paz a inicios de su gestión como presidente de Estados Unidos y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas más poderosas del planeta, antes de que pudiera hacer algo más que hablar de lo bueno que sería si no hubiera más guerras– ha aumentado el riesgo de que haya más guerras en el futuro próximo. No sólo los “neoconservadores” republicanos sino también algunos demócratas sospechan que la cautela, a su juicio excesiva, de Obama contribuyó de algún modo a convencer a su homólogo ruso, Vladimir Putin, de que podría anexar con impunidad Crimea y, tal vez, otras partes de Ucrania. No es que quienes piensan así supongan que Obama debió haber enviado una fuerza expedicionaria estadounidense a la región a fin de intimidar a Putin, sino que atribuyen la agresividad tanto del ruso como de los líderes de Irán, y de los guerreros santos islamistas que han emprendido una ofensiva en Afganistán, Irak y Siria, a la impresión de que Estados Unidos ha optado por el aislacionismo pasivo. Temen que ya se haya creado un vacío que otros, de actitudes nada pacíficas, se encargarán de llenar. Obama tiene buenos motivos para no querer arriesgarse procurando resolver los problemas de otros países. Actuar como un “gendarme internacional” lo haría blanco de diatribas furibundas. De haber intervenido militarmente los norteamericanos en Siria luego de cruzar el dictador Bashar al Assad aquella “línea roja” trazada por Obama al emplear armas químicas contra un reducto rebelde, muchos hubieran aprovechado la oportunidad para acusar a Estados Unidos de responsabilidad, directa o indirecta, por todas las atrocidades que están cometiéndose en la guerra civil. Antes de alcanzar la presidencia de su país, Obama, lo mismo que muchos progresistas norteamericanos, se había convencido de que la mala imagen internacional de su país se debía casi por completo al intervencionismo de George W. Bush en el Medio Oriente y que por lo tanto le convendría adoptar una postura más humilde. Obama disfrutó de cierta popularidad internacional por un rato, pero pronto se dio cuenta de que le sería imposible ser a un tiempo un contestatario, enemigo del statu quo, y el encargado de defenderlo. Aunque ha intentado ponerse a la altura de sus responsabilidades, la confusión ocasionada por su trayectoria sigue ocasionándole dificultades. Mal que bien, cuando de la política internacional se trata, los factores subjetivos importan. Es natural que, al difundirse la impresión de que Obama es un presidente débil y vacilante, personajes como Putin hayan llegado a la conclusión de que sería de su interés sacar provecho de una oportunidad acaso irrepetible. Para enseñarles que han cometido un grave error, Obama ha tenido que proponer una lista de sanciones económicas y diplomáticas. Asimismo, hay señales de que la OTAN ayudará a robustecer las defensas de Polonia y los países bálticos; es muy poco probable que corran peligro alguno, pero por motivos históricos se sienten amenazados por el espectro del expansionismo ruso. Con todo, sorprendería que Putin se sintiera obligado a poner fin a la invasión subrepticia a Crimea. A diferencia de Obama, su propia imagen no tiene nada que ver con sus presuntos sentimientos pacifistas. Por el contrario, se basa en la convicción de que es un hombre sumamente duro que no titubearía un momento en correr riesgos graves para alcanzar su objetivo principal que, por ahora cuando menos, consiste en la restauración del poder ruso en lo que toma por su esfera natural de influencia, una esfera que, bien que mal, incluye una parte sustancial de la república soberana de Ucrania.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Viernes 14 de marzo de 2014


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