Obama y los ayatolás

SEGÚN LO VEO

Pensándolo bien, los líderes europeos y norteamericanos de nuestros días son aún más arrogantes de lo que eran sus tatarabuelos belicosos. Creen que, en el fondo, todos los distintos pueblos del mundo comparten los mismos valores, los de ellos, y quieren las mismas cosas. Tal actitud hubiera dejado perplejos a casi todos los españoles, franceses, británicos y alemanes de otros tiempos: suponían que las diferencias culturales y religiosas que dividían a los grupos humanos eran tan profundas que apenas valdría la pena intentar superarlas. Asimismo, en la actualidad el “multiculturalismo” ecuménico que se puso de moda algunas décadas atrás parece inverosímilmente ingenuo a muchos chinos y, desde luego, a islamistas que no tienen la más mínima intención de respetar las normas pluralistas, de tolerancia mutua, que rigen en las democracias occidentales. Por el contrario, están resueltos a imponer las propias por los medios que fueran.

De estar en lo cierto los optimistas convencidos de que, luego de algunos debates internos virulentos, los teócratas persas terminarán aceptando que les convendría abandonar sus sueños revolucionarios para entonces tratar de insertarse en un orden mundial dominado por infieles, Barack Obama será recordado como un gran pacificador, el hombre que logró reincorporar la República Islámica de Irán a la comunidad internacional. Si esos optimistas se han equivocado, el pacto que acaba de anunciarse habrá sido, como aseveró el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, un “error de proporciones históricas”, ya que los ayatolás, que entre gritos de “muerte a Estados Unidos y a Israel” lo festejaron como un gran triunfo, seguirán impulsando su ambicioso programa nuclear. En opinión de los escépticos, en adelante los iraníes se concentrarán en buscar un modo de seguir produciendo uranio enriquecido hasta que, un buen día, sorprendan al mundo con un hecho consumado.

Netanyahu dista de ser el único que se siente alarmado por la voluntad occidental de hacer concesiones a una potencia regional cuyos gobernantes nunca han procurado ocultar su desprecio por todo cuanto les es ajeno. Coinciden con su juicio muchos líderes árabes, comenzando con los sauditas. Les preocupa no sólo la posibilidad de que los iraníes se burlen del pacto que tanto entusiasma a Obama sino también el riesgo de que aprovechen el alivio económico que han conseguido para intensificar sus esfuerzos por desestabilizar todavía más la región, interviniendo con fuerza redoblada en Irak, Siria y Yemen en apoyo de las aguerridas milicias chiítas que están luchando contra sus enemigos ancestrales sunnitas. Algunos sospechan que Estados Unidos ve en el régimen de los ayatolás un sucesor digno de aquel del Sha Reza Pahlevi que, antes de ser derrocado por los islamistas en febrero de 1979, fue el aliado estratégico principal de los norteamericanos en el Medio Oriente musulmán, un papel que hasta hace poco desempeñaba Arabia Saudita.

Las protestas de Netanyahu pueden entenderse. Lo que para Obama es una cuestión de imagen, de su lugar en la historia universal, para los israelíes es un asunto de vida o muerte. No les es dado mofarse de los teócratas iraníes cuando se dicen resueltos a eliminar “el ente sionista”, como si las afirmaciones en tal sentido fueran meramente retóricas. También es comprensible la postura de los árabes sunnitas: están en guerra con los persas chiítas y no les gusta para nada que el presidente de Estados Unidos haya querido abrazarlos. No extrañaría en absoluto que los sauditas optaran por adquirir un arsenal nuclear propio, por si se le ocurriera a Irán continuar acumulando la capacidad para hacerlo.

Mucho dependerá de la voluntad de los norteamericanos y europeos de reaccionar con el vigor necesario ante cualquier señal de que los iraníes están procurando engañarlos. Dice Obama que “este acuerdo no está basado en la confianza, está basado en verificaciones”, pero resta saber si los países occidentales están dispuestos a presionar lo suficiente para que los inspectores penetren instalaciones clandestinas militares. Para modificar el acuerdo, les sería necesario conseguir el respaldo de todos los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, es decir, de Rusia y China. Asimismo, los empresarios que están haciendo cola para sacar provecho de la apertura del mercado iraní se opondrían vigorosamente a la reanudación de las sanciones.

El deseo manifiesto de Obama, su secretario de Estado John Kerry y otros de alcanzar un acuerdo a virtualmente cualquier precio no los ayudó. Al brindar una impresión de debilidad, de querer irse cuanto antes de Oriente Medio luego de proclamar que gracias a sus esfuerzos los países en conflicto no echarían mano a bombas nucleares, los norteamericanos hicieron aún más tirantes las relaciones entre los protagonistas. Así, pues, aun cuando se haya reducido el peligro de un intercambio nuclear, podrían volverse todavía más cruentas las ya feroces guerras que están convulsionando la región. En tal caso, entre los beneficiados estaría el sanguinario Estado Islámico sunnita al que apoyan muchos sauditas y sus vecinos del Golfo.

¿Plantea la República Islámica de Irán una amenaza mayor que la del Estado Islámico? Los hay que creen que sí, aunque sólo fuera porque, en términos convencionales, es mucho más poderosa. Por lo demás, los religiosos iraníes, lo mismo que los genocidas del “califato” que todos los días perpetran nuevas atrocidades, rinden culto a los dispuestos a suicidarse en nombre de la fe. Señaló hace tiempo el orientalista Bernard Lewis que para el régimen iraní “la destrucción mutua asegurada” que durante más de medio siglo impidió que la Guerra Fría se calentara “no es un elemento de disuasión, sino un aliciente”. Puede que no sea así, que, las apariencias no obstante, el líder supremo de Irán Alí Jamenei y sus cofrades sean personas sensatas que preferirán vivir en paz con sus vecinos y dar prioridad al bienestar material de sus compatriotas a sacrificar todo en aras de las fantasías teológicas que figuran en sus arengas truculentas, pero también es factible que, como ha sucedido en tantas ocasiones a través de los siglos, tengan razón quienes advierten que sería mejor tomar al pie de la letra lo dicho por fanáticos. Sea como fuere, mientras no se disipen las dudas, nos aguardarán algunos años sumamente peligrosos.

JAMES NEILSON

JAMES NEILSON


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